TEORÍA DE LA PROVISIONALIDAD

 

Todo encuentro es una pérdida
Julio Cortázar

 

Un año más, como si estas páginas fueran los renglones musicales de un bolero. El verano suena a eso: a canciones de antes y de siempre, a jolgorio playero desde después de la cena hacia una madrugada sin fronteras, a búsqueda de lo que sea porque el tiempo se indigna si con el calor le quieres imponer un ritmo distinto al que le sale de la gorra. Todo suena a efímero en estas semanas que al cabo no duran tanto como a la gente le parece. Se escribe lo indecible acerca de la vida que se vive en los veranos. Hay quien dice que sólo se vive ahí, al amparo de esa provisionalidad con pinta de durar toda la vida, como dicen que durará esta crisis del ladrillo que a poco que nos descuidemos acabará santificando a los especuladores inmobiliarios y con el personal gritando como a los toreros retirados que vuelvan a la plaza.
Comienza el verano en estas páginas de Turia, hasta más o menos entrado septiembre, y aquí al lado seguirá como todos estos años mi querido Abelardo Muñoz (hola, Abelardo), con sus crónicas nada marcianas sobre el asfalto podrido por el puñetero calorazo, aunque a él le guste más el asfalto crudo de las noches y por eso es el mejor cronista urbano que ha dado este país, un país que, por otra parte, puede presumir de tan pocas excelencias, sobre todo desde que las excelencias posibles son las que viven exiliadas interior o exteriormente y a la fuerza bajo el régimen impuesto por el PP en toda nuestra órbita planetaria. Es difícil ser feliz aquí si no eres amigo o familia de esos malabaristas que se han inventado el binomio de más éxito en el mundo publicitario de la política: triunfalismo y victimismo a la vez. Somos los mejores y aún lo seríamos más si el gobierno de Zapatero nos dejara. Mierda de embusteros. Me cabreo cuando veo su impunidad, su elocuente vocación de mercachifles, esa buscona condición de salvapatrias que ostentan en la frente. Son así, los parieron así, siempre dispuestos al derribo cruel del adversario, a quedarse solos en medio del desierto de colorines en que están convirtiendo este país y las ciudades y pueblos que lo forman en el mapa. Me he desviado del asunto. Es que me pongo a mil si pienso en ellos, como si se desatara en mi ordenador aquel bolero irrepetible de Agustín Lara que con la voz hermosa de Luz Casal cantaba maravillosamente mi queridísima Marisa Paredes en la película de un director que no me gusta nada.
El verano. De eso hablaba al principio de esta primera crónica casi acabando julio. Esa provisionalidad que les decía. Tiempo de vivir lejos de la imposición a piño fijo de los relojes. Vamos por la calle, por el atardecer de una playa solitaria, por esa excursión inacabable a través de las trochas salvajes de un monte inexplorado: como si fuéramos parte del sueño de los otros. Lo escribía Cortázar en uno de sus poemas. La parte más desconocida de su escritura. Los relatos. Las novelas. La traducción de Allan Poe. Lo que dice de la poesía de Salinas. “Rayuela”. Mi novela. Alguna gente dice que es una mierda de novela, que sólo es un refrito, y malo, de las crónicas generacionales del exilio latinoaericano en París y del jazz de aquellos años. ¡Una mierda! Siempre regreso a las vidas de Oliveira y de la Maga. Siempre. Y cada vez me gustan más, sus vidas y las de sus alrededores. En esta sección saldrán los libros que amo desde siempre, las canciones que me ayudan a mirarme -como dice Cortázar- en mis sueños pero también en los sueños de los otros, esa propensión a contar lo diminuto porque no hay nada más universal que eso que tenemos delante de los ojos. El verano tiene algo de caótico, de puzzle que se resiste a cualquier ordenación de sus piezas que no sea aleatoria. Esta primera crónica lo es: pedazos de un tiempo que se construye -con nosotros o a su puta bola- con pedazos de otro tiempo anterior y seguramente con los del tiempo que vendrá. Gracias por acudir una vez más a esta cita. Nos seguimos viendo en esta esquina: como todos los veranos desde hace no sé cuántos. Hasta la próxima semana, pues. Si no van a estar, por favor, dejen nota de dónde podemos encontrarnos.