HACER CLIC EN EL MOMENTO JUSTO
Vayas donde vayas habrá gente haciendo fotos. Y más en el verano. En cualquier parte encontrarás una cámara y frente a ella alguien, algo, que ejercerá de modelo para el ojo pegado al visor. Clic. Ya está. Un clic. Dos. Tres. Cientos de imágenes que ocuparán las tripas del móvil o de las máquinas compactas hasta que sean descargadas en un ordenador del que no saldrán nunca. La pantalla será su tumba de colorines y de vez en cuando nos asomaremos a sus profundidades para jugar un rato con los artefactos del recuerdo. Las que hayan dejado de ser memoria para convertirse en nada tendrán un destino terrorífico: tecla de borrar y a tomar pol culo. Como Robert Capa y Gerda Taro no tenían ordenador poco pudieron borrar. Y gracias a eso, podemos disfrutar de su trabajo, de lo que es de verdad el oficio de fotógrafo. Fotografiar, para un periódico, para donde sea, es sacarle el alma a quien pasa delante de la cámara, al paisaje que se revuelca de miedo para no salir enmascarado y falso en un papel sin trucos ni traiciones. Las fotografías de Robert Capa y Gerda Taro, como las de tantos otros artistas de su género, arrancan de la realidad para tomar sin miramientos de ninguna clase la conciencia de quien las observa con el ánimo casi por los suelos. Las vi en Barcelona, esas fotografías, hace unos días. En el Museu Nacional d'Art de Catalunya. Y todavía ese ánimo no anda derecho del todo.
Hablan de la guerra. De la del 36 en España y de muchas otras. Las imágenes de Gerda Taro sólo de la de España. Las de Capa se extienden a otros conflictos bélicos, hasta el lugar mismo en que una mina lo levantó por los aires cerca del Río Rojo. Pum. Mierda. Año 1954. Mes de mayo. La muerte de Gerda Taro sucedió antes. Va en el estribo de un coche, en Brunete, un tanque republicano choca contra el auto. Y ella va a parar bajo la cadena del tanque. Chaf. Mierda. Año 1937. Mes de julio. Dos vidas que anduvieron juntas mucho tiempo. El amor. La fotografía. Las ideas que los mantuvieron leales a la lealtad republicana en la guerra que organizaron los fascistas. Las guerras no se acaban nunca. Que nos lo pregunten a nosotros: los que la ganaron siguen vivos y jodiendo la marrana contra la democracia, amparado precisamente su partido primero de la oposición en la cobertura que incluso a sus enemigos ofrece esa democracia. Las imágenes de Gerda Taro y Robert Capa las había leído antes en dos libros extraordinarios. Uno: "Capital de la gloria", de Juan Eduardo Zúñiga, libro de relatos del mejor escritor de la memoria de aquella época que ha dado este país. En ese libro hay un relato que te deja sin resuello: "Ruinas, el trayecto: Guerda Taro". “Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño, y será un tiempo del que no convendrá acordarse”. Así empieza. Una indagación. La búsqueda de una supervivencia imposible por el Madrid de 1937. Los caminos trillados por las bombas. Como escribía Ángel González: “murió quien pudo,/ quien no pudo morir continuó andando”. El otro libro, recientísimo: "Esperando a Robert Capa", de Susana Fortes. Otra indagación. La búsqueda de la vida que hay en la aventura. La fuerza del azar. El encuentro casual de la escritora con una fotografía: Gerda Taro vistiendo el pijama de su novio Capa en la cama estrecha de un cuarto de hotel. Y de ahí a la escritura de una novela fantástica. Los años juntos. Los años en que eso ya fue imposible porque la muerte es el punto de no regreso, como las guerras. Lo dice Susana Fortes en el cierre de su libro magnífico: "una guerra es un lugar del que nadie regresa nunca del todo".
No basta con echar mano de la cámara y apuntar a lo que tenemos delante. Hay que saber mirar. Y hacer clic cuando toca. Nunca antes. Nunca después. Sólo cuando toca. Lo sabían Robert Capa y Gerda Taro. Eran muy jóvenes. Poco más de veinte años en aquellos tiempos. Ella murió con veintisiete. Él con cuarenta y uno. Estaban donde tenían que estar. En alguna ocasión fue la ciudad de Valencia uno de sus destinos. De aquella Valencia no queda nada. Vestigios que a trancas y barrancas alguna gente se empeña en conservar para que no se pudran en el olvido. Las autoridades que nos gobiernan aquí ganaron la guerra en 1939. Y eso, su obscena condición de vencedores contra la democracia y su memoria republicana, no lo olvidan ni por dios.