ELOGIO DE LA DISIDENCIA. UNA CONVERSACIÓN CON ANTONIO MÉNDEZ RUBIO

 

Quien como tú y todas las palomas se inspira en la oscuridad/ día y noche
Paul Celan

 

La poesía viene de lo oscuro. Y del silencio. Y de ese vacío que habrá de seguir así, persistentemente hollado por absolutamente nada. La poesía busca a partir de esos huecos, de la no luz (como podría decir Trakl con los adverbios por delante), de lo que no encontramos en ninguna parte y por eso/para eso escribimos la búsqueda en forma de poema. Porque las formas existen, aún a ratos en estado salvaje, pero existen. No necesariamente las de la docilidad, las naturales, como escribía el poeta Enrique Falcón en ese grito inmenso titulado “El amor, la ira”. También, como se apuntaba en el mismo libro (apenas estallidos, algunos de rabia: como ha de ser la poesía, si no qué es): también la poesía tiene tema: por más que nunca los de siempre. Los poemas de Antonio Méndez Rubio vienen de todo aquello. De las formas clásicas tomadas al día de hoy, con otros ritmos, con los sentidos del orden cambiados de sitio, con una obstinada vocación de no estar como poeta en el lugar solo donde sucede la poesía: El lugar del testigo/es el que hay que olvidar, escribe. Ahora más que nunca, más que antes, al menos, porque tal vez “nunca” no exista: sólo para un pesimismo que no cuadra con lo oscuro según significa lo oscuro en los poemas del autor de “Razón de más” y “Para no ver el fondo”: a partir de la negación, del silencio, de lo no visto porque ver es aquí no lo mismo que mirar, se produce la abertura, lo que vendrá que no es la imposibilidad sino la nada arbitraria estrategia de conseguir lo imposible. No hay destino feliz para la poesía. Quizá sí para los juegos sencillos, simplemente bellos, así, sólo eso, con los lenguajes de la tranquilidad: de nuevo, ya dije, la escritura de la transparencia. O lo que es lo mismo: la escritura del cinismo. Escribir es la historia de un error. A partir de ahí, de ese reconocimiento, hablamos. A partir de ahí ajustamos las reglas del juego: no desde otro punto de partida. La poesía no llega a ninguna parte: es inicio hacia dónde, hacia quién sabe. Eso es: Seguir es la ventaja. El nudo de esperar (¿a quién?/¿a qué?) no es absurdo mientras hace sitio. A mí -lector sólo de lo que yace en el fondo, muy abajo, sin anteojos de esos que le cambian el sentido a las cosas- me sucede con la poesía de Antonio Méndez Rubio: busco entre lo que hay detrás, a tientas por donde no se ve -como a él le gusta hacer por la penumbra ciega de “El hombre invisible”-, no sé si al trasluz de la palabra perdida, como el poeta cuenta en “Historia del daño”. O Antonio Gamoneda. Toda la poesía es pérdida. Eso también. Y ahí andan los libros de Antonio Méndez Rubio. Descontentos con lo que pasa afuera. Libres de ataduras para ver mejor el fondo (para que, al menos, lo veamos mejor nosotros desde esta parte de sus libros) y sortear así -con nosotros de aliada militancia disidente- los artefactos del miedo que imponen los de lejos.