TODA UNA VIDA, COMO EN LOS BOLEROS
Yo iba cantando mi sueño por el camino perdido.
Juan Ramón Jiménez
Más allá de lo que recordamos no hay nada. O muy poca cosa. Poco a poco nos vamos convirtiendo en memoria. Los sitios son la vida que habita en sus casas, que recorre sus calles, que escarba en lo más profundo de su historia y acabará confundiéndose con esa historia, con aquellas casas y las calles de siempre. Al final se nos pone cara del sitio al que pertenecemos. Precisamente eso, el sentido de pertenencia no nos lo quita nadie. Es cierto que eso de no ser de ninguna parte tiene un fondo de verdad, aunque sea como ejemplo a veces de la gran literatura. Pero al cabo, siempre hay algo en nosotros que nos liga más a una tierra que a otra, a una gente que a otra. Y lentamente, con esa parsimonia de tortuga que impulsa las grandes decisiones, acordamos el punto del planeta al que pertenecemos. Ese punto es para mí la Serranía. Los pueblos de aquí arriba son los míos. Y mías también son sus gentes. De la misma tierra, de uno de esos pueblos, se siente Manuel Pérez Cubells. Hablo de Alcublas. Allí nació en 1917. ¡Cuántos años han pasado desde entonces! Un millón. Por lo menos.
Un día quiso ser maestro de escuela. Y se fue a Valencia para estudiar la carrera. No pudo. La sublevación fascista de 1936 partió por la mitad su tiempo, los sueños de juventud, lo que quería ser para mejorar el mundo de entonces. La guerra vino después y alargó más todavía aquella brecha entre lo que quería ser Manuel y lo que tuvo que ser con el paso de los años. La FUE fue su primera devoción. Y después las Juventudes Socialistas. Y las Juventudes Socialistas Unificadas. Mientras tanto, duraba la puta guerra que empezó porque al fascismo nunca le cayó bien ninguna libertad que no fuera la que permitiera obscenamente sus desmanes. Se mamó tres años de cárcel de los doce que le habían caído por estar al lado de los vencidos. La Segunda República. El final de un sueño. La barbarie inacabable de la dictadura franquista. Y todavía hoy vemos en todas partes, en nuestra tierra, en nuestros pueblos, cómo hay gente que admira a los protagonistas de aquella barbarie. Pero toda esa villana singladura no impidió que Manuel se volcara en su gran pasión: Alcublas. Y funda con otros paisanos la Colonia Alcublana en Valencia. Más tarde organizaría la Unión Democrática de Pensionistas y el Partido Socialista en su pueblo. Tiene ahora mismo el título honorífico de Socialista Histórico. Pero entre todos esos méritos hay uno que para mí lo sitúa en la estratosfera del reconocimiento. Un sencillo lugar. El camino por donde Juan Ramón Jiménez hacía discurrir uno de sus versos. Ese camino que es el itinerario por donde los sueños se consiguen o se descalabran para siempre. Una carretera. Una simple carretera de montaña.
Casi ciento cincuenta años lleva la Serranía exigiendo la mejora definitiva de la carretera que junte dignamente los pueblos de Villar del Arzobispo, Andilla, Alcublas y Oset. Cuatro pueblos. Una salida digna al extrañamiento geográfico. Y ya sabemos que todo extrañamiento es una lejanía moral inaceptable. Toda la vida lleva Manuel Pérez Cubells gritando, escribiendo, contando a quien quiere escucharle (yo lo hice siempre, sin perderme uno solo de sus acentos) que los derechos de los sitios pequeños son los mismos que los de las grandes ciudades. Ahora tiene la friolera de 94 años. Y sigue con sus mismas pasiones de juventud: la libertad, la democracia, la querencia ilimitada por su pueblo y por la Serranía. Por eso hace unas semanas se le tributó en Alcublas un homenaje. Lo organizaba la Asociación Cultural Las Alcublas. Y se sumaron el ayuntamiento y diversas asociaciones locales que quisieron mostrar su gratitud a un tipo extraordinario. Yo estaba lejos esa tarde de sábado. Pero era como si estuviera allí mismo. Con mi admiración entusiasta a ese personaje inigualable y a un pueblo que cada vez siento más cerca entre mis pasiones de siempre, escribo esta crónica. A ustedes igual les importan menos que nada mis pasiones. Pero eso no impide que yo se las cuente de vez en cuando. Gracias por estar ahí, por eso mismo y a pesar de todo.