¿CUÁNTO SON CIENTO DOS AÑOS?

 

El viaje más largo del verano. De Gestalgar a Cadaqués. Casi seiscientos kilómetros. Los veranos se llenan de gente, de ruido, de una algarabía que invita a la huida. Por eso me meto bajo el caparazón de las tortugas, me echo tierra encima como los animales miedosos. El caparazón y la tierra son los libros. Ahí me escondo. En los libros. Los que escribieron los amigos (le debo respuesta a Alberto Gimeno por su espléndido Hotel Dorado), los que llegaron con otros nombres más o menos desconocidos, o ilustres, o ilustres desconocidos, que son los que más suelen gustarme. No puedes leer todo: cómo hacerlo si el día sólo tiene veinticuatro horas. A veces esponjas el grueso de las páginas, como me decía Manuel Rivas de una de sus novelas (la única gorda -magnífica, a pesar de su gordura- que ha escrito en su vida) y la lectura te cunde más, le sacas más partido en su lucha contra el tiempo. Me enrollo cuando hablo de libros. Y me salgo del relato. Esta semana se acaba El largo y cálido verano. Eso es lo primero que quería decir. Y lo segundo: que me fui a Cadaqués para estar un rato con uno de mis amigos más imprescindibles. El tío Zapatero. Se llama de verdad Vicente Vicente Ortiz y lo de tío Zapatero le viene de familia. Cuando nació hace casi ciento dos años ya lo llevaba puesto. Ciento dos años el próximo febrero. Nada menos. Alguna vez ya conté aquí algo de su vida.
Nació en Gestalgar. Era rojo. Sigue siendo rojo. Una noche de 1947 cruzó a nado el río Bidasoa y se fue a Francia. Allí vivió siempre. Allí vive su familia. Allí está enterrada Ángeles, su mujer. En Carcassonne. “Y a mí me enterrarán también allí, con ella y con mi madre, en tierra de la República francesa”. Dice más fuerte lo primero que lo segundo. En Cadaqués lo nombraron hijo adoptivo el año pasado, cuando celebraron a la vez su centenario. La República, sí. Y le digo: “¡joder, Vicente, pero con Sarkozy de presidente, menuda República!”. Se ríe. Se siente a gusto en Cadaqués. La gente lo conoce. Se le acerca una familia en el quiosco de la prensa. El niño, que apenas levanta dos palmos del suelo: “¡tío Vicente!”, grita. Es la hostia, este hombre. Camina aprisa, nos deja atrás, apoyado en su garrote de madera rugosa. Hay una feria artesanal en el paseo. Un joven que talla figuras de madera repara en la insignia republicana que siempre lleva plantada en la chaqueta: si quiere le grabo su nombre en el bastón. Lo mira con ojos de niño agradecido: pues claro. Y cuando acaba es el chaval quien da las gracias: “los jóvenes no estamos siendo agradecidos con ustedes”, le dice. Con ese ustedes quiere decir la memoria de la dignidad, el silencio que durante tantos años cayó impunemente sobre quienes perdieron aquella guerra que empezaron los fascistas contra la República. Y la ganaron. Y la siguen queriendo ganar con sus soflamas ultramontanas al calor de una democracia en la que no creen pero los dota de legitimidad, de esa obscena legitimidad que presumen quienes viven anclados y tan a gusto en las ideas fachas de sus antepasados políticos y familiares. Por la tarde vamos al Cabo de Creus. La belleza absoluta no existe. Pero si existiera estaría en el Cabo de Creus, apenas veinte minutos desde Cadaqués. Una multitud se acerca a la punta más al Este de la península para ver amanecer el primer día del año. “Tenemos que volver entonces”, le digo. Y pone otra vez cara de niño grande, como si en vez de los arrecifes marrones con unos extraños dientes blancos estuviera viendo lleno de sorpresa las luces desconocidas que brillaban aquella noche antigua en las aguas miedosas el río Bidasoa. De regreso pasamos por la fiesta de aniversario del Bar de Dalt. Cumple veinticinco años. Al lado mismo de su casa. Lo regenta la familia del alcalde, el joven Joan Borrell, de ERC, que desde bien niño sabe quién es ese vecino al que él mismo y sus compañeros del ayuntamiento rindieron homenaje hace un año. ¿Cuánto son ciento dos años? No lo sé. Muchos. La República, su vieja Segunda República, no duró tanto. No la dejaron los fascistas. Pero él la siente como si estuviera viva. Y la lleva con él a todas partes. A todas horas. Siempre.