ATRACOS EN UNA NOCHE DE VERANO
Pasaba sin parar gente por la calle. Un calor pegajoso, de esos que sacan las películas sureñas con los personajes sentados en los porches de las casas, escuchando cómo suena la noche, mirando a ninguna parte con los ojos medio velados por el aburrimiento. En el estudio no se estaba mal. Gestalgar se alargaba hacia la madrugada, como un esqueleto de dinosaurio sin ganas de moverse. En la cabina que hay junto al ayuntamiento un tipo gritaba como si quisiera que desde el otro extremo lo oyeran sin necesidad del teléfono. En el Hogar del Jubilado juegan al bingo y sale hasta la calle Larga una retahíla de números cantados a ritmo de bolero antiguo o cántico de iglesia en emperifollada misa de domingo. Entonces empezó Bonnie and Clyde en el televisor y los ruidos del mundo se apagaron, como cantaban hace siglos Los Gritos después de ganar el Festival de Benidorm con “La vida sigue igual”. Ella es rubia, se llama Bonnie Parker, y se remueve en su habitación con una pinta clara de vida insatisfecha. Mira por la ventana y ve a un joven que tiene toda la pinta de estar robando un auto. Su nombre es Clyde Barrow -eso le dirá a la chica- y responde haciéndose el tonto cuando la joven le increpa desde su observatorio. Poco después pasean contándose mentiras sobre sus vidas. Tienen los dos poco más o menos veinte años.
Las películas cuentan historias verdaderas. Aunque estén llenas de mentiras. La escritura de ficción crea dos mundos aparentemente enemigos que discurren en paralelo hasta que convergen finalmente en esa cualidad tantas veces indomable de lo real. Cuando vi "Bonnie and Clyde" por primera vez yo tenía más o menos la misma edad que ellos. Durante muchos años sólo recordaba que él siempre llevaba una cerilla en la boca y ella salía vistiendo unas enaguas amarillas que hacían juego con sus cabellos. Era hermosa de la hostia. Una pareja de guapos. Poco después de aquel primer encuentro, apenas unos minutos más tarde, el chico lleva a cabo el primer atraco. Antes había presumido delante de la chica de ser un atracador solvente. Ahí empiezan su vida de delincuentes, su historia de amor, la desesperada búsqueda de un lugar en el mundo justo en unos momentos en que eso resultaba difícil porque el mundo de los americanos estaba hecho mierda por la depresión de 1929. Entra Clyde a un banco, se acerca al cajero y le dice que le dé todo el dinero. El hombre se descojona de la risa. En la caja fuerte sólo hay telarañas. No era como aquí ahora, con la recesión económica. Los pobres son más pobres y Botín y sus colegas siguen nadando en la abundancia. Bonnie y Clyde roban coches. Duermen en hoteles ruinosos. A veces intentan hacer algo más que dormir y la cosa no funciona. A Clyde le gustaría ser un hombre de verdad, más o menos eso le dice a Bonnie. Ella rodea el cañón de la pistola con la mano, como en una caricia al sexo imposible del amigo. A esas alturas de la película, Clyde Barrow y Bonnie Parker eran ya Warren Beatty y Faye Dunaway. Y todos nos habíamos enamorado de la chica en enaguas amarillas que hacían juego con sus cabellos. Ahora mismo el ruido a deshora de las motos que atruenan la calle no es nada porque se lo traga Faye Dunaway y lo convierte en humo.
A la pareja se han unido el chico de la gasolinera, el hermano de Clyde y su mujer. Siguen su vida de atracos, su decidida vocación de hallar un sitio donde no se sientan una mierda. Cuentan las crónicas que robaban a los ricos y ayudaban a los pobres. Eso no se ve muy claro en la película, en alguna escena suelta sí, pero no se ve muy claro. La policía se vuelve loca en su búsqueda y captura. Salen en los periódicos esa búsqueda, las hazañas de los atracadores, la rabia de los guardias al ver cómo se les escapan una y otra vez. Sólo la traición acabará con ellos. Una emboscada. Ahora se cumplen setenta y cinco años. Ametralladoras en todos los ángulos. Antes, en otro escenario, han caído el hermano y la cuñada. El chico de la gasolinera se queda en la penumbra de la delación, muerto de vergüenza. Los disparos. El coche hecho un coladero. Como los cuerpos que se mueven igual que muñecos articulados. Las contracciones del orgasmo que un rato antes han alcanzado Bonnie y Clyde. Era el 23 de mayo de 1934. Seguían teniendo más o menos veinte años.