LA POLICÍA, EL LECHERO Y UN CORO POR BULERÍAS

¿Por qué el dinero ocupa un lugar tan grande en lo que hacemos, en lo que somos, en lo que nos convertiremos?
Jean-Luc Godard El desprecio

Se acabaron las canciones del verano. Ahora mismo el único estribillo que suena es el de la crisis y las amenazas del Banco Central Europeo. Más asfixia para quienes no tuvieron ninguna culpa en la bancarrota de los bancos y el despilfarro delictivo de los gobernantes. Los tres jinetes del Apocalipsis, según las últimas encuestas: el paro, la economía y los políticos. Llegamos a los seis millones de personas sin trabajo. Hay en el mapa del desastre un millón setecientas mil familias con todos sus miembros en paro. Los desahucios siguen celebrándose con aplausos en los despachos financieros. El cinismo nos gobierna y al final esto será un clamor de guillotinas a manos de la desesperación. Ya se han puesto a la faena las fuerzas mediáticas y las políticas medrosas de este país: ojo, mucho ojo con la violencia de los pobres. La violencia de los pobres a la cárcel, vienen a decir. Y se quedan tan anchos. Los violentos son quienes entran en un supermercado para llevarse comida. Pero para esos sinvergüenzas de la prensa y la política los chorizos de Bankia y la CAM y los defraudadores que se han llevado sus millones al extranjero antes y durante la crisis económica no son violentos sino auténticos modelos de comportamiento cívico y ejemplo ciudadano. ¡Qué mierda de país, qué puta mierda de país!
Acabo de leer una vieja novela de Jean-François Vilar, uno de los escritores policiales que más amo. Se titula Estado de sitio y uno de los personajes pregunta: “¿Conoces a personas honestas que posean miles de millones?” Yo contesto, y seguramente también ustedes: pues no, claro que no. Sin embargo, esa gentuza es la buena, la que nos regaña cuando nos ponemos a defender nuestros derechos, la que nos da lecciones de moral desde sus púlpitos políticos y mediáticos. La que amenaza con asfixiar más aún la vida de la gente que no sabe de chanchullos financieros ni de ninguna clase. Ahora se trata de quitar los cuatrocientos euros que ayudan a los parados de larga duración a no cortarse las venas. ¿Y a esa gentuza qué?: pues nada, a esa gentuza le importa un pito lo que pase con la gente que vive en la miseria. Se ríe esa gentuza como se reía en el Congreso de los Diputados cuando Rajoy anunciaba su programa del hambre hace unas semanas. Y se siguen riendo ahora porque al final de la corrida lo que les importa un pito es la democracia. Ahí está la madre del cordero, ahí está. La democracia. ¿Es esto una democracia de verdad? Se equivocaba quien dijo que en democracia, al revés que en una dictadura, si de madrugada llaman a tu puerta verás cuando abras que no es la policía sino el lechero. Y digo eso porque ahora mismo, si alguien llama a tu puerta de madrugada, cuando abras la puerta verás que no son la policía ni el lechero sino Angela Merkel y Montoro haciéndole los coros a Bisbal y Cospedal en Bulería.
Es lo que hay, lo que tenemos. Una democracia demediada, ridícula, engrasada con el padecimiento de quienes sufren los recortes impuestos por los ricos. La democracia del cinismo y no de los derechos que tantos años ha ido consiguiendo con su lucha la clase trabajadora. Ya ven ustedes, qué lenguaje más antiguo, anacrónico dirían esos que se la cogen con papel de fumar para mear con cursi delicadeza en sus tazas de mármol de Carrara. Clase trabajadora dice el antiguo del Cervera. Pues sí, eso digo y creo que eso es lo que hay: clase trabajadora y explotadores que disfrutan robando a toneladas el dinero de las cuentas públicas para engrosar sus cuentas corrientes personales transferidas, eso sí, a los bancos extranjeros. Patriotas de pacotilla. Lo que tenían que hacer esos patriotas de chicha y nabo para que podamos salir de la crisis es devolver el dinero que han robado y pagar a Hacienda lo que les toca. Seguro que la crisis que sufrimos sería menos crisis. Algún día habrá de llegar en que la justicia y la democracia funcionen de verdad y esos chorizos de guante blanco estén en la cárcel. ¡Qué alegría entonces, ¿verdad?, qué alegría!