CON ESA SAÑA IMPLACABLE DE LOS ENEMIGOS

 

Lo decía la semana pasada en las páginas vecinas mi querido Abelardo Muñoz: las historias están en la calle y no se consiguen cazando moscas en los estudios protegidos por el aire acondicionado. Este verano, de momento, sigue siendo el del caso Gürtel. Tal vez cuando salga esta Turia (ya es viernes), el juez Flors haya dicho esta boca es mía en el asunto que tiene a cuatro grandes jefes del PP valenciano vestidos para la ocasión: archivo de la causa o juicio con jurado para ver qué ha habido de soborno en el regalo de los famosos trajes. No sé por qué el juez no ha admitido a trámite la posibilidad de investigar las empresas de la trama: él sabrá. Pero yo creo que hay suficientes datos para abrir por ahí una brecha, sensata y necesaria, en la oscura singladura textil de los cuatro imputados. A ver qué pasa, pues, y a ver si la justicia acierta en su diagnóstico y sentencia de acuerdo a lo legal. Y digo de acuerdo a lo legal porque últimamente los jueces que más mandan se han salido por la tangente en el asunto del aborto simplemente porque el presidente del Consejo General del Poder Judicial se ha alineado, con su voto decisivo, con el sector más reaccionario de la institución. Lo más curioso es que el hecho de que ese juez esté donde está fue cosa del presidente Zapatero: menudo ojo tiene el presi para algunas cosas, menudo ojo. O sea, que eso: igual esta semana se aclara algo del galimatías político-empresarial que está haciendo furor en todo el país desde hace unos meses.
Mientras tanto, la ciudad de Valencia se ha convertido en un campo de batalla entre los autos, los peatones y las excavadoras. No hay manera de circular por ningún sitio. Ya queda poco para abandonar del todo esta urbe con más agujeros que un queso de gruyere (y disculpen ustedes la imagen tópica: será este calor asfixiante que quema las neuronas). Vivo casi nada aquí y lo poco que vivo es como si viviera en una emboscada permanente. Entre Valencia y yo hay una distancia irreparable de desencuentros y de espanto. Vivir lejos de ella, relaja. La sientes a esa distancia que te asegura una miaja de tranquilidad, que ejerce de coraza frente a los disparos que salen del ayuntamiento en la forma atrabiliaria del mal gusto, te hiere los ojos como si fuera la kriptonita que jode vivo a Supermán, te amenaza con que si no te vas acabará contigo más tarde o más temprano. Patear las calles, buscar el regazo amable de las plazas, perderte por sus laberintos como el flâneur de Baudelaire o Walter Benjamín se perdía por los pasajes de París: ahí te quiero ver, Abelardo, sin que se te coman el desespero y las ganas de venganza y acabes buscando el refugio del aire acondicionado en el estudio donde parimos historias inventadas o en la superficie climatizada de los grandes almacenes. No sé lo que es peor: si pasarte media mañana mirando videos y discos que luego acabas descargando de Internet o saltando charcos de inmundicia que los designios de Rita Barberá provocan en todo el trazado urbano para romper lo que puede haber de sosiego en los paseos por la línea de sombra que apenas se dibuja pegada a las paredes de las casas.
Para más recochineo, dicen los del ayuntamiento que esos desarreglos urbanos se pagan con los dineros del plan Zapatero. Es el colmo de la perversión de ese PP gobernante aquí a machamartillo y perverso hasta cuando duerme: “ya ven ustedes -nos dicen Rita y sus palmeros- para eso nos da el dinero el presidente del Gobierno, para jodernos el verano a los valencianos”. Vivir en este sitio es una heroicidad. Levantarte por la mañana, tomarte un café y salir a la calle es como amanecer en un territorio minado, y no sólo por los cañonazos de las excavadoras sino por los que salen envenenados de las gargantas de nuestros gobernantes. El verano en Valencia no debería ser ese territorio minado sino un parque lleno de verde donde caernos exhaustos de tanto pasear hinchados de felicidad. Ahí te quedas, Abelardo, querido amigo, yo me voy a inventarme algo al estudio de la casa en Gestalgar. Donde por cierto acaban de instalar un aire acondicionado que es la hostia. Invitado quedas. Y ustedes, si se dan una vuelta por mi pueblo huyendo de los edictos crueles de un ayuntamiento tomado con la saña implacable de los peores enemigos.