SÓLO MANERAS DE CONTAR

 

Lo que más le gustaba al niño Henri Beyle era soñar. Luego se llamó Stendhal y siguió descolgando de las nubes historias de burgueses vistos por los ojos de quien según propia confesión los odiaba a muerte. Por eso oponía a los fastos de una clase exuberante los rasgos de jóvenes airados que se enfrentaban, con su cinismo y trazas de desarrapados, al ringorrango de sus fiestorras y a la doble moral que identificaba sus comportamientos públicos y privados. Muchos años después, un escritor cercano seguía ese camino y desde bien joven tendía su mirada hacia un paisaje devastado por una dictadura de mierda. Cuando era muy joven leí “Últimas tardes con Teresa” y pensé que cualquier escritor estaría orgulloso de haber escrito esa historia que era como las historias que se contaban en las mejores novelas de antes. Después de las peripecias del Pijoaparte y de su novia rica devoré todo lo que había escrito y escribiría el mejor escritor contemporáneo que conozco (a su lado, claro que sí, otro gran amigo: José Manuel Caballero Bonald). Por eso desprecio profundamente a los advenedizos que juran y perjuran que hasta hace nada no había literatura de la memoria. Qué palabra más vapuleada en los últimos tiempos. ¿Y las novelas de Marsé, qué? Ahí está toda la rabia frente al horror, toda la amargura por la oscuridad de un tiempo hecho pedazos, toda la mezcla de sentimientos encontrados que provocan los regresos. Pero eso, con ser imprescindible para toda escritura excelente, no basta. Hay algo más importante y lo decía él mismo en unas sencillas explicaciones que precedían a unos extractos de sus novelas publicados hace muchos años: “no hay buenas ideas en este oficio de escribir ficciones -ideas de esas que brillan con luz propia- sino sólo maneras de contar”. Maneras de contar. Esa es la cuestión. Y Juan Marsé cuenta como nadie. Una sequedad que no anula -antes al contrario- el alma que se expande por las tripas del relato. Esos personajes que llegan de lo incógnito cuando nadie -o sólo a veces la inquietud soñadora de la infancia- los esperaba, ese tiempo que en las novelas de este escritor irrepetible es el tiempo de fuera pero sobre todo el que transcurre dentro de la historia. Los viejos sueños de Stendhal son los que viven en las nubes que mira Juan Marsé cuando de uvas a peras se pone a escribir una nueva novela. Desde hace unos días -ya era hora- disfruta del Premio Cervantes. Y dice que está escribiendo otra novela. A ver si es verdad. Ojalá que sí. Ojalá.