PAISAJE LIBANÉS CON COLOMBIA AL FONDO

 

Colombia es lo mismo que narcotráfico, FARC, paramilitares y Gabriel García Márquez. A los ojos de la gente de medio mundo Colombia es eso. Y, cómo no, Colombia es todo eso más el acecho de siempre y en todas partes de los EEUU. No hay un palmo de terreno utilizable del planeta que no goce de los afectos inmisericordes de esa América que reúne en su genérico lo peor del imperialismo de viejo y nuevo cuño. Escribo esta sección en domingo y ahora mismo la aviación israelí acaba de destrozar un edificio civil y no se sabe las víctimas mortales que hay bajo los escombros. El verano es sinónimo también de muertes a destajo en el haber y el debe (según se mire y quién lo mire) de ese jodido país que se cree dueño del mundo. El edificio era libanés y las bombas israelíes cayeron allí mientras se preparaba la visita de Condoleezza Rice. Les cuento una anécdota sobre la secretaria de Estado de Bush. La escritora estadounidense de novelas policiales, Donna Leon, llegó a Barcelona para presentar una de sus novelas. La había invitado el amigo Paco Camarasa, que tiene abierta una librería especializada en ese género literario en el laberinto entrañable de la Barceloneta. La librería es estupenda y se llama Negra y Criminal. Cuando llegó Donna Len, soltó: “vaya, negra y criminal, como la secretaria de Estado de mi país”.
El verano da para ir de acá para allá o para acudir a charlar un rato con Carlos Gaviria. Es el líder de la oposición y se presentó a las  últimas elecciones con  el PDA (Polo Democrático Alternativo), que aglutina la izquierda casi total colombiana -desde socialdemócratas a comunistas- y en mayo pasado tuvo el 22 por ciento de los votos, el porcentaje más alto obtenido nunca por la izquierda. Esos resultados convierten al PDA en el primer partido de la oposición al gobierno del reelegido presidente Álvaro Uribe, ese “inventor de realidades virtuales”, como dice Gaviria, que ha hecho de su vasallaje a los yanquis una de sus vocaciones más cotidianas. No resulta fácil sobrevivir con dignidad en la política latinoamericana y la de Colombia no es una excepción. Con Gaviria está en Valencia la gente del CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales), que explica esa dificultad desde su larguísima experiencia en los países de esa área geopolítica. Habla esta gente con pasión de Carlos Gaviria. Y el candidato a la presidencia añade a esa pasión una pinta de viejo profesor universitario que también fue presidente de la Corte Constitucional en 1996. Las FARC. Los paramilitares. El narcotráfico. El escritor García Márquez. No toda la lucha armada es igual, aunque a él no le gusta ninguna. Y defiende el diálogo como única vía de solución al conflicto. Los paramilitares se han disuelto aparentemente, pero es mentira y lo dice Gaviria con una cierta dosis de rabia por el engaño. El narcotráfico es alimento del mercado planetario y la guerrilla de las FARC forma parte de ese territorio de supervivencia larga y controvertida a los ojos, al menos, de la izquierda mundial. El escritor García Márquez no tiene mucho que ver con su país. Antes bien, muy poco. Anda en otros lugares, escasamente en el suyo, donde nació y militó en las fuerzas de izquierda. Hay un deje de tristeza en ese recorrido por las nuevas actitudes del autor de “Cien años de soledad”. No se sabe el futuro de Colombia, quién va a saberlo. Lo que sí sabe Carlos Gaviria es que hace falta un recambio en la política y la ideología que representan Uribe y los suyos. Atento a lo que pasa con otros colectivos que tampoco gozan de buena salud en su país (los indígenas, las mujeres, las negritudes, los homosexuales), el “buen maestro”, como le llaman algunas gentes, está dispuesto a seguir dando el callo para que Colombia salga del atolladero de la dependencia norteamericana, de la aspiración al desclasamiento de las clases medias y de los tantos otros en que se despeña desde hace tanto tiempo.
En el Líbano acaban de caer las penúltimas bombas del ejército israelí. Mucha muerte bajo los escombros. Es verano, pero la canalla universal no sabe de estaciones. Sólo sabe, esa canalla, apretar el gatillo y destrozar cualquier atisbo de esperanza en la paz y en la tranquilidad del planeta. Sólo sabe eso. Sólo.