ESE ESPLENDOR HENCHIDO DE LOS MONTES

 

Se cumplen a rajatabla las leyes del verano. Ese esplendor henchido de los montes a nuestro alrededor, como escribía Hölderlin. Al menos son esas mis reglas. El río por las noches, su terco rumor de libertad cuando ya lo abandonaron los bañistas, la noguera centenaria junto a la acequia donde en una novela me inventé una rata que hablaba con mi abuelo, ese pájaro burlón que llega siempre a la misma hora para buscar comida a la luz del farol que ilumina la esquina, un millón de salamandras que han convertido la caza de mosquitos en un espectáculo de crueldad y de destreza. Y las montañas. Siempre ahí, colgadas sobre las casas como refugio o amenaza. Es lo que tiene la naturaleza: te brinda esa doble posibilidad y ya te apañarás con lo que venga y con la responsabilidad que tienes en la solución de esa adivinanza. El río discurre ahora por otro cauce diferente al de hace años. La riada del cincuenta y siete lo cambió de sitio y aquellas noches de lluvia incansable son como una huella persistente en la memoria de quienes ya tienen muchos años. O bastantes. Las reglas del verano, de este verano, son las de las distancias cortas. Esos viajes tranquilos a través de lo que tanto conoces y sin embargo se ofrece a tus sentidos cada día como nuevo. No sé si casan bien la aparente tranquilidad que inicia esta crónica y el guitarreo inenarrable, placentero, de Jimi Hendrix en "Midnight" y hace unos minutos en "Power of soul". Lo escucho mientras repaso los papeles donde anoté los detalles de un paseo singular, mágico y tremendamente divertido. Una exposición que recrea algunas batallas que decidieron el destino del mundo. Me lo dijeron unos días antes los amigos del Villar del Arzobispo, José Luís Valero y César Mínguez. Un paseo hermoso por el tiempo apasionante de la historia.
Calorazo impresionante al mediodía. La calle de las Cruces, la banda de música en pasacalle, las tracas a las que nunca acabaré de acostumbrarme. Jueves de agosto en el Villar, que es como la capital de la Serranía. El pueblo más grande. Es donde se empiezan a mezclar la belleza del paisaje y el espanto. Las minas a cielo abierto que son como calvas infames en los montes. Y desde aquí hacia arriba abundan esas calvas que están robando el alma de la tierra. Aquí tengo amigos imprescindibles desde que nos juntó un día la defensa incansable de esa dignidad que tantas veces se les niega a los sitios que ocupan en los mapas menos espacio que la cagada de una mosca. Has de venir, habían dicho los amigos. Es José Luís alcalde del pueblo y César el cartero de algunos pueblos cercanos. Pero César es, además, un loco de la vida que ha formado con otros amigos la Asociación de Modelismo Histórico Falcata. Desde hace cinco años montan una exposición que recrea diversas batallas que tuvieron lugar en épocas diferentes en distintos puntos del planeta. Cinco años ya y no sé cómo consiguen esa fidelidad en la representación. Centenares de figuras diminutas hasta la exageración, ríos y vaguadas, nieve sobre las casas y los trenes, tanques y caballos, miniaturas cuyos colores son los de verdad, pintados por los artistas con la minuciosidad del entomólogo. Los artistas: Rafa, Enric, Javi, otro Javi, Jose y un grupo de treinta niños que asisten a los talleres de modelismo que organizan en Falcata. Pero no sólo recrean batallas, sino también espacios y personajes de la ficción literaria. Dicen que te puedes tirar un día entero -y más- para pintar un sólo personaje. Por eso destacan las cualidades que intentan afirmar con su trabajo: lo importante del método y la documentación, el amor por la historia, la paciencia y un sentido rigurosísimo de la disciplina. Y la pregunta: por qué las batallas, la guerra.
Hay una intención artística en lo que hacen. Pero también didáctica. La mierda de las guerras. Crear distancias éticas entre lo que nos quieren vender quienes las arman y lo que en realidad significan, que es principalmente conseguir poder y riqueza y repartirlos entre los vencedores. Que sea posible un mundo sin guerras. Es un gozo contemplar este paisaje. Escuchar las explicaciones de sus creadores. Sentir como propia la pasión que han puesto en su trabajo y luego al relato de esa experiencia irrepetible. Ya piensan en el próximo año, en ponerse de nuevo a la faena, en el entusiasmo que a buen seguro volverán a despertar en el público que disfruta de su obra. Y yo en la vuelta a las noches del río en Gestalgar, a la destreza espectacular del pájaro cazador y las salamandras insaciables, al cumplimiento tranquilo de las leyes del verano: ese esplendor henchido de los montes…