Gestalgar

Emili Piera

 

Quizás sea posible estudiar un país a través de una de sus partes, de un modelo a escala, de una muestra de laboratorio. Por ejemplo Gestalgar, en la Serranía, un pueblo de seiscientos habitantes cuya casa de cultura acaba de recibir el nombre del escritor Alfons Cervera. La gloria es municipal, un poco callejera, sí. La derecha local ha reaccionado con un voto combatiente: no acudir a los plenos del Ayuntamiento que se celebran en tan docta casa, mientras el nombre del colaborador de Levante-EMV (y sin embargo amigo) campee en su frostispicio.

Admito que Alfons Cervera pertenece al tipo de escritor miliciano, su serie sobre los maquis ya lleva más entregas que La guerra de las galaxias y El señor de los anillos juntos. Por supuesto que la única obligación de un escritor es escribir bien, intentarlo, y que las bellas causas no le dispensarán de este purgatorio más o menos gozoso, pero si algo distingue al señor Cervera es su ingente secreción de palabra escrita, incontinencia en la que más de uno hallará la precipitación de la araña y no el exacto óvalo del capullo (de seda). El razonamiento es reversible: el material político generado por un escritor será, salvo contadísimas excepciones, cuestión de preferencia, accidente y anécdota, excrecencia nada memorable.

Creo que los mejores artículos de Cervera son los que dedica a gente y cosas de su tierra. Son emotivos y la continuación del trabajo libresco de su autor por otros medios. Los conservadores gestalguinos - que unas veces ganan y otras pierden, como la candidatura olímpica de Madrid en el casino de Albertito de Mónaco- deberían atemperar sus fobias y trasladarlas a los terrenos de la discrepancia. No discuto que en Gestalgar haya media docena de buenos escritores, puesto que somos energía muy renovable, es lo bueno que tenemos, pero ninguno tan célebre como el de Alfons Cervera. El civismo consiste en acuñar valores a salvo de las pendencias.