EL SITIO DE SIEMPRE Y POR ENCIMA DE TODO
Visibles y lejanas/permanecen intactas las afueras
Gil de Biedma
No sé si alguna vez he visto más juntas la gente y las películas. El verano es el tiempo de los acostados (como escribía de su familia José Manuel Caballero Bonald): ver pasar las nubes vacías por lo alto, hurgar en los bolsillos de la pereza como el yerno de Marx y descubrir que ahí podía existir una buena dosis de felicidad, agarrarte a un libro de los gordos y puestos a confundirlo todo pues confundir también la literatura que te salva la vida con la mierda. El verano, aparte de eso y de más cosas, es la celebración de la fiesta en muchos sitios. La fiesta en muchos sitios, en casi todos, es toros y baile con orquesta o discomóvil. Y en medio del doblete inamovible, algunas veces y en algunos sitios se cuela algo de cultura. El mundo se ha globalizado como una bola llena de excrementos y de vez en cuando no está mal intentar, aunque sea a la desesperada, pinchar esa bola, sacarle lo podrido y limpiarla luego con el alcohol del pensamiento crítico (¿hay otro?). En ese intento de ponernos a pensar un rato, nos montamos la semana pasada en Gestalgar -como un prólogo a las fiestas que empiezan estos días- unas sesiones en que la poesía y el cine fueron los protagonistas.
Los poemas que, en boca de quienes los habían escrito o en la de quienes ponían en sus voces versos ajenos, desvelaban la neblina de la tarde y dejaban en el auditorio una caterva de emociones que lucían humildemente la firma más exigente de lo humano. Sus ecos -digo de lo humano- seguían al día siguiente cuando para hablar de la emigración española en los sesenta, pusimos esa película entrañable que es “Un franco 14 pesetas”. A veces es mejor recurrir a ese testimonio cercano que a las moscas comeniños de los desiertos africanos. Mi pueblo se quedó medio sin gente en esa época. Y muchos pueblos. Por eso no me explico cómo quienes emigraron entonces a buscarse la vida en otros países despotrican ahora contra los inmigrantes que necesitan nuestra acogida. Esa película de Carlos Iglesias, llena de honestidad y de modestia, nos lleva al corazón mismo de un fenómeno que con otras características repite bastante el paisaje de aquellos años de fanfarria franquista dominados por la tristeza y el hambre. Un día llamé a Sigfrid Monleón y le dije si podía venir a Gestalgar con su película “La bicicleta”. Y se vino, con la película y con Isabelle Stoffel, que sorpresivamente para todos resultó ser una de las protagonistas de la película del día anterior. Allí estuvieron, mezclados con nosotros, con las calles del pueblo, con sus películas. La bicicleta no es un vehículo ideológico en el caso de la película sino algo lo mismo de importante: el mecanismo de transición de una ciudad a otra casi enemiga, de un tiempo a otro, de una conciencia generacional a otra que había olvidado dónde y porqué se enamora uno la primera vez y luego todo se va al carajo.
Las palabras del público que llenaba la Casa de la Cultura fueron muchas y las reflexiones atinadas. Me acordaba de lo que decía Dostoievski: prefería muchas veces la humilde sinceridad de sus lectores que las opiniones rimbombantes de los estudiosos. Por eso creo que pocas veces he visto tan juntas la gente y las películas (otra vez que se vinieron mis queridos Pedro y Lilian Rosado también con una de las suyas). Con Sigfrid e Isabelle fuimos felices esas horas. Las calles del pueblo, esa maravilla de casa rural que es Amarain con Nacho y Amparo de anfitriones irrepetibles, los montes de Marjana doblegados a la fuerza por una de las mejores paellas que he comido nunca (seguramente la mejor), cocinada por Ernesto con la ayuda de pinches aplicados que aportaron Ramón y el mismo Sigfrid. Los montes de Gestalgar se quemaron en el verano aciago de 1990. El paisaje impresionante, más hermoso imposible -a pesar de la devastación antigua de las llamas- sigue ahí, en el manto verde que cubre la subida a la planicie del Campillo. Lo gozaron Isabelle y Sigfrid y nosotros con ellos. Luego se volvieron a Madrid. Nos gustaría pensar a los de aquí, a quienes elegimos vivir en las afueras, en nuestro sitio de siempre y por encima de todo, que regresarán pronto. Que lo sepan. Solos o en compañía de sus películas. Como les dé la gana. Como quieran.