TRÍPTICO DEL DESASOSIEGO

De manual freudiano.- Europa no existe. Es un invento de los ricos para que los pobres disfruten con ellos en plan voyeur, como disfrutan las masas miserables leyendo el Hola. Los miserables países eufemísticamente llamados europeos se humillan lastimosamente ante la soberana intimidación que provocan Merkel y Sarkozy. Por eso en esta España dolorosamente crepuscular se acaba de reformar la Constitución (les juro que acabo de cometer un error de teclado y había puesto “Prostitución” en vez de “Constitución”). Algunos de quienes votaron esa llamada Carta Magna en 1978 y quienes no la votamos venimos exigiendo cambios profundos en su contenido desde hace milenios. Nos hemos quedado con menos voz que Julio Iglesias y no hemos conseguido nada. Cualquier referencia a esos posibles cambios era interpretada, entre otras cosas, como una artimaña para cargarnos al Rey. El caso es que la Constitución siguió su andadura con la mitad de los derechos ciudadanos consignados en su articulado sin cumplir. Sin embargo, ahora y de un plumazo, en uno de esos sueños goyescos que le acuden últimamente a Rodríguez Zapatero, se ha consumado la atrocidad: hay que dejar claro en ese articulado que nadie que maneje cuentas públicas se podrá endeudar más de lo debido. ¡Hostia, ¿y para eso hace falta reformar la Constitución?! Por ejemplo, en nuestra tierra: basta con meter en la cárcel a los causantes de Terra Mítica, la Copa América, el Ágora y el Palacio de las Artes, la Ciudad de la Luz, la nonata Ciudad de las Lenguas, el circuito urbano de Fórmula 1 en Valencia, el aeropuerto de Castelló de la Plana y la nutrida nómina de responsables municipales y autonómicos que se han forrado con sus negocios personales a cargo de la caja de los contribuyentes. Una cosa es que una institución pública se endeude para que la ciudadanía goce de sus derechos más imprescindibles y otra muy diferente que los gobernantes de esa institución vacíen las arcas públicas para gastarse el dinero en caprichos y en pagar favores empresariales a sus formaciones políticas. Y otra cosa sobre este punto: es de manual freudiano la insistencia de Zapatero en joder a su partido. ¿Hacía falta a estas alturas de la agenda política darle más votos al PP el 20-N con esa mierda de reforma constitucional? Pues eso.
La mano que mece al sucesor.- Se fue Camps y llegó su sustituto. Ha cambiado las formas Alberto Fabra. Todos dicen que algo es algo. Algunos medios lo ponen por las nubes. No sé por qué. Ha dicho unas cuantas cosas: pura y obligada retórica de recién llegado. Ha recibido oficialmente a la izquierda política. Ha dicho que recibirá a la Asociación de Víctimas del Metro para explicarles lo que ha hecho el gobierno del PP por sus preocupaciones. La gente de esa admirable Asociación lo dice y yo lo repito aquí: no ha hecho nada, así que a inventarse otra cosa para la entrevista futura porque para decir tonterías no hace falta ninguna reunión. El primer reto del nuevo mandatario ha quedado en más de lo mismo: el censor primero de RTVV, José López Jaraba, ha sido ratificado en el cargo. A ver si la nueva configuración de les Corts Valencianes da juego y se le pone nervioso para ver si Forrest Camps se ha muerto de verdad o ya tiene la mano del sucesor para escribirle sus discursos de ultratumba.
Los del cinismo facha.- No sé si Rajoy habrá leído las novelas de Michel Houellebecq, el maestro ultramoderno del cinismo facha. Por la pinta, el comandante en jefe del PP lee poco. En todo caso, el cinismo es su mejor escuela. Decía el otro día, hablando de la reforma constitucional y de las medidas anticrisis de Cospedal, que era necesario “sanear lo público”. Y contaba que Castilla la Mancha está hecha unos zorros después de sufrir tantos años de gobiernos socialistas. Le hubiera tirado un zapato si llego a estar delante cuando dijo eso. No sé si le suenan los nombres de sus colegas Carlos Fabra, Rita Barberá, Francisco Camps, Alfonso Rus, Eduardo Zaplana… Hecha unos zorros está la economía pública valenciana por culpa de los choriceos de los suyos. Y es que la influencia de Houellebecq es tan alargada que alcanza incluso a quienes no lo han leído. ¡Señor qué cruz!