ALGO MODELADO EN UN SUEÑO

 

Hay libros que estaban ahí, como esperando un gesto de amabilidad con ellos mismos, con la escritura que encierran, con lo que puedes descubrir de dignidad literaria y de grandeza moral en aquella escritura. Muchas veces esa dignidad y esa grandeza van separadas. A mí me gusta que vayan juntas. Como dice ese escritor casi único que es Rafael Chirbes lo de dentro de un libro y lo de fuera (ese mundo que lo inspira) han de ir juntos. El caso es que hay veces en que abres un libro y no sabes qué vas a encontrar en sus páginas. A mí también me gusta eso: no entiendo cómo la gente acude a las librerías con los suplementos literarios en la mano. Uno ha de arriesgar y comprar lo que desconoce. A ver qué pasa. Es la gran aventura del lector. Leer aquello que lo puede sumir en la irritación o en un estado de fiebre persistente mientras dura la conmoción de la lectura. Yo no sabía quién era Banana Yoshimoto. Veo que Tusquets ha publicado un montón de sus relatos. Lo mismo que los de otro autor japonés importante: Haruki Murakami (ahora leo, precisamente, sus cuentos en “Sauce ciego, mujer dormida”). Acabo de leer Tsugumi: una novela que te provoca una mezcla extraña de confort emocional y de desasosiego. La autora tiene cuarenta y cuatro años y la escribió cuando tenía apenas veinticinco. Aparentemente se trata de una historia adolescente, de esas que las teleseries explotan desde los tópicos más tontos de la edad. Los primeros amores, las relaciones con los padres y hermanos, con los amigos, la presencia sentimental de los veranos. Todo eso está aquí, en esta narración de una sorprendente madurez literaria. La mejor manera de vivir con los demás es sabiendo (como decía Monique Lange en una novela antigua) que al final estamos solos. Lo saben los personajes de este relato y por eso van y vienen de un estado de ánimo a otro con una facilidad que no tiene nada de complaciente. La fragilidad es más que una dolencia física o de carácter y se erige como una manera de entender el mundo en el que viven los habitantes de esta novela que dura apenas un verano. Luego perdura la memoria, la escritura del recuerdo, todas las vidas en una: que es a fin de cuentas la de quien escribe. Mientras leía “Tsugumi” me venía a la cabeza un poema de William Wordsworth que había leído hacía mucho tiempo. Justo. Fui a la estantería y allí estaba “A una muchacha del Highland”: juntos parecéis como algo modelado en un sueño. Así los personajes de esta novela tan breve como terriblemente hermosa.