VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
El edificio es duro de pelar. Las construcciones de ahora son así: superficies marmóreas por fuera. El interior es como un pálpito, igual que los ojos sorprendidos tras el cristal de una escafandra. El edificio que cuento está a la entrada del pueblo. No salgo de aquí en todo el tiempo. Durante el invierno habitamos poca gente. Trescientas. Cuatrocientas personas. No hay grandes edificios, de esos que desbaratan la estética y la humanidad del paisaje. Los paisajes tienen su moral, como los seres humanos. Y a veces esa moral es la de la vergüenza, la de una humillación que se funde con las fachadas horribles y las urbanizaciones dejadas caer en las entrañas mismas de la belleza: para destrozar esa belleza y llenar los bolsillos de algunos tipos que confunden su tierra con los yacimientos de oro que buscaban los personajes de John Huston o Sam Peckinpah. Cuando levantaron el edificio que cobija el Albergue Rural "Peña María", en Gestalgar, me parecía un sitio sin alma. Imposible de atisbar desde la calle la vida que bullía por dentro. Ahora lo sé. El otro día entramos unos amigos y descubrimos esa vida que desde el exterior resulta imposible adivinar. Habían venido mis queridos Salva Regües y María José y con ellos otra pareja de gente descomunal, imprescindible: Andrea y ese prodigio de futbolista que fue hace unos años, en el Levante y en el Real Madrid, Antonio Calpe: uno de mis ídolos de entonces junto a otro del Barça que se llamaba Enric Gensana y ha muerto no hace mucho, dejando en su ausencia un encuentro pendiente desde unos meses antes. Vinieron a Gestalgar y ese día nos abrieron las puertas de su casa Fernando y Antonio. Ellos gestionarán ese servicio municipal, un servicio que tanta falta le hacía a mi pueblo. Dentro de poco se abrirá también la Casa Rural de Nacho y Amparo y podrán ustedes venir (ahora ya pueden, faltaría más) para encontrar un lugar irrepetible donde echar a volar los sueños por las orillas del río cuando llega la madrugada.
Desde el pasado viernes está abierto el Albergue "Peña María" y la dureza de fuera nada tiene que ver con la tranquilidad interior, con el sosiego casi místico que se acurruca en las habitaciones familiares y en aquellas otras, más grandes, destinadas a acoger grupos de visitantes que viven sus excursiones en amigable compañía. Son esas habitaciones como espacios robados a una película romántica de colores tenues, nada estridentes, esos colores con los que a Claude Chabrol le gusta pintar sus historias tan radicalmente apasionadas. El tiempo con Fernando no es tiempo: es otra cosa. Viene de Andalucía, se afinca en Llíria y con la Granja Escuela de esa localidad va a compartir ahora la puesta en marcha de esta acogedora casa en mi pueblo. El tiempo con Fernando ("llamadme Kiki") es otra cosa. Es cosa de la magia. Todo lo que dice, lo que vive, tiene que ver con la magia. ¿Es que hay otra cosa?, se pregunta y la cualidad retórica del interrogante es también para él mismo: ¿es que hay otra cosa? Si no encuentras la magia en lo que haces, en aquello que amas, mala cosa -dice-, mejor que eches a andar hasta que la encuentres. Supo que ese amor de mujer que tiene desde hace diecisiete años iba para largo cuando la vio de espaldas (creo que dijo de culo, pero da lo mismo). Y cuando Rosa se dio la vuelta el mundo explotó a pelotazos de magia. Todo lo contaba el anfitrión a borbotones, pulsando cada palabra como escribía Raymond Chandler sus novelas: confiando ciegamente en la eficacia de sus frases, y sobre todo en él mismo y aún más en la fuerza incomparable de lo que escribía. Lleva Fernando en las espaldas la rotundidad de un apellido ilustre (Velázquez de Castro Delgado, nada menos), las raíces andaluzas en los ojos y los amigos se sienten a gusto, como en su propia casa, todos como en nuestra propia casa. Este verano viajo cada día al centro de la Tierra. No está tan lejos como creía Julio Verne. Al menos el mío no está tan lejos. Lo tengo aquí mismo, a ras de suelo. En las calles y la gente de mi pueblo y de la Serranía entera. La mía y la de ustedes, claro. La mía y la de ustedes.