ENTRE PERRO Y LOBO
Desde que hace seis años publiqué la reseña de “La muerte blanca” ha llovido mucho. Era una novela magnífica (y lo sigue siendo, claro) con la que Eugenia Rico había ganado el Premio Azorín. Desde hace mucho tiempo y con tanta lluvia encima las historias que cuentan las novelas me interesan poco. Me acerco a ellas sin ninguna cautela, a tumba abierta, a ver qué pasa dentro. Por eso, muchas veces, cierro el libro a las veinte páginas. O quizá menos. Cómo va a haber ahí ninguna historia si quien la ha escrito no sabe juntar dos palabras seguidas, o ha sorteado las comas y vendido al mejor im/postor editorial el ritmo, la moral y la estructura, o ha construido unos personajes que hablan en marciano. Si además alguna de las novelas a las que me acerco tiene quinientas páginas y a la que hace veinte ya andamos peleándonos ella y yo por los motivos que acabo de contar, entonces la estampo contra la pared o se la doy de comer a Kenia, la perra de mi hija Laia: le chiflan, a la muy bruja de Kenia, devorar las novelas horrorosas. No pasa eso con la última que acaba de publicar Eugenia Rico: Aunque seamos malditas (Suma de letras). Es un libro gordo, que conste. Los capítulos se estructuran en apartados breves, con bastantes espacios en blanco y hay historia en ellos porque Eugenia Rico tiene cosas que contar. Y hay oficio porque desde sus primeros textos esta excelente escritora demostró que escribir es para ella una aventura en la que si no te juegas la vida no eres escritor sino un imbécil. La historia que se narra en esta compleja y seductora novela está iluminada tenuemente por esa luz que es la de la hora “entre perro y lobo”, como decía una de mis más admiradas escritoras malditas: Jean Rhys. Es la hora en que todo se tiñe con el color de la incertidumbre, en que la realidad se ve turbada por la aparición de lo fantástico, en que los géneros literarios beben de otros géneros literarios para concedernos, luego y con esa mezcla, el placer de una lectura inagotable. Eso es “Aunque seamos malditas”: la paradójica belleza de una historia llena de luces y de sombras, de gritos y silencios, de búsqueda incesante de una escritura que no se agota en las estanterías de un mercado que se lo traga todo y cuanto peor mejor. Hagan la prueba: lean esta novela y después lean ustedes, también, cualquier tratado no humillante sobre la belleza. Y me dicen luego. Pues eso.