HISTORIA DE SUS CALLES
… una descarga de relojes perdidos.
Gregory Corso
Empieza el verano en esta página. Con la compañía de siempre aquí al lado. Abelardo Muñoz. Un periodista que viene de lejos, como Rubber Soul y las mejores letras de todos los tiempos que son las de Leonard Cohen. Hace muchos años que el periodismo anda metido en el ojo del huracán. Los malos tiempos también arrancaron de cuajo muchas de sus ilusiones. Y los remolinos que se forman al paso del tornado se tragan esas ilusiones y nos dejan un poso de café recocido donde a brazo partido nadan los mosquitos. Decía Francisco González Ledesma que un periodista es un tipo que siempre llega tarde a casa. Ese magnífico escritor también se llamaba Silver Kane en las novelitas del quiosco y fue hasta su jubilación en La Vanguardia un periodista extraordinario. Habla mucho de eso en un libro de memorias que nadie debería perderse: Historia de mis calles. Leyendo sus páginas pensaba a cada paso en Abelardo Muñoz. La vida no está en los ordenadores ni en los teléfonos de las redacciones. Está en la calle. Y es ahí donde mi colega se curra el pedazo más noble de escritura que uno pueda echarse a la cara en los tiempos duros que corren para casi todo el mundo, y también, cómo no, para el oficio periodístico. Uno lo diría si no fuera a resultar visceral en el sentido más estricto de la palabra: mi colega escribe con las tripas, pero la gente que sigue lo que escribe también diría, con Leonard Cohen, que es un maestro del corazón.
Casi todo el tiempo se lo pasa en estas páginas de nuestra Turia. Y en algunas otras que se abren a su manera de buscarse la vida como escritor y periodista. Donde hay un hueco para la literatura cortada a sierra (la buena: eso dijo Kafka), o para ese reportaje que espera en alguna parte con la intención de sacarle las entrañas a la ciudad oscura, ahí está Abelardo Muñoz para dejar bien claro que no hay más luz que la que habita en el rincón más en sombras de lo humano. Eso lo sabemos mucha gente, pero otra cosa es que sepamos decirlo como él lo dice: es imposible. Hace muchos años empezó a publicar novelas y relatos. Creo que ahí nos conocimos. ¿Han pasado treinta años desde entonces?: seguramente sí, o más. Su primer libro se titula Valencia sumergida. Relatos que acaban en novela y editó nuestro inolvidable -tan imprescindible entonces como ahora que ya se fue tan lejos- Víctor Orenga. Una ciudad que no es la que nos venden las postales de Calatrava y Rita Barberá, una ciudad que, como decía Walter Benjamin de París y cualquier sitio, hay que conocer perdiéndose por sus calles, sus rincones más negros y sus plazas. Luego hubo otros libros y en Gas ciudad decía en el prólogo José Luis Parra (otro imprescindible perdido en esa lejanía sin regresos) que Abelardo es un escritor expresionista. Y también decía que “escribe sobre la ciudad enferma, sobre el incurable dolor, sobre la perdida gente…”.
Desde esta semana hasta que se acabe el verano, aquí andará Abelardo Muñoz y yo seguiré sus pasos para descubrir que en el fondo del abismo puede haber una mínima esperanza de salir a flote. La mierda se nos come pero leer lo que este tipo escribe a todas horas rompe cualquier intento de mantenerte al margen de esa mierda. Las calles, los hombres y mujeres que mezclan a tragos largos las noches y los días, el ruido sordo de un cinismo que se ha convertido en seña de identidad de los canallas de la política, el amor que junta de madrugada aquellas vidas rebeldes que contaba John Huston en un luminoso blanco y negro, la sórdida realidad que provoca la mejor escritura de ficción… Todo eso se convierte en una obra maestra cuando es mi amigo de aquí al lado quien lo cuenta. No sé si Abelardo Muñoz, como decía González Ledesma de los periodistas, llega tarde a casa. Adonde sí que sé que nunca llega tarde es a la calle. Ahí nunca llega tarde Abelardo. Nunca.