UNA FELIZ PERTUBACIÓN

 

No sé si alguna escritura me perturba tanto como la de Cortázar. Tal vez las de Onetti y Unica Zürn. O las de Allan Poe y Saul Bellow. Hace muchos años todos leímos Rayuela. Y al abrigo de esa historia de la Maga y Oliveira vinieron otras novelas que juntaban con ansia de modernidad la experimentación con el lenguaje y la carne cruda de unos personajes que iban a conocer el mundo con ganas de conocerse ellos mismos y regresaban con el equipaje más o menos lleno o precario del desconcierto. Sus cuentos nos llenan de una emoción turbadora y es difícil abandonar su lectura sin que un raro escalofrío sacuda nuestro ánimo de lectores confiados. Recuerden aquí -por la oportunidad cinéfila- Blow-up, la adaptación que hizo Antonioni de Las babas del diablo. Y sus poemas. Lo decía su amigo José Miguel Oviedo: son “conmovedoramente malos”. A mí me gustan. El libro que los contiene, Salvo el crepúsculo, lo tengo lleno de rayas, de fechas, de referencias a situaciones que con el tiempo pasaron a ser distintas. Pero los poemas no. Los poemas siguen en su sitio preferente. Con los libros que nos deslumbraron pasa lo que pasa: tiempo después el deslumbramiento ha desaparecido. Sin embargo, esos libros siguen ahí, donde aquella lectura que a lo mejor nos salvó la vida. Lo que ha cambiado es el lector de entonces, nosotros mismos como decía Neruda. Hace veinticinco años que se murió Cortázar. Había textos suyos no publicados, otros difíciles de encontrar. Esos textos están reunidos en Papeles inesperados (Alfaguara). De la edición se han encargado Carlos Álvarez Garriga y Aurora Bernárdez, viuda del escritor. Hay de todo en esa selección. Lo más felizmente cortazariano y lo menos. Unas páginas espléndidas, otras no tanto, como suele pasar en estas expurgaciones póstumas. Pero hay algo que me jode en la crítica que algunos aparentes puristas hacen al texto que les cuento y a Cortázar: sus alabanzas de la revolución cubana, sus posturas progresistas ante determinadas situaciones políticas. Dicen que esas aficiones le vinieron luego, que él no era así. Pues qué bien: tampoco antes era así Vargas Llosa y luego se ha convertido en un reaccionario amado por esos puristas. U Octavio Paz. O el mismísimo Borges. Diferente rasero para medir a la gente. El negocio con los escritores muertos es el negocio. En Cortázar, ese negocio esconde algo de feliz perturbación, como en sus mejores relatos. Ustedes dirán.