DERRUMBADEROS DE LA MEMORIA
2007
Las novelas se permiten licencias que arruinarían un libro de historia. Los hechos y sus protagonistas requieren un tratamiento que enfrentan muchas veces a historiadores y novelistas. Y no es para tanto. Mejor aún: la ficción y la historia van juntas muchas veces. Una echa mano de la otra y a la inversa, sólo con un objetivo común: desvelar las sombras que oscurecen el pasado para que detrás de esas sombras alumbre la verdad. Claro que hay gentuza que reclama para su currículum la condición de historiador y lo que es realmente es una mierda clavada en el palo de la impostura. Y lo mismo en el bando de la ficción: esos oportunismos miserables que se suben al carro de la moda sin saber que la imaginación ha de seguir siendo el alimento principal de la novela. Precisamente, una novela y una novelista que cumplen a rajatabla esos requisitos son Quattrocento (Planeta) y Susana Fortes. Pasó la escritora gallega afincada en Valencia por todos los registros narrativos. Desde aquella primeriza y ya llena de hallazgos "Querido Corto Maltés" no ha dejado de subir con temple de escritora grande los peldaños (disculpen ustedes lo cursi de la metáfora) de una literatura cada vez más digna, más limpia del polvo y la paja a que la someten quienes confunden el rigor estilístico con esa grandilocuencia hueca de que hacen gala los escritores inútiles. Anduvo la novelista un tiempo por tierras italianas y regresó con la cabeza llena de conjuras políticas y culturales. La ciudad de Florencia -ahora en el deslumbrante siglo XV- será su santo y seña para una nueva aventura, esta vez volcada ya, de lleno, en la construcción de una novela extraordinaria. Y digo extraordinaria sabiendo que alguna gente la considerará, con el desprecio a que sometemos muchas veces la mal llamada novela histórica (términos antagónicos donde los haya), un éxito más de la literatura best seller. Pues nada de eso. El presente y el pasado se mezclan en una estructura paralela que desembocará finalmente, como toca a toda novela detectivesca que se precie, en una constatación: "supongo que hay preguntas que no tienen respuesta, derrumbaderos de la memoria para los que nunca existió un nombre, como esas ciudades de sangre con todos sus campanarios ardiendo" . Cualquier historia es digna de ocupar desde la primera a la última las páginas de un libro. Lo que ya no admite generalizaciones ambiguas es la escritura, el cómo se cuenta aquella historia. Reclamaba el gran Juan Carlos Onetti la única condición que diferencia a un escritor de un botarate: escribir bien. Y Susana Fortes anda desde hace tiempo el camino derecho -nunca fácil, ni rectilíneo- de la escritura excelente.
EL AZAR DE LAURA ULLOA
Planeta. Barcelona 2006
Empiezo por el principio. Me gusta leer a gusto, pasarlo bien, ser feliz hurgando en el corazón de la escritura ajena, colgarme de aquel andamio que en una novela de Dasshiell Hammett era como la señal que el destino, en su forma más inesperada del azar, fijaba a la vida del señor Flitcraft. Sólo escribo de los libros que me hacen disfrutar, sólo de ellos. Y por eso voy a escribir aquí que me gustó leer “El azar de Laura Ulloa”, la última novela de Susana Fortes. Que me emocionó. Que es un gozo poder invitarles a que la lean y a que se sumerjan en sus páginas conmovedoras, irónicas a veces porque si no hay ironía de vez en cuando se te comen los ecos sobrecogedores de un pasado que regresa para comerse crudos a quienes no acaban de creer en las meigas gallegas y en la Santa Compaña donde caminan juntos los vivos y los muertos.
Escarba aquí Susana Fortes, como ya hiciera varias veces antes, en una algarabía de géneros que vienen de lejos. Mezcla sin remilgos su amor al cine y a la literatura. Urde, para convertir todo ese amor en algo más suyo que de nadie, unas estrategias de escritura que convierte en impecables los materiales que nutren aquellas estrategias. Escribe como dios, Susana Fortes. Y este relato último es una de sus mejores muestras. Creo que la mejor. Desde que leí “Querido Corto Maltés” hace la tira de años no he faltado a ninguna de sus citas y es en ésta donde he sentido más cerca la escritura del riesgo. Las novelas dramáticas del siglo diecinueve, los culebrones magistrales estilo cumbres borrascosas , esos personajes que viven el amor desde la pasión fuera borda y que me han llevado enseguida a lo de Rilke: “Una cosa es cantar a la amada. Otra cosa, ay,/ a aquel escondido culpable dios fluvial de la sangre” . Peligro redondo para la escritora al elegir la historia y, sobre todo, el registro que habría de sustentarlas o lanzarlas a las dos al precipicio. Y las sustenta, ese registro arriesgado. Y no lanza al precipicio la historia ni a quien la ha escrito con una sabiduría extraordinaria.
Las palabras cuentan y a veces también cuenta historias el silencio. Sobre todo aquellas que guardan secretos inconfesables, miradas que vienen del sueño y alargan infinitamente luces y oscuros sobre el paisaje donde sobreviven quienes lo habitan, esa manera de entender el tiempo que tienen quienes han adoptado la condición volátil del fantasma. Hay un viaje de ida a Cuba y al cabo de los años un regreso. Ahí llega la niña Laura Ulloa. Con su madre. Con su ojos curiosos de adolescente. Con su pinta de Lolita haciendo estragos en ese doctor Humbert Humbert que aquí se llama Rafael Ulloa y es su tío. Le falta a la niña el chupachup con forma de corazón pero en su lugar hay un pedazo de hielo asomando y dando vueltas inocentemente por los labios. Es entonces cuando el tío la descubre como aliada del diablo, como esa urgente invitación a enroscarse en una pasión que acabará volviéndolo más loco que una cabra. A ver a quién no. A ver quién resiste las filigranas del hielo en la boca de la niña Laura. Ni ustedes. Ni yo. Ni el lucero del alba que ignoró a fuerza de cilicio las tentaciones de la luna.
La saga familiar de los Ulloa se nutre de las sombras, de lo que fue quedando de luz escasa en los relatos de los criados, de los secretos que alguna vez alguien contará en voz baja para interrumpir una voluntad de amar que no era la de la duración tranquila sino la de la pasión y el desvarío. La devastación moral, la culpa guardada en el arcón de una conciencia maltrecha, lo que fue quedando de dignidad a una clase que se anuncia en una más que insegura encrucijada: sola, a empezar a vivir con sus fantasmas, con el silencio que armaba a duras penas sus condiciones de supervivencia, con los recuerdos de una infamia que regresará para convertir en pesadilla lo que estaba siendo el sueño más terrible pero también el más hermoso. Se cruzan las vidas de antes y las que acaban de nacer. Y en ese cruce surgirán como en un libro escrito por una escritora desconocida que se llama María Lucía Rouco Cornide los paisajes del zorro y de la nieve, los personajes que viven también fuera de las páginas del libro, la mezcla fantástica y fantásticamente escrita por Susana Fortes de la realidad y la ficción. Y aquí lo que escribía Alejandra Pizarnik en un poema que arrancaba de Eliot: “el principio ha dado a luz el final” . Y de nuevo a recomponer la historia, la bella historia que cuenta Susana Fortes en esta espléndida novela.