COMO EN LOS CASERONES DE EDGAR ALLAN POE
Muchos finales ya están anunciados en su principio. No me lo invento yo. Se lo inventó el poeta Eliot y tenía más razón que un santo. En 1989, creo que era octubre, inició su andadura el ente público RTVV. La radio y la televisión autonómicas. La maquinaria se ponía en marcha y creíamos que vivir aquella aventura valía la pena: por lo que tenía de experiencia profesional, de coherencia política, de abrir puertas a una cultura universal a partir de la nuestra más propia y vehicular esa cultura a través de una lengua que a mucha gente le sonaba a chino. Pronto veríamos que el valenciano era censurado si no se parecía al de Unión Valenciana y que la programación televisiva -salvo unos informativos dignos- la dictaban el gusto hortera y populista de González Lizondo y sus ejércitos de choque. Jodidos comienzos. Yo anduve por la radio un año. Otros colegas se fueron o los echaron antes. El oxígeno faltaba porque el jefe de todo, Amadeu Fabregat, lo dosificaba como el riego por goteo desde su despacho orwelliano de Burjassot. El cinismo y una profunda sensación de fraude dominaron aquel período socialista en la RTVV y sirvió de base para que la llegada del PP tuviera un anclaje desde el que poner en marcha y afianzar despóticamente su política de exterminio.
Los nuevos tiempos ya eran viejos cuando Zaplana decidió convertir RTVV en su gabinete de prensa. La oscuridad del cuarto de las ratas se fue llenando de los profesionales más comprometidos, el silencio imperaba en todas partes y el poquísimo aire que había dejado Fabregat despareció del todo con los primeros designios de un presidente que debería estar todavía en la cárcel y se salió de rositas sin que un mal juez lo sentara en el banquillo. La cosa no mejoró con su sucesor, Francisco Camps, sino todo lo contrario. La megalomanía del nuevo mandatario, que crecería ilimitadamente en su etapa barbitúrica de la Gürtel, empujaba a Canal 9 y Ràdio Nou a la quiebra económica. Por no hablar de la rotura moral que tendría lugar conforme avanzaba el tiempo de corrupción que el PP, con Camps, Carlos Fabra y Rita Barberá a la cabeza, extendía con fiereza allá donde alcanzaba su poder sin lugar a dudas absoluto. La estructura de RTVV se resquebrajaba y las grietas se taponaban con una amalgama de productos que al final tenía la viscosidad y colorido de la mierda. El director general, Pedro García, resultaba implicado en la trama del Bigotes y el segundo de a bordo, Vicente Sanz, imputado por un delito de acoso y otras vejaciones a tres periodistas de Canal 9. Lo cesaron pero se fue a casa con una buena pasta en los bolsillos.
Mientras tanto, la audiencia desaparecía. El dinero se dilapidaba y las empresas amigas del PP se ponían las botas con el despilfarro de dinero público que crepitaba en los despachos de RTVV. La plantilla se inflaba con los chupópteros del partido. Cientos de esos chupópteros encontraron acomodo en tareas que antes desempeñaban solventes profesionales en cualquiera de los cometidos que exigía una información decente. En el silencio y la oscuridad del cuarto de las ratas ya no cabía más gente. El buen periodismo, la buena administración, no importaban. El delirio de Zaplana se veía reflejado con cristal de aumento en los que prodigaban a todas horas Camps y sus secuaces. La ruina ya no tenía remedio. El olor a podrido salía por todas las canaleras de Burjassot y la Avenida de Blasco Ibáñez: Canal 9 y Ràdio Nou eran ya como esos viejos caserones de Edgar Poe, con las telarañas colgando del techo y con puertas falsas por donde poder escapar impunemente los autores del crimen. Ahora más de mil profesionales se irán a la calle. Entre esos profesionales habrá mucha gente decente y también chupópteros de los que encanallan un oficio que nunca debería renunciar a la dignidad. Es el paso previo a la privatización. Ya dije que los finales están contenidos en su principio. El final de RTVV está ahí porque empezó con mal pie y sobre todo -como se demuestra en los últimos tiempos- porque en esta rara democracia no está prohibido que gobiernen los chorizos. Ojalá esta historia tuviera un final distinto al anunciado. Ojalá.