EL CINE, LA VIDA Y UN CRUASÁN FRANCÉS

 

Los cines de antes han desaparecido. En el lugar que tantos años ocuparon los sueños de varias generaciones hay ahora cristaleras ahumadas donde se pudren los oficinistas. O tiendas de ropa. O nada. Porque los espacios que sustituyen a los cines de antes son no espacios, como los geriátricos o el Hogar del Jubilado. En Gestalgar teníamos el Cine Musical, un edificio marrón, sin adornos, cuatro paredes lisas y un techo de hojalata. No hace mucho lo derribaron con premeditación y alevosía y ahora hay un solar lleno de matojos y hierros retorcidos que desdicen con una crueldad obscena la vida irrepetible que hubo en sus entrañas. Los cines de antes han desaparecido pero las películas que ocuparon sus pantallas siguen vivas. Las ediciones que se venden en las tiendas, las descargas de Internet, el papel fantástico de la Filmoteca: ahí se hacen visibles las viejas películas que a lo mejor sin que lo supiéramos del todo nos hicieron felices. Todas esas películas están juntas en una casa de Valencia. Lo supe por casualidad hace unos meses.
En el bar Vía Florencia de la calle Vall de la Ballestera, frente al hospital 9 de Octubre, sirven unos cruasanes riquísimos. Como si fueran franceses. Yo vivo cerca cuando estoy en Valencia y una mañana entré por puro azar a desayunar. El hombre de la barra dice que se llama Antonio y que su mujer es Vicen, que va de acá para allá colocando cosas en su sitio: una vez me hiciste una entrevista en la radio, asegura. ¿Ah, sí? Fue en Ràdio Nou, aclara. Joder, pues no hace tiempo de eso. Veinte años por lo menos Me pregunto si sigue existiendo Ràdio Nou. A saber. Un día lejano, pues, entrevisté a Antonio Domínguez en la radio. ¿Y por qué?, le pregunté la mañana en que descubrí sus estupendos cruasanes. Por el cine. Por la música de cine. Ahora colecciona películas. Muchas películas. Casi todas las películas del mundo las tiene Antonio en su casa.
Es como recuperar aquel tiempo en que cuando era crío se pasaba las tardes en el cine Majestic, en el Torrefiel, en la sala de los Salesianos donde vio por primera vez “Los cañones de Navarone”. Le gustaba conocer y quedarse con los títulos de las películas, el año de su producción, los nombres de los protagonistas. Hasta se atrevió cuando tenía dieciocho años a escribir un Diccionario del Cine Italiano: es mi favorito, el cine italiano, afirma. Y la música de las películas. Algo preparó para la Mostra. Creo que fue ése el motivo de la entrevista en que según él nos conocimos y que por allí andaba también un viejo amigo, Juan Sáiz. Le chifla Ennio Morricone. Sobre el compositor italiano publicó en 1987 un libro que fue presentado en Sevilla por la Fundación Luis Cernuda. Ya ha llovido desde entonces. Sobre todo han llovido películas que inundan cada día más la inacabable colección que atesora desde hace muchos años. Más de 6000 películas, exactamente 6208. Todos los géneros. Todas las nacionalidades: sobre todo italianas. Pero también el western americano completo, el policial (incluidos casi todo el francés y el inglés, aparte del americano). Se le pone cara de felicidad cuando habla de sus posesiones preferidas, sus rarezas: “M”, de Losey, “Matanza en la Décima Avenida”, “Yo fui un comunista para el FBI”, “Mafioso”, de Alberto Lattuada, con guión de Azcona, “Un aller simple”, de José Giovanni, “Arenas del Kalahari”, de Cy Enfield. Pero tiene una espina bien clavada: las películas que no tiene y no encuentra en ningún lugar del mundo: “El sabor de la violencia”, de Robert Hossein, “Sorge, el espía del siglo”, de Yves Ciampi, “Magdalena”, de Jercy Kawalerowicz, “La steppa”, de Alberto Lattuada, “Maracaibo”, de Cornel Wilde. Y algunas más de difícil hallazgo.
Su relación con las películas la resume en una frase de Chaplin: quien ama el cine, ama la vida. A quien le interese el catálogo, no tiene más que solicitarlo (vicentamartinezsl@yahoo.com). Y puntualiza: no hay negocio en esta proposición. Sólo juntar a quienes sienten un amor infinito por las películas inolvidables. Los cines de antes han desaparecido. Hace muchos años Antonio Llorens y Pedro Uris rodaron un hermoso documental sobre esa ausencia. Pero las películas, aquellas viejas películas que nos hicieron felices, siguen vivas.