LA DISTANCIA JUSTA

 

Un día paseaba Jean Raymond de Kremer con su padre por las calles de Gante, su ciudad natal. De pronto se encuentra con una especie de duende, un hombrecillo con un pañuelo rojo al cuello. Lo primero que se le ocurre es romperle la cara al recién aparecido: así se las gastaba el chaval. Pero en vez de eso, decide que para contar la irrupción de ese personajillo fantástico adoptará el nombre artístico de Jean Ray y se convertirá en escritor. Así son los cuentos: chispazos, estallidos, un fogonazo de mil colores saliendo por la boca humeante de un bazooka. O de un Colt 45. Una bala directa al corazón del pistolero, a la cabeza vacía de quien se ha apostado tranquilamente delante de las páginas de un libro donde aparentemente no pasa nada: ni en el libro ni en los alrededores. De pronto salta la sorpresa. La realidad se ve alterada por algo, lo que sea. Algo incordia la tranquilidad, se apodera de ella y poco a poco de quien la disfrutaba en la forma de una lectura plácida y placentera, sin peligros aparentes. Hay imbéciles que piensan que un cuento es como una novela en pequeñito: menudos zánganos. Con unos cuantos cuentos se puede construir una novela magnífica: bien que lo sabía Raymond Chandler. Disminuyendo una novela hasta el tamaño de un relato breve sólo se consigue una mierda. El cuento tiene sus propias reglas, ya lo dije: un trallazo, un ritmo, esa estructura que no encoge ni alarga a capricho de nadie las dimensiones de la historia ni a sus protagonistas. La distancia justa, sin que le salgan flecos incómodos por ningún lado. O sea: los relatos que lleva escribiendo casi treinta años Cristina Fernández Cubas. Llevaba publicados cinco libros de cuentos hasta ahora, creo que siempre en Tusquets. Hace unas semanas acaba de publicar Todos los cuentos en la misma editorial. Los cinco libros en uno, más un relato de regalo que es la continuación, hasta el final, de un viejo relato inacabado de Edgar Allan Poe. Una joya. Sin desperdicio. Un gozo para quienes disfrutan con ese género que poco a poco ha ido ganando adeptos frente a la prepotencia del mercado novelístico. Un prólogo extraordinario de Fernando Valls que, al revés de muchos otros prólogos, resulta de gran utilidad. Con sus palabras cumplo esta recomendación intransigente de lectura obligada: “Cristina Fernández Cubas es una narradora de fabulosas historias enigmáticas, por lo que sus cuentos nunca dejan indiferentes al lector”. Pues eso.