LA BRÚJULA DE CEILÁN
de Mariano Sánchez Soler

 

1. El tiempo no existe. Pasa como una exhalación y lo que queda es la huella invisible de su ausencia. Donde estuvo el tiempo hay ahora algo que se parece a la ceniza. Algo que tiene el color gris de la ceniza. O ese color anaranjado que también tienen las fotografías antiguas. El tiempo tiene el color anaranjado del crepúsculo. El mismo color de los recuerdos. El tiempo es el poso que se queda en las barras de los cafés donde los gustos musicales tienen que ver con alguna guerra y con cuál ha sido tu papel en esa guerra.

- A estos gilipollas sólo les gusta Camilo Sesto. Ponerles buena música es como echar margaritas a los cerdos. La voz de Steve Winwood me paralizaba. Con los cascos sobre las orejas se ahogaron los murmullos exteriores.
(Steve Winwood: corte 10: "No face, no name, no number").

2. Una guerra es una guerra. Los últimos años del franquismo eran una guerra. Más tenue que en los primeros años y que en los años que vinieron luego. Pero lo mismo de peligrosa. Las sombras llenaban las calles. Las calles se llenaban del humo que lanzaban los policías. Después de las reuniones clandestinas nos íbamos Rodri, Pepe y yo a la Estación del Norte y de esas madrugadas salió un relato que se tituló "La noche en que los Beatles llegaron a Barcelona". Y también salió de aquellas madrugadas llenas de trenes vacíos y silencio un fragmento que protagonizaban el hombre que regaba los andenes y la mujer que buscaba el amor siempre fugaz de lo imposible. En la novela de Mariano Sánchez Soler la gente se busca entre comando y comando, aquellos saltos por sorpresa en las calles llenas de gritos, donde un día alguien traicionó a los camaradas con una delación que no se sabrá hasta la última página del libro.

- Porque somos como torres feriantes que suben y bajan destilando vida como géiseres inacabables donde la carnaza se alza de su propia condición, donde tus besos cobran un valor etéreo con aliento mentolado. Tenía en la mente tu cuerpo cercano, Teresa, mientras Neil Young cantaba su On the beach en la penumbra de una vela a medio consumir, con un enlace ejecutado por sorpresa y nuestras manos recorriéndonos; conociendo tus labios, la dulzura de tu boca amorosa.
(Neil Young: corte 6: "On the beach")

3. Los tiempos ya no eran los mismos de entonces, cuando las palabras también eran otras y significaban cosas distintas. El franquismo se acababa. Se acercaba la muerte del dictador y la esperanza -o el deseo, quién sabe- era que los tiempos iban a ser otros tan distintos y tan nuevos. Los personajes de la novela saben que las cosas no serán fáciles. Por eso unos llegan al escenario de la lucha y otros se van no se sabe adónde: si a continuar la lucha por su cuenta en otros escenarios o a casa. Los tiempos ya no son los que eran cuando la lucha empezaba. Las siglas. Las reuniones en las casas y en los cafés llenos de humo. El recuerdo de aquel tiempo mucho después, cuando Joan ha escrito una novela con su vida y las vidas de los compañeros luchando en la calle y a brazo partido también por ser felices. Esa lucha entre lo individual pequeñoburgés y lo revolucionario que hallábamos en la célula y en las huelgas generales que habían de salvar a la clase obrera. El regreso a casa como tantas noches…
- A pesar de la humedad penetrante que llega desde el puerto me despojé de la chaqueta, arrojé la pajarita en lo más profundo de una papelera y murmuré la canción de Dylan.
(Bob Dylan: Corte 1: “The times they are a-changin”)

4. Había tiempo para el cine, para ver las películas del free cinema inglés, para leer a Maiakovski, para enredarse en las inacabables discusiones sobre las contradicciones principales y las que no lo eran. Lenin, Trotski, Mao, amigos y enemigos con matices puestos sobre el tapete de una tarde intransigente con el ocio adolescente. No se tienen veinte años todos los días. La clase obrera no admite traiciones de niñatos estudiantes. Por eso a proletarizarse toca, a buscar un sitio en las fábricas, en los tajos de la hormigonera cuando el último desarrollismo. Las discusiones entre iguales que no lo eran. Cada uno de una madre en un frente común contra la dictadura. La memoria de todo aquello metida hasta las cejas en un libro que se titula "La brújula de Ceilán", la metáfora de un tiempo complejo, el simbolismo de un cruce de vísceras orgánicas y reuniones decisorias tras horas interminables de discusiones acaloradas. Tú vienes de donde vienes y cada uno nos conocemos. Tardes enteras metidos en el ajo de mandar al mundo por otro sitio, como las riadas catastróficas ordenan un nuevo cauce a los ríos desbordados.

- Éramos demasiado diferentes: apenas teníamos en común a Deep Purple.
(Deep Purple: corte 3: "Smoke on the water")

5. Eran tiempos de barriadas y oscuras salas donde cantaban músicos llamados cantautores. Los colegios mayores -algunos colegios mayores- eran lugar de resistencia. Se organizaban sesiones de cine, de teatro, de canción llamada de protesta. Yo conocí entonces a Luís Pastor. Nos hicimos amigos, hermanos, muchos años después. Entonces no. Entonces Luís Pastor era el número uno. Vino al Valencia Cinema y estuvo una semana cantando a teatro lleno y diario. Nos hicimos amigos en Madrid, cuando yo escribía mis primeras novelas y nos íbamos los amigos a recorrer los cafés de Malasaña y Luís se subía a los escenarios y cantaba sus canciones de antes y de siempre. En uno de sus discos yo escribiría la letra de la canción que le daba título: "Por la luna de tu cuerpo". En aquellos años que cuenta la novela de Mariano Sánchez Soler Luís cantaba en uno de esos colegios mayores. No cabía la gente y se montó un pollo entre los organizadores y quienes no podían entrar. La revolución no puede quedarse en la calle mientras en el interior cantaba Luís Pastor canciones de la revolución. El pobre se cargó todas las culpas. El éxito se le había subido a la cabeza. Eso pensaban los que no pudieron entrar. Luís Pastor era sólo un cantante que cantaba canciones y a veces -dice uno de los personajes- hasta lo hacía sin cobrar porque los nuevos tiempos eran cosa de todos. No dice la novela las canciones que cantó aquella noche.

- El bullicio, siempre. Diez y cuarto de la noche. En quince minutos, un cantante de Vallecas llamado Luís Pastor comenzaría su recital en el salón de actos.
(Luís Pastor: corte 9: “Vamos juntos”)

6. Estaban en todas partes. Vestían de hijoputas. Eran un estereotipo. Miraban por encima del hombro. Presumían de golpear con saña, de cortarles los huevos a los tíos y de darles por el culo a las tías para que supieran lo que era un hombre de verdad. Conocían al dedillo los movimientos de la resistencia estudiantil. Había uno muy famoso, entre esos canallas de la social. Se llamaba Billy el Niño. Un héroe del lejano Oeste. Para tipos así todo era un juego y ellos ordenaban las piezas de ese juego y el papel que desarrollaban en sus estrategias. "Una vez Billy el Niño interrogó a un camarada en un plan increíble: "Vamos a ver" -le decía- "vamos a ver. Tú no llevas chaqueta normal como los carrillos, ni de pana como los maoístas, además tampoco llevas gafas redondas como los trotskos, entonces ¿de dónde coño eres tú, maricón?" Eso se contaba de Billy el Niño. Eso cuenta de Billy el, Niño la novela que les estoy contando, o cantando. Salió en alguna película, no él sino su personaje. Una leyenda entre la marrullería policial de la dictadura. En Argentina, en Chile, salen ahora aquellos de la represión. Aquí no. Aquí, en el tiempo final de la novela, se ha dictado una ley de amnistía que teóricamente era para amnistiar a los presos de izquierdas pero en realidad era la amnistía para los crímenes y los criminales del franquismo. Se contaban historias escalofriantes de esos policías, especialmente de Billy el Niño…

- Yo permanecía en silencio, sorprendido ante la retahíla de batallas cosidas en un telar apasionado, luminoso, mientras César desgranaba con su guitarra, suavemente, el Tomorrow and tomorrow de King Crimson...
(King Crimson: corte 3: "Epitaph")

7. Las cosas iban cambiando. La revolución no era la revolución. Qué había pasado todo ese tiempo para que ahora la gente se mirara extraña, para que las consignas se hubieran cubierto de una pátina cercana a lo inservible. Los años de la resistencia eran ahora los de la lentitud, no aún los de la añoranza de los años anteriores, cuando los saltos en la calle y los botes de humo y las pistolas de los fascistas consentidos. En 1977 ya no vivía Franco pero murió el autor de la novela que hay dentro de "La brújula de Ceilán". Porque en esa novela hay dos novelas. La que escribe Joan y la que escribe Ramón, el narrador de la historia. Dos novelas en una. Y aun una tercera: la que yo les estoy contando con música en directo, que es también una manera de contar una novela que está llena de lucha y de canciones. La Transición modélica que dicen algunos y es mentira. Los muertos a mansalva en las manifestaciones, los de Montejurra, los de la calle Atocha en Madrid, los de Vitoria, el joven Valentín González en el Mercado de Abastos de Valencia, en Alicante Miquel Grau… Muertos en esa calma dicen algunos que chicha, infinitamente tranquila y exportable que es la transición democrática en España. El desconcierto después de los pactos al estilo Lampedusa.

- Mientras yo dormía, preso de un horario inamovible, sus voces enturbiaban mi descanso. A veces, una guitarra rasgueada por Ramón rememoraba viejas canciones de los Brincos, de Juan y Junior, de Los Bravos…
(Los Brincos: corte 10: "Mejor")

8. La memoria no tiene nada que ver con la nostalgia. Ni siquiera la memoria amparada en las canciones de entonces. Las palabras de la resistencia antifranquista tenían a veces la forma de un tocadiscos que era un cajón de color ambiguo y discos modernos que no siempre eran los de los cantautores. A veces, después de los botes de humo y las detenciones había la necesidad de juntarse en las canciones y el coñac que no siempre era de marca conocida. Aliviaba las cicatrices la música, como alivian las canciones el relato que estoy haciendo de una novela extraordinaria que habla de ayer pero a la vez habla de lo que nos pasa. Venimos de donde venimos y en el camino se quedaron compañeros tendidos en medio de la calle. O reventados en el deslunado tras ser lanzados por la ventana de sus casas o de las comisarías. Esto lo cuenta la novela porque las novelas no siempre son mentira. Al revés: hay veces en que las novelas son más verdad que la verdad misma. Los nombres de quienes protagonizan esta crónica del último franquismo y de los primeros años de la transición forman parte de un relato donde cada voz es un punto de vista. Y es ahí donde crecen los hechos que se cuentan en sus páginas. Es ahí, en la diversidad polifónica de esos nombres y sus voces, donde la historia y la verdad se la juegan juntas frente a una historia que hasta ahora mismo no fue más que un obsceno culto a la superchería. Los jóvenes de esta crónica viven o murieron sin la vitola de héroes enrollada en el recuerdo porque no es ésta una novela heroica al estilo de la Ilíada pero sí al estilo con que Homero cantó la encarnadura guerrera de sus dioses humanizándola. En "La brújula de Ceilán" cuenta Mariano Sánchez Soler la historia de un tiempo lleno de luces y de sombras, como todos los tiempos que no se dicen a sí mismos miserables. De aquel tiempo quedan las huellas a ratos invisibles de una ausencia que Neruda puso en uno de sus versos más reconocidos: nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Quedan los libros, los discos, el recuerdo de entonces sin los tintes de la nostalgia, sí, quizá un poco, con los tintes anaranjados de la melancolía. Poco a poco los personajes de esta historia fueron saliendo del cuadro iluminado en el escenario de la batalla. Poco a poco fueron saliendo del escenario como nosotros vamos saliendo de las páginas hermosas, crueles muchas veces, de esta novela extraordinaria.

- A las once de la mañana del sábado me topé con El Romántico en Mi Casa, un mugriento bar frecuentado por lo más perdido de la calle de la Palma, situado en los bajos de una pensión utilizada como casa de citas.
- Me voy -dijo, con ojos vidriosos y sin más preámbulo.
- ¿Adónde? -inquirí.
- Me voy, estoy hasta los huevos de todo esto. A mi pueblo.
Los Kinks, a través de la máquina-tocadiscos, seguían "sentados ante el sol de medianoche"

(Los Kinks: corte 5. "Suny afternoon")

FINAL

 

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Texto de presentación de la novela de Mariano Sánchez Soler. Ed. Almuzara 2007