JUAN GALLARDO MUÑOZ
Yo, Curtis Garland
Barcelona 2009. Ed. Morsa
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Tenían más o menos cien páginas. Las cubiertas a color. Los autores eran americanos. O eso parecía, si hacíamos caso a sus nombres. En muchas casas sólo había esas novelas. Del Oeste. Policiales. De Ciencia-Ficción. De espionaje. Las llamaban novelas de a duro, que es lo que costaban en los quioscos. Los días de mercado cambiábamos unos títulos por otros. En sus páginas aprendimos a leer los críos de aquel tiempo. No sabíamos quién era William Faulkner pero sí que conocíamos al dedillo a Marcial Lafuente Estefanía, George H. White, Silver Kane, Alf Regaldie o Keith Luger. Después llegarían otras lecturas. Pero aquellas primeras novelas seguirían en mi casa y en la memoria.
Escribían una a la semana por lo menos. No sé cómo se las arreglaban para escribir tanto. Cuando hace unos años me contaba George H. White su amor por la literatura descubrí que el tiempo es a veces una mierda que borra las grandes hazañas como se borran de las calles las cagadas de perro con la lluvia. Su nombre no era ése tan exótico sino Pascual Enguídanos y había nacido en Llíria. Allí tiene hoy dedicada una calle y sus libros siguen siendo admirados por grupos de fans entusiastas de las aventuras que contaba en sus novelas. También supe luego que Silver Kane era el grandísimo novelista Francisco González Ledesma. Y ahora acabo de saber que otro de los grandes, Curtis Garland, se llama en realidad Juan Gallardo Muñoz. Y lo sé porque cerré ayer mismo la última página de su autobiografía. Se titula “Yo, Curtis Garland” (Ed. Morsa), lleva ilustraciones de José Antonio Troya, un prólogo de Javier Pérez Andújar y es una declaración de amor a la literatura escrita con pasión en un tiempo difícil para todo: y no te veas para escribir novelas.
Han pasado muchos años desde entonces y aquellas novelas fueron pasto del olvido. No es mi caso. Las sigo leyendo. Las sigo buscando en las librerías de lance, en los quioscos, en algunos mercados donde se mezclan las viejas aventuras de mi infancia con los montones de ropa de segunda mano. Se llamaba Juan Gallardo Muñoz y había nacido en Barcelona en 1929. Fue actor de teatro, guionista de cine (“No dispares contra mí”, de José María Nunes) y sobre todo fue novelista. Un día se inventó o le inventaron el nombre de Donald Curtis y también se llamaría Johnny Garland, Kent Davis, Glenn Forrester y, finalmente, Curtis Garland. Más de dos mil novelas escritas, como él dice, “con amor, con total respeto al lector y, sobre todo, con mucha profesionalidad e ilusión”. Fueron una generación de escritores que se acercaron a la literatura desde una pasión incansable por contar historias. Ahora Juan Gallardo Muñoz sigue viviendo en Barcelona, publica “La conjura” en ediciones B, busca la vida tranquila de los solitarios personajes de sus admirados Raymond Chandler o Ross Mac Donald y recuerda como el mayor romántico del planeta a su mujer Teresa Asensio, recientemente fallecida.
No habla Curtis Garland con tristeza de aquellos tiempos, de lo poco valorada que pudiera estar la literatura que ellos hacían por los críticos “puristas”, de las trampas que escondían los contratos de algunas editoriales. Se queda el escritor con lo que más le gusta, que es la seguridad de que sus novelas siguen estando vivas en muchas bibliotecas extranjeras, incluso en las de Texas y California. “Después de todo, uno piensa que todos esos años de esforzado trabajo han dejado su huella”, dice. Seguro que sí. En eso no se equivoca. Mucha gente aprendimos a leer en sus novelas. Y eso no se olvida nunca. Nunca.