CADA DÍA LOS MISMOS BICHOS INSERVIBLES
Otra vez con ustedes en esta página de la cartelera. Un compromiso amable y un disfrute. Que lo diga, si no, mi querido colega Abelardo Muñoz, que desde siempre me acompaña en esta singladura. Siempre coincide el inicio de esta sección con la vuelta de Gandía, donde desde hace casi cinco lustros se abre a la curiosidad intelectual y académica una puerta por la que colarse. Este año anduvo por allí Isabel Allende, la hija del que fuera presidente de Chile hasta que el canalla de Pinochet le destrozó el alma (eso que formaban en un mismo cuerpo él y su esperanza y la del pueblo chileno antes del 73). Para que vean ustedes cómo anda el mundo con tanta hostia de absentismo cultural público y privado, les cuento un ejemplo: se anunció por activa y por pasiva que la mujer que inauguraba la Universitat d’Estiu era la hija de Salvador Allende, diputada y expresidenta del Parlamento chileno. Pues nada: allí que se presentaron un montón de señores y señoras con sus familias respectivas y alguna novela de la escritora Isabel Allende en una bolsita de Mercadona para que la buena mujer -la que estaba allí, la que se dedica a la política- se lo firmase. Y el colmo es que guardaban esa cola después de haberse tirado dos horas escuchando su conferencia. ¡Qué país, dios, qué país! Tanta sociedad del bienestar y tanta gaita y la gente anda tan campante por los descampados de una cultura que se construye con la sangre de las crónicas de sucesos y la algarabía lingüística de la duquesa de Alba en todos los programas de la tele. Los informativos convertidos en noticias de sucesos, las sobremesas untadas con las vísceras de corazones subnormales y las novelas de Isabel Allende alimentando el intelecto del personal: ¡menudo triángulo intelectual, menudo panorama!
Pero bueno, aparte esa anécdota delirante con los nombres y apellidos de dos mujeres tan distintas, los días de verano en la Safor procuran crecer por dentro y por fuera y se cumple así, a rajatabla, la motivación exacta del encuentro: aprender algo nuevo o reforzar aquello que traíamos aprendido con alfileres. Dicen las crónicas subterráneas y ociosas que la gente va también a esos cursos de verano para encontrar de quién enamorarse, o para asentar amores de otros años, o según certifican algunos -con cara de perro apaleado- para dar carpetazo, precisamente, a esos asuntos del corazón abismado en la bancarrota. Allá cada cual con sus intenciones: menos que se presenten allí con un libro de Isabel Allende en el sobaco, menos eso, a mí me da igual a lo que se apunte el personal en las citas culturales del estío. Otra cosa es que la gente se hubiera presentado, o se presente, con una novela de mi querido Juan Madrid. Allí estuvo para hablarnos de su antigua y agotadísima “Días contados” en un curso que yo mismo coordinaba sobre cine y literatura. Tomé la película hermosa de Imanol Uribe y la llevé junto a la excelente novela del amigo. También estuvo Ruth Gabriel, ese prodigio de actriz que apenas era una cría y en esa película se comía la pantalla con patatas. Y Javier Maqua y Doménec Boronat, con un libro y un documental que ponía al personal la carne de gallina. Disfrutamos hablando de cine, de novelas, de esa cercana lejanía que se alarga entre los dos. Estar con Juan Madrid es una dicha. Habla como escribe, a golpes de hacha, que es como a Kafka le gustaba la escritura. Los personajes de sus novelas, como ese tal Samsa, se levantan cada día convertidos en bichos inservibles, abandonados a la soledad de ese cuarto infame que es el submundo donde se mezclan el pinchazo en vena y las historias de amor que se hinchan, a cada ausencia carcelaria, como el vientre de las ratas hasta explotar de tanto amor o de tanta desesperación, que tantas veces suelen ser una misma cosa. Cuando se fue dejó en mi mesa “Pájaro en mano”, su ultimísima novela. Y aquí ando, metido hasta las cejas en sus páginas. Que ustedes vivan bien el verano. El de dentro y el de fuera de estas páginas. Ojalá que sí. Ojalá.