LA SOLEDAD DEL DETECTIVE MELANCÓLICO

 

Amé al monstruo en aquel instante ya que me permitía existir
Francisco Ferrer Lerín

 

En el verano hace calor y la gente se refugia donde puede. Algunas veces también esa gente abre un libro y busca refugio en el clima apacible de sus páginas. Las crónicas del ocio dicen que en verano se lee más. Tampoco es tan difícil alcanzar ese clímax estadístico: el resto del año no se lee nada. En fin: no es para echar las campanas al vuelo como si llegaran al pueblo los siete magníficos pero menos da la llegada del bandido con la cara cruzada por la mala hostia. Los libros que más cumplen su papel de cocotero para aliviar el solazo del mediodía son los gordos. Duran más. Así la inversión está más asegurada. Por eso el personal se tumba a la bartola con un libraco de mil páginas, de esos que se anuncian en la televisión: su lectura dura varios veranos y al final te sale un precio apañado. Es lo que hay. Otro de los tópicos asegura que en verano leemos novelas policiales. Se dice eso porque es bien sabido que la alta cultura (¿alta costura?) considera el género policial como de segunda fila. Alguien bastante listo dijo hace mucho tiempo que esas historias eran pura literatura de evasión. Aquí me detengo. Quiero desbrozar esa solemne tontería.
Me importa un pito que la gente lea los libros según su peso. Pero que lea novelas policíacas pensando que está leyendo novelitas bobas sí que no. A esa tontería contestaba tajante Raymond Chandler: “Simplemente digo que todo lo que se lee por placer es una evasión, se trate de un texto en griego, de un libro de matemáticas, de uno de astronomía, de uno de Benedetto Croce o de El diario del hombre olvidado. Decir lo contrario es ser un snob intelectual y un principiante en el arte de vivir”. Literatura de evasión es toda en la medida que el tiempo transcurre en la isla de sus páginas. Pero cuando se ponen a escribir Dashiell Hammett y Raymond Chandler sus novelas policiales estamos hablando de otra cosa. Las historias en que todo consiste en saber quién es el asesino no añaden nada (o bien poco) al divertimento. Las que surgen de una sociedad llena de mierda nos abocan a un estercolero moral donde no se salva ni dios. No valen aquí detectives listos, ni cerebros privilegiados, ni ayudantes puestos ahí para aumentar el tamaño intelectual del protagonista. Lo que vale es que el detective se mezcle con los excrementos de la calle, que bucee en esa soledad que Susan Sontag reclamaba para el carácter melancólico de Walter Benjamín, que se confunda con el monstruo, que se emborrache no sé si con alcohol (ellos lo hacían, los dos, Hammett y Chandler: hasta caerse muertos) pero sí con el olor nauseabundo de un mundo en bancarrota.
Este verano, entre muchas otras, he leído algunas novelas de las llamadas negras: escritores que no había leído nunca, aunque gozaran ya de una fama grande en el mercado literario. No faltaron a la cita autores como Mankell, como Donna Leon, como esa mujer francesa que firma con el nombre de Fred Vargas, como bastantes otros que se acercan regular u ocasionalmente a ese universo narrativo. La verdad es que ninguno de ellos me ha entusiasmado. Es como si no se creyeran la dignidad del género que practican. En el peor sentido: lo intelectualizan. Sé que los tiempos son otros, que las circunstancias son bien distintas a las que propiciaron las novelas de los clásicos americanos (¿o no tan distintas?). Pero hay demasiado interés en embarullar las pesquisas del investigador de turno y se pierde ahí un ritmo cuya lentitud acaba mortificándote. Hay un escritor policial al que nunca regreso porque está siempre en la pila de lecturas persistentes: Jean-Claude Izzo. No sé si en lo que queda de verano tendré ocasión de hablarles de este pedazo de autor. Murió hace unos años, cuando había pasado apenas de los cincuenta. No se parece a nadie. Sólo tres novelas en España, traducidas del francés al castellano (para que las puedan leer los que han firmado el manifiesto ese), su imprescindible trilogía con el comisario Fabio Montale de protagonista: “Total Keops”, “Chourmo” y “Soleá”. Y eso: sigan leyendo a Chandler, Hammett, González Ledesma, Juan Madrid, Vázquez Montalbán. A los de siempre. En verano y en invierno. Siempre.