Premio Nacional de Narrativa por "Rabos de lagartija" . Juan Marsé : Una solapa sin filosofía y letras (2001)
Luz en los regresos
Premio Nacional de Narrativa por "Rabos de lagartija"
JUAN MARSÉ: UNA SOLAPA SIN FILOSOFÍA Y LETRAS
En mi casa no había libros pero un amigo me lo dejó y leí "Últimas tardes con Teresa". Yo no sabía nada de novelas ni quién era Juan Marsé. Y de entrada, una cosa me sorprendió: en la solapa ponía que el autor había sido empleado en una joyería, que había estado en Francia trabajando. Y no ponía nada de que hubiera cursado en la universidad Filosofía y Letras. Hasta ese instante, yo pensaba que para ser escritor había que ser licenciado en Filosofía y Letras. Eso, al menos, era lo que aparecía sobre los autores en todas las solapas de todos los libros prestados que yo llevaba leídos hasta entonces. Cuando acabé de leer tres o cuatro veces "Últimas tardes con Teresa" pensé que valía la pena ser escritor sólo para poder escribir un libro como ése.
Después ya no dejé de leer a Juan Marsé. Cada libro suyo era una espera inacabable. La noche del 23-F me agarré a una línea de "Un día volveré" y hace unos meses, en París, en un programa televisivo de Canal + con profesores franceses de literatura, recordé esa línea porque hablábamos de la memoria y Marsé escribió que hemos de tener el dedo apretado en el gatillo de esa memoria para que la mierda no se nos coma algún día. Lo del gatillo es de Marsé, lo de la mierda es mío, extraído del recuerdo lejano que tengo de la frase que sale en la novela. No hubo historia escrita por Juan Marsé que no devorara como un talibán (perdón) de la devoción literaria por sus libros y si un día quise ser escritor, y a lo mejor lo estoy siendo poco a poco, nunca pude imaginar que llegaría a conocerle personalmente. Sólo dos o tres veces nos hemos visto, como los aviones de rápido, sin apenas tener tiempo para nada: sólo en una ocasión anduvimos por el teléfono bastante rato, cuando se murió Raúl Núñez. Raúl lo admiraba y lo mismo hacía Marsé con el autor de "Sinatra". Ya he contado alguna vez que al día siguiente de su muerte subí al piso de Raúl con su amigo Juan Carlos para recoger sus cosas y, entre esas cosas, poquísimas cosas, casi nada, había un mueble viejo con unos cuantos libros. Sólo siete u ocho novelas, sólo eso. Los demás libros, los suyos y los de sus amigos incluidos, los había vendido para poder sobrevivir a trancas y barrancas, como sobrevivía Raúl desde que muy joven aprendió a respirar el óxido de la derrota. Pero allí estaban los libros de Juan Marsé y otros dos o tres de Juan Carlos Onetti. Ningún libro más. Ninguno. También había varias cartas familiares y, mezcladas con ellas, dos de Juan Marsé y se las envié a Juan para que las guardara. No podía imaginar, en aquellos tiempos de "Últimas tardes con Teresa", que llegaría a conocer a su autor: si me lo hubieran jurado entonces, seguro que me habría muerto a carcajadas.
Lo he dicho y escrito muchas veces: Juan Marsé es el mejor novelista español del siglo. Yo no tengo ninguna duda. Y parece ser que el Ministerio de Cultura ya ha entrado en esa razón y le acaba de conceder el Premio Nacional de Narrativa por su última novela "Rabos de lagartija". Marsé no es amigo de falsos oropeles. La verdad es que ni de falsos ni de verdaderos oropeles. Él sabe escribir y eso hace, más que cualquier otra cosa. Tiene muchos premios pero él sabe que el más importante es uno: la devoción que le tenemos muchísimos lectores. Hay una putada en esa devoción: las larguísimas esperas a que nos somete Juan Marsé entre novela y novela. Si algún día logro convertirme en escritor será gracias a ese párrafo primero de aquella novela suya de mi aprendizaje: "Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de fiesta mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano; las cuatro de la madrugada, todo ha terminado". Gracias por todo, Juan, y enhorabuena por el premio.

LUZ EN LOS REGRESOS
Menos mal que esta vez no ha tardado nueve años Juan Marsé en sacar otra novela. Me pasaría la vida leyendo sus historias y no hace falta que repita lo que tantas veces dije antes: es el mejor escritor que he leído nunca. Ya sé que esta afirmación parece exagerada: a mí qué. La literatura o se te engancha en las tripas antes de incrustarse definitivamente en la conciencia o no es literatura. Nunca paré de devorar todo lo que Marsé se inventaba para contar un tiempo devastado. Nunca. Me sé de memoria sus libros, la escritura profunda de la derrota que hay en ellos, esa irrenunciable cercanía con unos personajes que salen de lo oscuro, del daño incrustado en su condición de perdedores, de la dignidad que nada ni nadie consiguió amputar a una biografía grabada en la piedra invisible del exilio. Nadie contó nunca, como él, esa miaja de luz que siempre se expande tímidamente en los regresos. Se dice con demasiada frivolidad que lo mejor es no ser de ninguna parte, que es ésa la mejor manera de ser universales: ¡y una mierda! Somos de un sitio que es como una cagada de mosca y es ahí, seguramente, donde encontraremos la clave más lúcida para interpretar el mundo. Pero ojo, que me pierdo cuando hablo de Marsé, pues de lo que quería hablarles esta semana es de Canciones de amor en Lolita's Club , su última novela. No ha tardado nueve años, como transcurrieron entre "El embrujo de Shanghai" y "Rabos de lagartija". En otras manos, muchas de sus historias se despeñarían en la rocha abajo y tanguista del farfulleo narrativo, de los personajes de cartón piedra, de las tramas insustanciales. Un sórdido bar de carretera, unas cuantas putas que deambulan a todas horas por sus mesas, dos hermanos gemelos (algo se apuntaba ya en su anterior novela, ¿se acuerdan?) que protagonizan una relación de rivalidad y cercanía llena de contradicciones. Si encima uno de los hermanos es deficiente y vive enamorado de una de las mujeres del club y el otro un policía brusco amenazado por ETA, el aceite se nos puede escurrir entre las manos. Pues no. Ni aceite ni leches. Con una economía de recursos que viene seguramente de su primera concepción para el cine, esta última novela de Juan Marsé incide magistralmente en lo que es la regla más estricta de su literatura: la cercanía moral con unos personajes que son carne de derrota. No sé cuánta gente de la que se acerque a este Fahrenheit habrá leído a Juan Marsé. Si hay alguien que todavía no lo hizo, no pierdan el tiempo buscando a un socio de Ratzinger para confesar la falta: entren en una librería y compren cualquiera de sus novelas. Y por aquello de la novedad, pueden empezar con ésta que les cuento esta semana. Me lo agradecerán toda la vida. Si lo sabré yo.
------------------------------------
Canciones De amor en Lolita's Club está editada por Areté .
