AZUL OSCURO MÁS QUE NEGRO

El verano es azul. Pero sus protagonistas no son adolescentes ni van en bicicleta. Los protagonistas de esta nueva serie veraniega tienen pinta de chulos y se desplazan para correr sus aventuras en coches oficiales. Visten trajes entallados, lucen moreno rayos uva y miran al mundo con un desprecio que les llena de orgullo. Es el orgullo obsceno de quienes ostentan el poder sólo para dejar la democracia en un hilillo apenas con vida, y las cuentas corrientes suyas y de sus amigos llenas de cifras que provocan escalofríos. No es normal empezar así esta sección de Turia, que ya dura no sé si una docena de años y habría de tener un colorido y una ligereza dignos del tiempo mediterráneo que disfrutamos veraniegamente en esta tierra. Pero es lo que hay. No todos los días dimite un presidente de gobierno y el verano azul que empezó a teñirse de oscuro en febrero del año 2009 ha acabado siendo más negro que los ángeles de Machín. Dos años y medio de marrullería política, de despotismo facha, de mentiras a destajo. Es lo que hay en este verano de 2011.
La política que practican algunos individuos debería estar penada con la cárcel. Con una cárcel larga que asegurara por una parte la tranquilidad de la ciudadanía y, por otra, el fin de la impunidad que disfrutan incomprensiblemente algunos de sus principales protagonistas, unos protagonistas que en vez de políticos elegidos democráticamente en las urnas parecen personajes de la mafia siciliana. Si Eduardo Zaplana dejó bien alto ese listón, ha sido febrilmente superado por su sucesor. Y eso que Francisco Camps, ese sucesor, accedió al puesto para poder ser manejado a su antojo por el ahora alto mandatario en Telefónica. Cuánta risa nos daba que el mismísimo Zaplana se refiriera a Camps como Forrest Camps. Tiempos aquellos en que el de Benidorm no había calado -tan listo como era- la auténtica dimensión moral de un heredero con pinta de inapetente, de monje trapense oliendo a sacristía, de recién llegado a la política aunque lo mismo que su mentor no hubiera pegado palo al agua en toda su vida, ya que su único oficio conocido había sido el de político profesional. Ahora, ocho años y dos meses después de su llegada triunfal a la Presidencia de la Generalitat, el monje trapense de misa semanal (y bastantes veces también diaria) dimite de su cargo porque no ha podido soportar el vocerío (dentro y sobre todo fuera del PP, su partido del alma, como el Bigotes) que le instaba a dejarlo todo y volver a casa, como los turrones cuando llega la Navidad.
La despedida de Camps ha sido patética. Ha hablado de sacrificio ignorando aposta que a un político no se le exige sacrificio sino eficacia y decencia. Y visto lo visto, Camps no ha sido eficaz (deja la deuda valenciana en el punto más alto del planeta) y según el auto del juez Flors puede ser considerado simple y llanamente un delincuente. Para completar el panorama de la indecencia, ahí tenemos a Rajoy, el jefe del clan de los sicilianos: dispuesto a todo con tal de salvar su campaña electoral sin Camps en el banquillo de los acusados. Me vienen a la cabeza las palabras de Juan Gelman: “Yo no sé qué hacer para que salgas de mí y por fin te vayas”. Y el resto del coro plañidero, con González Pons a la cabeza. Qué individuo tan despreciable. Intentó como nadie que Rajoy expulsara a Camps desde el primer momento y ahora llora como un hipócrita y dice que Camps volverá a las filas del PP por la puerta grande. Lo que decía Quevedo y yo lo recreo a mi manera: la vida es una mezcla de lágrimas y mierda.
Verano azul oscuro, más que negro para algunos. Sobre todo para Camps. Ahora que ya no puede repartir prebendas entre los suyos, es un cadáver político, un alma en pena que vagará por los pasillos de su partido como un ridículo fantasma. Nadie lo quiere ya, como cantaban Los Brincos cuando éramos jóvenes. Que ustedes lo pasen bien a pesar de la crisis infinita. Aquí, al lado de esta primera y atípica columna estival podrán disfrutar con la que desde el primer día compartido escribe mi entrañable, necesario, Abelardo Muñoz. Gracias una vez más por la dulce compañía. La del amigo y la de ustedes. Gracias.