BALADA DE LA DEVASTACIÓN

 

 

Quimera nº 290. Enero de 2008

Literatura a secas. Escribir desde abajo, a la altura de los pájaros inocentes que no saben lo que les espera: un cañonazo. Quizá les espera eso a los pájaros inocentes y a la buena escritura. A la buena letra. Hace años que guardo con aprecio de coleccionista fanático esa novela, la primera que leí de Rafael Chirbes: La buena letra . Cuánto hace de eso. Años. Muchos años. “Yo no deletreo más que palabras corrientes”, dice alguien en una novela de Faulkner, creo que Absalon, Absalon . Quizá era en otra. A mí qué. Eran aquéllas las palabras que salían de los viejos lugares medio muertos, tan lejos de todo, tan llenos de fotografías donde siempre había un agujero de bala en vez de la cabeza de alguien: como la tierna imagen de una boda rota por los tiros. Escribimos a oscuras, sin saber lo que hay al otro lado de la página. Un tópico, sí. Como lo de escribir a lápiz, con pluma de pato o el último modelo de pecé que le das al botón de encendido y anda solo. Escribir a oscuras es andar a lo tuyo, sin más ataduras que las imprescindibles: todos las tenemos y algún imbécil dirá que no porque para ser imbécil no se necesitan ataduras de ninguna clase. Las novelas miran lo que hay por sus alrededores y a lo mejor se mezclan con otras miradas que acechan la tranquilidad cotidiana, que revientan los tejados del aburrimento, que obstinadamente se meten entre pecho y espalda la realidad brutal de lo que pasa. “Prefieren el éxito a la verdad, pero quién no”, dice Rafael Chirbes en su última novela, la mejor entre las suyas excelentes. Lo dice el escritor a la intemperie de alguno de sus personajes: quizá sea ésa una condición de todos ellos aunque ellos no lo sepan. La moral del estilo que le complicaba las noches a Flaubert ha de ser también la moral de la historia: no hay una moral sin otra. Hay quien piensa que sí. Pues bien. Todos contentos. Los unos y los otros: todos contentos. Menos los personajes de Rafael Chirbes. Menos el escritor descomunal que él es y que, como dice otra de las voces de Crematorio : “el sufrimiento es el precio que se paga uno a sí mismo”. El paisaje mediterráneo tiene un precio y es el de la devastación. En las páginas de esta novela extemporánea -felizmente extemporánea- hay la adivinación del exabrupto inmobiliario: se inundan las orillas marinas y al pueblo alicantino de Beniarbeig donde vive el escritor lo rompió por la mitad la avalancha de agua provocada por la lluvia inacabable y la barbarie de la especulación inmobiliaria. No se apartan el escritor ni su obra de lo que el mundo tiene de vocación por la ignominia, tampoco se merecen ese mundo ni sus protagonistas armados de poder político y dinero una mirada compasiva. “La marcha del alma es lenta para ir del terror a la piedad”, escribía en uno de sus relatos Marcel Schwob. Y tan lenta, esa marcha, en las novelas de Rafael Chirbes. Es su escritura despiadada con la renuncia ideológica, con el situacionismo oportunista de tantos al espíritu acomodaticio de la transición política española, con la versión más dulce que se está escribiendo de aquellos y de los nuevos tiempos. No sé si para eso escribe el autor de Los disparos del cazador . Tal vez sí. No lo sé. Sé, porque él mismo lo dice en ese ensayo extraordinario que es El novelista perplejo , que “la mejor manera de saber uno para qué escribe es escribiendo”. Y se aplica el cuento Rafael Chirbes como nadie. Y tanto que se lo aplica. Y tanto.