PAISAJE HUMANO CON EL ORGULLO AL FONDO

 

El verano te lleva de un sitio a otro. A veces esos sitios están lejos. Otras veces es como si no te movieras a ninguna parte y delante de los ojos se te aparece el mundo entero, como contaba Borges de aquel punto insignificante, medio invisible, que se convertía en el centro de todo el universo. Las carreteras te llevan de un extremo a otro del planeta, como las que se recorren Bruce Springsteen y U2 para embolsarse una cantidad de pasta que llenaría de envidia a cualquier crisis. Pero hay otras carreteras que te llevan cerca, a los pueblos que amas, a la gente que los habita y que forman parte imprescindible de tu vida. Están ahí, en el mapa donde se dibuja, más que la geografía de los sitios, esa vocación irrevocable de juntar en una crónica como ésta todos los afectos. Antes de este relato de verano ya existía Yátova. Y antes, también, un libro que la cuenta toda entera y su historia. Yo ando por allí de vez en cuando, bastante, y en las páginas de ese libro magnífico que ha escrito Miguel Tórtola he regresado a los lugares que para todo visitante de la Hoya de Buñol han de resultar imprescindibles.
Un pueblo está hecho de historias antiguas y de otras que se fueron añadiendo a la aventura imparable del tiempo que transcurre sobre los caminos y las casas. Y en los cruces de esos caminos siempre encontraremos gente dispuesta a contar lo que sucede en esos cruces llenos de memoria. En Yátova vive con toda el alma esas ganas de contar la historia de su pueblo la Asociación Cultural el Maciz. A dos por tres montan saraos que tienen que ver con esa cultura concebida desde el compromiso. Aunque vayan a contracorriente y a contratodo porque el ayuntamiento gobernado por el PP no les hace ni puñetero caso. Precisamente el otro día pude leer en una hoja editada por esa Asociación lo que hacen y lo que un ayuntamiento que debería ser de todo el pueblo les escamotea. En el libreto de las fiestas, que recoge las palabras de todas las entidades locales, no se han admitido las de “el Maciz”. Pero ya sabemos que hacer cultura no es fácil y aún menos cuando tienes enfrente a esos enemigos acérrimos que siguen viviendo como si Franco no se hubiera muerto hace treinta y cuatro años. Allá esos tipos que vienen de lo autoritario y yo me quedo con la vida que se respira libre y limpia en ese pueblo.
En las páginas del libro “Yátova Orígenes” está todo. Y en las afueras de esas páginas también podemos perdernos por los itinerarios de una belleza incomparable, como dirían los mantenedores cursis que presentan en los pueblos a la Reina de las fiestas. La mezcla del pasado y el presente. La memoria y lo que ha ido quedando de ella en la conciencia de la gente. La memoria de lo de antes, como escribe Philip Roth: “Estar vivo es estar hecho de recuerdos”. Una fotografía es la huella de lo antiguo y también una referencia donde mirarnos para conservar el orgullo de una identidad que está hecha de alegrías y temblores. No podemos pasar de largo, en pleno casco urbano, del Pozo de la Nieve. Ni ignorar ese pedazo de leyenda que encierra la Cueva del Buey de arroz. Ni ese toro de cartón-piedra y tela que la tradición ha recuperado en su recorrido desde la parte alta del pueblo hasta la plaza. Ni esa piedra grande con forma de cabeza de caballo que sirve de entrada a la Cueva de las Palomas, llena, como otros enclaves yatoveros, de restos arqueológicos. Ni despistarte cuando se trata de gozar a tope con la enorme belleza de Mijares: el Cantal, el Pocico Valentín, Tabarla, esas “casillas de monte” donde es costumbre acudir en Pascua y algún domingo a devorar la gachamiga, el rin ran o los gazpachos. Esos itinerarios tan cuidados por el Grupo Excursionista de Montaña Atava. Y sobre todo, la joya de la corona: el Motrotón. Lo dicen los del pueblo: “no eres de Yátova si no has subido al Motrotón”. Desde allí se ve el mar y toda la Hoya de Buñol. Y allí, en su cumbre achatada, regresamos a lo de Borges: los sitios no son grandes ni pequeños, su nobleza no depende de sus dimensiones sino de la nobleza de sus gentes. El Motrotón, en Yátova, es el símbolo de esa nobleza. Se lo digo yo, que este verano ha elegido las carreteras cortas, esas carreteras que te llevan a los sitios más cercanos, o sea, a los más grandes y más imprescindibles.

ARTA partes.