Antonio Gómez Rufo

 

TEORÍA DE LA INMORTALIDAD

Cartelera Turia. Febrero de 2008

 

Poco a poco me convencí de que tampoco en el futuro haría nunca nada. Lo escribe Dostoievski en el relato “El sueño de un hombre sencillo”. Más de un siglo después, Vinicio Salazar, protagonista de “La noche del tamarindo”, estupenda novela escrita por Antonio Gómez Rufo, también lo sabe. Y sabe además que atrás -como también le pasaba al personaje de Dostoievski- no hay nada. Porque los muertos que se quedan en el camino hacia la inmortalidad de Salazar no son nada: cuerpos flotando en el aire incógnito de lo desconocido. No eran nadie esos muertos antes de caer asesinados por un sicario guardaespaldas que lee a los clásicos entre disparo y disparo con la sangre fría del asesino a sueldo. No serán nadie cuando sus cuerpos desaparezcan de todas las crónicas porque hay cadáveres que antes de ser cadáveres ya lo eran para los principales periódicos y los telediarios. Sólo la hija Belén, que muere y con su muerte arrastra al padre hacia los infiernos de la locura, ocupará un espacio importante en esas crónicas y sobre todo en la memoria alucinada de Vinicio Salazar. La ciencia avanza en el siglo que vivimos tantas veces a la desesperada y provoca en lo humano aspiraciones de eternidad. La ciencia, esa ciencia que a ratos se entretiene -o es entretenida- en disquisiciones políticas que escaso favor hacen a aquellos avances ocupa en la novela de Gómez Rufo un papel fundamental, al lado (cómo podría ser de otra manera en un relato de largo aliento y entreverado por situaciones que se desvelan como las capas de una cebolla) de nuevos acontecimientos que van completando un paisaje de desolación y de culpa, de lealtad y de traiciones, de pasión y de una mirada llena de desgana cuando el tiempo se convierte en nada, en menos que nada porque quienes lo viven se han quedado sin vocación alguna de supervivencia. Lo que empieza siendo una aventura de robaperas indocumentados se irá convirtiendo poco a poco en una historia terrible donde los personajes se irán descubriendo a sí mismos como piezas insignificantes de un puzzle cuya complejidad nunca llegaron a descubrir en sus auténticas dimensiones. Los atisbos melodramáticos que a veces puntean el relato recuperan una constante en la obra del autor. Qué difícil es meter eso -y el escritor madrileño lo resuelve sin raspaduras- en una narración que luego se va por otros sitios dominados por lo enigmático, incluso por una cierta proximidad con la literatura fantástica. En resumen: la belleza y el horror mezclados en un rato (verán ustedes qué bien se lo pasan) de casi quinientas páginas que apenas se nota.

 

 

LOS CUENTOS TRISTES DE ANTONIO GÓMEZ RUFO

 

Adiós, dulces amantes invisibles, /siento no haber dormido en vuestros brazos./Vine por esos besos solamente;/guardad los labios por si vuelvo . Son versos de Luis Cernuda que preludian los relatos que acaba de publicar el escritor madrileño Antonio Gómez Rufo en la nueva editorial Témpora. Acostumbrados a las grandes empresas editoras, es de recibo reseñar la costumbre de algunos escritores de publicar también, de vez en cuando, en otras de menor presupuesto. En el caso de Guarda los labios, por si vuelvo las razones para elegir Témpora son dos: una, que casa empieza con ganas de hacer las cosas bien y otra, que la amistad entre editor y escritor también es un valor a veces decisivo a la hora de ceder un texto con las casi únicas condiciones de la dignidad. El reciente libro de Gómez Rufo es un conjunto de relatos que salen ahora pero fueron escritos desde hace más de veinte años hasta hoy.

En Valencia estuvo el autor y con Susana Fortes introdujeron al personal que se citaba en la Casa del Llibre en la necesaria reivindicación del cuento como género de madurez y más complejo de lo que las absurdas categorías literarias le conceden. Piensan los imbéciles que lo más difícil es escribir una novela, luego un cuento y que finalmente la poesía se escribe con el culo (con perdón). Y puestos a seguir con esos razonamientos yo diría lo contrario: una novela te permite todo el tiempo del mundo para atormentarte con ella y al mismo tiempo atormentar tú mismo las trazas de la historia: dispones así de más armas para que la felicidad te acompañe hasta la palabra fin. Pero el cuento te exige un esfuerzo de síntesis, de concentración que hace imposible cualquier despiste ni floritura. Y qué quieren que les diga de la poesía: pues que más de la mitad de los poetas que salen por todas partes, con premios a mogollón y flautas de autobombo, si supieran de verdad de dónde sale la poesía y con qué materiales se construye se avergonzarían de lo que escriben y se dedicarían a otra cosa. Por eso, esa tarde, Susana Fortes y Antonio Gómez Rufo (yo algo también dije porque allí estaba como amigo y lector atento de las obras de ambos) hablaron desde ese afán y razón incuestionable: el arte del relato es complejo y en los viejos cuentos de Guarda los labios, por si vuelvo encontramos bastantes de las razones que justifican esa reivindicación. La distancia corta y medida, la historia en sus límites exactos, la distribución de los elementos emocionales siempre rozando lo imposible y resueltos con destreza: a veces bordea el melodrama fácil y sin embargo supera la llantina con un toque de ironía (escasa en el conjunto, salvo en un par de ocasiones) que eleva el declive insinuado, la perfección alcanzada en tres o cuatro de los relatos ("El viaje más hermoso", "Las sombras inexistentes del aire", "Lunes, lloviendo y nadie a quien amar" ...).

Todo el libro son historias de amor. La mayoría de amor difícil, casi imposible: ¿hay otra clase de amor?, se preguntaba el autor. El amor: un sentimiento que aúna el fatalismo, la soledad y la tragedia; y también el más hermoso de los paraísos. Eso dice en la introducción el escritor. Y la escritora, no entonces, hablaba de los personajes de mujer vistos por la voz masculina que los cuenta. Difícil empresa ésta de la nueva obra de Gómez Rufo. Y según Susana Fortes no sale malparado del empeño. Y aún hay en este libro una relación anticipatoria y casi mágica: ya dije que algunos de estos relatos llevan estritos más de veinte años, pero enlazan directamente con la que será su próxima novela (yo he leído algunos capítulos, por eso lo digo). Esta operación de rescate, pues, no obedece a un salto puntual a los escaparates navideños sino a la perseverancia en un mundo que le es próximo al autor de Los mares del miedo : las historias en que los personajes viven por dentro y una vez colmados de esa vida se cuentan a sí mismos como en las novelas más excelentes. Si los personajes no se construyen así lo que sale en muchas novelas o cuentos son zombies paseándose como tontos por relatos infames y sin alma.

Y ya para acabar: no es que todos los cuentos de este libro sean tristes, pero casi. Por eso, a la hora de escribir esta crónica, me fui a un viejo libro de Bárbara Jacobs y Augusto Monterroso. Y leí: Si es verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste . Pues eso.