MANUEL PERIS: ELOGIO DE LA JUSTICIA JUSTA
Hubo otros días de verano…
Patrick Modiano
Está siendo éste un verano aciago. Los incendios. La crisis. Los caretos de tanto canalla suelto por los telediarios. Las despedidas. En Montpellier se murió Nadia Lesouef y nos fuimos a la playa para dejarla mar adentro entre las olas de la noche: así lo quiso ella. Hace unos días pasaba por el mismo trance en Barcelona mi querido Paco Fernández Buey. Y a la vez que Paco y en Valencia también moría el magistrado Manuel Peris. Lo que está pasando con la justicia es curioso: era una mierda en el franquismo y es una mierda en la democracia. ¡Vaya itinerario tan raro! Pero en medio hubo gente que lo arriesgó todo para que la justicia en el franquismo y luego en la democracia no fuera una mierda. Entre esa gente ocupa un lugar fundamental Manuel Peris. Toda su vida fue una pelea a brazo partido contra las telarañas de un régimen que consideraba delito los derechos fundamentales de los seres humanos. La justicia era una cínica representación en que los tribunales se reunían no para aplicar justicia sino una cruel y fanática versión de la venganza.
El tiempo corre y va creciendo por dentro de nosotros, escribía Neruda. No era el mismo tiempo el que andaba por los desagües de las leyes y los tribunales del franquismo que el que corría por las venas de unos jueces que ya entonces arriesgaban su vida y lo que hiciera falta para que nadie les robara la dignidad. Algunos de esos jueces, con fiscales y otros estamentos de la profesión, se unirían en Justicia Democrática, un colectivo y una manera de decir que respetar y luchar por los derechos humanos no es un acto delictivo. Eran los primeros años setenta y a partir de ahí Manuel Peris no dejaría de estar presente en todos aquellos tajos que exigieran el compromiso no se sabe si de cambiar el mundo judicial pero sí al menos de intentarlo. Y ese mundo era aquí de una estrechez que ahogaba cualquier intento de abrir brechas en su miserable arquitectura. Pero esas brechas se fueron abriendo poco a poco: desde los juzgados de pueblo al Consejo General del Poder Judicial, Manuel Peris y otros como él anduvieron socavando los cimientos obscenos de una justicia que era un insulto a la justicia de verdad. La Ley de Orden Público y su famoso y siniestro Tribunal hicieron estragos en la concepción y posterior aplicación de una justicia auténtica. ¡Cuánto duró esa barbarie, cuánto duró! Y lo peor: aunque el TOP desapareció a comienzos de 1977, sus decisiones siguen estando vigentes, como si hubieran sido y siguieran siendo justas. ¡Menuda democracia! Pero por encima de aquella bestialidad franquista esos jueces y sus colegas consiguieron que la justicia se percibiera desde otras perspectivas más decentes, más igualitarias, menos volcadas en la sórdida ilegitimidad que obraba en los tribunales carniceros de la dictadura. Nunca dejó Manuel Peris de incordiar aquella ilegitimidad. Fue con su tiempo por dentro y sacando afuera su condición de hombre libre, de juez justo en un oficio que hoy anda por los suelos del desprestigio. Recuerdo un diálogo de la novela Verano, de J. M. Coetzee. Uno de los personajes dice: “hablar del oficio es hablar de uno mismo”. Por eso, cuando estos días supe que se había muerto el magistrado Manuel Peris, me entró una doble sensación de orgullo y de vergüenza. De orgullo, por todos los valores que enseñó a respetar, dentro y fuera de su gremio, con su vida y su trabajo. De vergüenza, al ver cómo todo aquello en lo que él y otros como él se dejaron su vida y su trabajo está siendo pervertido por un sistema político de cuotas a la hora de elegir a los representantes en los altos órganos del poder judicial, por la corrupción de muchos de esos representantes, por el arrogante corporativismo que está convirtiendo la justicia en el escalón más bajo de la consideración pública. En todo caso, yo sólo quería decir que Manuel Peris ha sido un ejemplo para muchos de los suyos, para muchos de nosotros. Y que se ha muerto en verano, este verano demasiado aciago por muchos y muy diferentes motivos. Gracias, juez, por todo lo vivido dentro y fuera de usted mismo. Gracias.