SIN CHEQUES EN BLANCO NI MINISTERIOS DEL MIEDO
Quimera nº 288. Noviembre de 2007
Cerca de la playa de la Franca está la casona de Verines. En Asturias. Ni idea de que existiera ese sitio. Ni que cada año, desde hace más de veinte, se juntan allí unos cuantos escritores y críticos para hablar de literatura. Es lo bueno que tienen las periferias en las que me muevo: vas a lo tuyo. Y lo tuyo es sólo una cosa: escribir. Esta vez estuve allí. Se trataba de reflexionar sobre la salud en Europa de la literatura made in España (no sé si pronunciada así, sencillamente, o engolándola vehementemente como hacen Rajoy y, aunque en tono y timbre algo diferentes, Rodríguez Zapatero). Un apunte interesante se añadía al genérico de la convocatoria: “literatura sin fronteras”. El horizonte, como se ve, era amplio, casi inabarcable. Europa. Nada menos. Qué pintamos ahí. Qué espacio ocupamos en los estantes de sus librerías. Qué realidad observamos a un lado y otro de las fronteras que la vocación universalista del encuentro asturiano, en un encomiable reto que dignificaba de antemano las intenciones de su director Luis García Jambrina, había decidido voluntariosamente eliminar. Sobre todo dos reflexiones coparon los debates: saltamos los límites que haga falta con las ayudas institucionales o dejamos ese tránsito en manos del azar. Las ferias literarias salieron a relucir como una eficaz catapulta que lance los libros y a quien los ha escrito por encima de las murallas de un castillo inexpugnable. Y así, de la misma manera, el papel que las editoriales, las subvenciones, las traducciones, los institutos Cervantes y otros mediadores pueden jugar para conseguir objetivos felices en el asunto que nos juntaba aquellos días primeros del otoño. Algunos defendimos el protagonismo del azar a la hora de conseguir el salto a todas las otras orillas distintas a las nuestras. Y abundábamos en lo evidente: escribir es inventar mundos que no se vean maniatados por otros intereses que los de la propia escritura. El interlocutor que los libros necesitan no vive fuera de sus páginas sino que habita como un personaje más -y no el menos importante- el alma del relato. No sé quién decía que escribir es una necesidad. Pero sé que Onetti sentenciaba que hay dos tipos de escritores: los que quieren escribir y los que quieren ser escritores. Y él se quedaba con los primeros. Casi al mismo tiempo contaba Maurice Blanchot en L'arrêt de mort que él empezó a escribir novelas cuando “las palabras empezaban a retroceder ante la verdad”. La literatura ha de asumir una imperiosa cualidad: sentirse libre de ataduras para no convertirse ella misma en una frontera miserable. Ahí su fortaleza y así de bien lo expresó ese tipo entrañable y magnífico escritor asturiano que es Xuan Bello: hemos de conseguir que la literatura sea imbatible. Sin trapacerías ni mercantilismos idiotas que confunden el papel transformador de la escritura con el éxito supersónico en manos del mercado. Que ese mercado es necesario nadie lo discute. Ya es otro cantar que sus reglas hayan de ser necesariamente incontestables. Los libros están ahí. Para que una vez salvadas las fronteras que todos llevamos dentro, llegue alguien y con la mano inocente de quien todavía ama la literatura por encima de casi todas las cosas descubra, en el viaje aventurero por los pasillos de una librería, un ejemplar de nombre extraño que le salvará la vida. Por algo así abogaba otro asturiano lo mismo de escritor excelente, Ricardo Menéndez Salmón: "Algunos de los presentes sentimos la tentación de huir a través de la creencia en un arte hecho desde el terruño, llámese Galicia, Asturias, Euskalherria, Catalunya, España o Sudamérica, pero sin cuotas, cheques en blanco ni ministerios del miedo". Pues eso.