AQUELLA CANCIÓN DE LOS TIEMPOS INVENCIBLES
Llega desde la edad del mundo más remota
Miguel Hernández
Je l'aime tant, le temps qui reste… Con esa hermosa canción de Serge Reggiani se despide la igualmente hermosa y escalofriante película de Jean Becker “Dejad de quererme”. El tiempo que queda es el tiempo por vivir. Pero no sólo ése. Es también el tiempo que se ha vivido antes, el que se vive a cada instante como si fuera el último, ése que tal vez haya sido vivido sin que nadie se diera cuenta porque a veces la vida -como decía alguien- es eso que pasa a nuestro lado cuando nosotros andamos en otra cosa. Cuántos años han pasado desde que un día, a la puerta de La Agrícola, mi padre me dijo que me iba a presentar a un amigo de cuando eran jóvenes. Ese amigo era -es- Vicente Vicente Ortiz, el tío Zapatero. Tenía entonces ya muchos años. Pertenecía a esa generación que tan bien -y seguramente con tanta melancolía- cantaba Cesare Pavese: la generación de los clamores truncados.
Cuando lo conocí venía poco por el pueblo. Apenas nada. Había hecho la guerra con quienes la perdieron. Qué hostias será que casi toda la gente que conozco y más quiero perdió aquella maldita guerra. La dictadura se la pasó medio escondido y el otro medio haciendo lo posible porque esa dictadura se acabara pronto. Un día de 1947 cruzó un río y se fue a Francia. En esta parte se quedaron su mujer, Ángeles, su hijo Antonio y sus hijas Angelita y Manolita. Los cuatro pasaron mucho tiempo de una cárcel a otra hasta que consiguieron reunirse con él al otro lado de la frontera, donde nacerían las gemelas Alberta y Amelie. En un libro que reúne muchos de aquellos recuerdos, lo cuenta Ángeles en una carta: “En Narbona estaba vuestro padre esperándome. Nos fuimos a Azzille antes de venir a Carcasonne”. Allí está enterrada ella y aquel día leyeron poemas sus nietos y el tío Zapatero regresaría a Cadaqués, donde vive desde que abandonó el exilio. Hace unos meses, cumplió cien años. Nada menos que cien años: ¿cuántos años es eso? Quién sabe. El ayuntamiento y el pueblo de Cadaqués le rindieron un homenaje impresionante. Yo estuve allí y el pasado sábado estuve en mi pueblo con él y con su gente más cercana. Celebramos ese aniversario que no sé dónde empieza y hasta dónde llega porque soy incapaz de medir tanto tiempo como seguramente es ése. Cien años. Vivirlos alegremente, esos y los que vendrán, como dice la canción de Serge Reggiani. Así está él, como si la edad fuera hacia atrás, igual que los saltos cautelosos de un cangrejo.
Ese sábado no cabía un alma en el salón del homenaje. Para mí y para mucha gente era el día grande de las fiestas, aunque no apareciera en el programa con los bailes hasta el amanecer y los toros sueltos por la calle. Allí estaban su familia francesa (siempre vivió en ese lado de la frontera) y quienes en Gestalgar querían abrazar tanto tiempo de verdad incalculable. El ayuntamiento le entregó una placa y él firmó en el libro de los nombres ilustres. Su grandeza no es lo rimbombante sino lo contrario: vivir a ras de tierra, mirar ilimitadamente con los ojos de la curiosidad (ese asombro que sigue ahí, colgado de los árboles, como escribía Juan Gelman), sentir que si la vida no es la del compromiso con la libertad no es vida sino una auténtica mierda. Y sus palabras mágicas, siempre abocadas con emoción a quien quiera escucharle: la República, su Segunda República, la que le robaron a mano armada, la que sigue llevando en sus bufandas de invierno y en el bastón donde él mismo ha pintado los tres colores de su única bandera. Lo dijo, entrañable, la mañana del homenaje: “me preguntan muchas veces qué es lo que me hace vivir tanto, haber vivido tanto. Y siempre contesto lo mismo: la única medicina es la esperanza en que llegue pronto la Tercera República”. La República, su Tercera República…
Me gusta ver siempre al tío Zapatero. Sentir que nos detuvimos los tres aquella tarde de hace tantos años a la puerta de la Agrícola. Yo con él y con mi padre. La amistad que venía de los tiempos aciagos de la guerra. El exilio. El regreso que por más que deseado nunca será entero. Te quedas medio en un sitio y medio en otro. Pero sea como sea, su vida ha sido un ejemplo -es un ejemplo- para muchos de nosotros. Le temps qui reste es una mezcla de tiempos invencibles. Los suyos. Los de la gente como él que viene de tan lejos, desde esa edad del mundo tan remota…