Eduardo Haro Tecglen

 

En la muerte de Eduardo Haro Tecglen

EL INCIDENTE NO HA TERMINADO

Octubre 2005

Se ha muerto Eduardo Haro Tecglen. Tenía muchos años, según cuentan los datos biográficos. Pero me da igual. Todo el mundo se muere demasiado pronto, decía Saramago. Y ese demasiado pronto aún es más demasiado pronto si se muere gente como este periodista irrepetible. Cuando se le leía, uno podía imaginarse detrás de sus escritos a una persona llena de amargura, desencantada de todo, lejos de cualquier estupor que alimentara el más mínimo grado de alegría. Ahí no, ahí no acertaríamos en el diagnóstico. Estar con Eduardo un rato era asistir al goce inmenso de la ironía, desternillarte de la risa muchas veces, descubrirle como un adolescente siempre dispuesto a cometer travesuras a escondidas de los ojos censores del maestro.

Ya no habrá más columnas en la parte trasera de El País. Sus enemigos se han quedado sin ese muro de dignidad donde estampaban con saña su rabia a todas horas,. Quienes le queríamos con locura nos hemos quedado sin esa referencia ética que tanta falta nos hace tal como va la mierda de mundo que nos toca vivir, por culpa nuestra, a lo mejor, de nuestro absentismo a la hora de gritar lo que nos pasa, pero sobre todo por culpa de quienes ordenan masacrar ese mundo disparatadamente injusto desde las multinacionales políticas y económicas del asco. A partir de esta mañana de octubre, la palabra periodística de Eduardo Haro formará parte, ya, del equipaje que muchos de nosotros cargaremos a gusto allá donde vayamos. Nos hará falta, esa palabra, igual que nos hacía falta leerlo cada día, escucharlo en la radio, saber que estaba ahí, dando la murga con su tierno cabreo imperturbable. Igual que pasó hace dos años justos con la marcha de Manuel Vázquez Montalbán, en su periódico habrá un hueco imposible de cubrir. Y tan imposible.

Seguro que los tópicos llenarán estos días el papel de prensa. Unos tópicos serán para ensalzarlo a él y a su trabajo y otros para colgarlos a ambos del palo más alto del desprecio. Yo simplemente quiero escribir aquí mi tópico particular: que lo echaré de menos, que echaré de menos sus libros, sus artículos, sus intervenciones radiofónicas. Pero que lo que más echaré de menos es al amigo que hace diez años llegó a Valencia para participar en la Universitat de València en un homenaje a la revista “Triunfo”. Llegó de la mano de su amigo José Ángel Ezcurra y los dos -como en una especie de milagro laico, pero milagro al cabo- se me ahijaron como si fuera uno más de sus familias. Y ahí seguíamos, hablando, escribiéndonos, compartiendo juntos, al lado de su casa en San Bernardo, excelentes cocidos y un inventario impagable de enseñanzas con las que siempre regresaba a Valencia en el Alaris de la última hora de la tarde. Ahora tampoco habrá más comidas en Jeromín, ni más ironías de las suyas con las que me desternillaba de la risa, ni más nada. La muerte es una mierda, sobre todo cuando siempre se mueren los mismos y te corta a hachazos, esa muerte, un tiempo que alguien como Eduardo Haro Tecglen te había enseñado a vivir de otra manera. Nunca le daba importancia a nada de lo que hacía. Era como si te quisiera vender la moto de que nada valía la pena, ni siquiera escribir todos los días auscultando sabiamente la salud de una sociedad enferma, como si todo en él fuera menos vida que costumbre. Pero no era así: él vivía y escribía en una simbiosis perfecta de verdad incorruptible. Y tras las señales de tristeza que parecían transmitir sus columnas periodísticas, había un tipo que se reía y hacía reír con la fuerza de un adolescente. Todos tenemos nuestra zona de sombra y es seguro que también él las tendría, faltaría más. No nos fiemos nunca de los hombres intachables, decía Cioran. Nadie es intachable, claro que no. Pero Eduardo Haro nos enrolaba en el barco hoy tan raro de la rebelión, de lo divertida que es la rebelión, de lo tonto y aburrido que resulta subirte al carro del poder, de cualquier poder, y aceptar tranquilamente quedarte sin conciencia. Cuando hablaba de la República , de su tiempo, no era sólo por nostalgia, sino para insistir en que algo de aquello todavía nos sirve para no morirnos de asco. Recuerdo aquel homenaje a “Triunfo” que antes les contaba y cómo se refirió entonces al tiempo convulso que les tocó vivir a la revista y a quienes la hacían posible. Definió aquel tiempo como un “incidente” y acabó diciendo: “Vamos a seguir porque este incidente no ha terminado, es una historia que sigue y sigue”. Claro que sigue. Y muchos de nosotros seguiremos dando la matraca para que se resuelva el incidente de la mejor manera, de esa manera que Eduardo Haro tanto nos enseñaba con ese periodismo rebelde que nunca dejará de acompañarnos.