OLOR VISUAL
Ernesto Ventós
Fiel a la tradición familiar que ha unido a mi
familia durante generaciones con el mundo de las
fragancias nací en un barrio sencillo, rodeado de
bidones desordenados de esencias que cargaban el
ambiente de espliego, ruda, menta y naranja. Los veranos
en el campo, en casa de mi abuela materna, llenan gran
parte de mis primeras experiencias olfativas como el
olor a tierra húmeda mezclada con el olor de los
eucaliptos después de la lluvia, el aroma de las
infusiones, el fuerte olor a naftalina que sólo aparecía
unos pocos días al año coincidiendo con el cambio de
estación, el perfume a miel que desprendía el tabaco
fumado en pipa, e incluso el olor desagradable del
sótano donde se mezclaban los olores del papel
humedecido con la madera y la ropa vieja, sin olvidar el
olor a estiércol con su especial capacidad para
potenciar cualquier otro olor. Estas son sin duda mis
primeras experiencias olfativas, aunque mi aprendizaje
propiamente dicho empieza trabajando al lado de mi padre
y sobre todo siendo ayudante del maestro Arturo Jordi
durante tres años en Suiza y Francia.
Me familiaricé con las diferentes esencias y sus
características y ejercité la memoria de mi nariz. El
estudio de los numerosos componentes fue necesario para
saber crear fórmulas y aplicarlas a los distintos
productos. Fue un aprendizaje (una iniciación) intenso
que se ha ido moldeando y perfeccionando con la
experiencia diaria del proceso lento y reflexivo
indispensable en la concepción de novedades, siendo
siempre consciente de que cuando tengo una idea nueva la
elaboración de su fórmula me va a costar muchos meses de
trabajo hasta que esté perfectamente confeccionada y,
sin embargo, la vida de la misma va a ser relativamente
corta. A lo largo de un año, por ejemplo, puedo hacer
unas diez o veinte fórmulas de las cuales es muy posible
que solamente una o dos resulten interesantes, mientras
que las restantes, si no se venden, a muy corto plazo
pierden su valor. Crear un perfume requiere tiempo e
investigación, como también lo requiere la realización
de una obra plástica aunque, a diferencia de ésta, en la
mayoría de los casos el creador trabaja ofreciendo sus
servicios a un cliente que determina las características
esenciales del aroma; el mercado, el público que lo
consume, sus gustos, su procedencia social, su nivel
cultural, las modas y el clima son factores a tener muy
en cuenta en cada proceso de creación.
El perfume se adapta a las características del
consumidor de manera que el perfume escogido por la
gente suele reflejar su carácter, su estilo de vida, sus
preferencias y su personalidad, revelando así mucha
información sobre nosotros mismos. Existen perfumes
serios, clásicos, modernos, liberales, extravagantes.
Por ejemplo, son olores muy determinados y reconocibles
los de aquellas personas que trabajan empleando (realizando)
esfuerzo físico y su perfume se mezcla con el de su
propia piel; las esencias amaderadas con cedro y flor
blanca, típicas en las colonias masculinas, son
utilizadas últimamente por mujeres.
En 1978 la Fundación Joan Miró celebró la exposición
“Suggestions olfactives” en la que participaron varios
perfumistas. El tema era muy variado:
·
Los olores del cuerpo
·
Los olores de los colores
·
Los olores de los animales
·
Elementos del olor (las plantas)
·
Fisiología de la olfacción
·
Olor y cultura popular
·
La moda de los olores
·
La literatura de los olores
En esta exposición observé que había una sala vacía
(un museo) y se me ocurrió que una idea interesante y
novedosa sería utilizarla para exponer cuadros sobre
olores.
Escribí varias cartas a pintores y escultores para
proponerles la idea pero, debido a la pobre respuesta,
desistí.
Posteriormente lo intenté de nuevo hablando con
algunas galerías, pero el resultado fue el mismo. No fue
hasta que contacté y establecí amistad con los mismos
artistas que compartieron y aceptaron mi proyecto y
empezaron así a pintar y esculpir obras sobre el olor. |
APRENDER A OLER PARA COMPRENDER - COMPRENDER PARA OLER
MEJOR
Ver y comprender la pintura es el título de la última obra de Bernard Rancillac en la
cual, desde su experiencia como pintor, facilita las
llaves para abrir las puertas del dominio pictórico,
analizando los diferentes niveles de miradas que
relacionan al espectador con el lenguaje codificado del
arte.
Oler y comprender la pintura es la adaptación
personal que hago sobre el título y algunos pasajes del
contenido de su obra, basándome en mi propia experiencia
para demostrar que otro sentido, como el olfato, puede
también facilitar la comprensión del lenguaje artístico.
El arte es un lenguaje en código, por lo que es
indispensable adquirir una visión especializada sobre él
para conocerlo, como no sólo es suficiente aspirar por
la nariz, oler, para desvelar los códigos propios de la
fragancia. La mirada dirigida al mundo exterior no es
igual que la mirada dirigida a una obra de arte. Este
mecanismo de percepción, al igual que el olfato, se
adapta a la naturaleza de los objetos percibidos.
Al nacer todos los sentidos físicos comienzan a
actuar, torpemente al principio debido al
desconocimiento de los estímulos que los incitan a
activarse, pero aún siendo así, es muy probable que lo
primero que se aprende a distinguir en la vida es el
olor de la madre, de la comida, de la casa, y aunque no
sea muy apreciable es casi seguro que nos guiamos por el
sentido del olfato para ir descubriendo el mundo que nos
rodea. La percepción olfativa es una de las bazas más
importantes para nuestro desarrollo.
Todo huele, y así como podemos neutralizar la acción
de respuesta de cualquiera de los otros sentidos, por
ejemplo cerrando los ojos, o cerrando la boca, o
poniéndonos tapones en los oídos o, simplemente,
metiendo las manos en los bolsillos, es absolutamente
imposible cerrarnos al olor ya que nos ahogaríamos. Por
eso, cuando somos niños, nos es más fácil describir lo
percibido por cualquier otro sentido, precisamente
porque podemos ejercer nuestro control sobre el mismo,
que lo que nos llega a través del olfato, que es
inevitable.
Todos los humanos, desde que nacemos, nos cargamos
de experiencias vividas, de memoria, de saber y a medida
que nos formamos en sociedad nos vamos aromatizando de
connotaciones religiosas, técnicas, políticas,
literarias. Percibimos el mundo físico casi sin esfuerzo,
y es para adquirir una visión especializada cuando se
hace indispensable un cierto aprendizaje.
Como expone Rancillac, “...nadie se ha convertido en
pintor por el mero hecho de contemplar la naturaleza, un
hermoso árbol, una bella mujer...”; paralelamente, nadie
se ha convertido en perfumista (creador de perfumes) por
el mero hecho de oler una magnífica fragancia. Se ha
escrito y continúa publicándose mucho sobre perfumería,
los aromas y los olores pero, desgraciadamente, siempre
de manera anodina e incompleta. Aún está por escribirse
el libro que analice el mundo del perfume a todos los
niveles y de principio a fin.
El aprendizaje del olor es básico para lograr las
claves del código perfumístico, pero es la condensación
de una experiencia de más de cuarenta años la que me
asegura que no sólo es necesario el estudio de la
mecánica y la técnica sino que éstas deben ir
acompañadas de un gran caudal de amor al oficio. Hago
hincapié en lo del amor al oficio porque es lo que nos
permitirá dotar de alma a nuestras creaciones. Un
perfume o un aroma sin alma nunca será una obra
totalmente lograda.
Del mismo modo que el artista, el perfumista también
tiene un amplio abanico de elementos a conjugar para sus
creaciones. El pintor, por ejemplo, sabe que los
lenguajes pictóricos se desarrollan partiendo de la
experimentación científica y artística de las cualidades
visuales propias del color. El color es un elemento de
expresión importante y su poder y simbología es bien
sabido entre los profesionales.
El color rojo, por ejemplo, en seguida sugiere
pasión, amor, odio, por lo que es utilizado en
perfumería para caracterizar colonias serias y perfumes
sofisticados. El azul, ciertamente, es relajante, denota
dulzura, frescor, alegría, nobleza, y es el color típico
de las fragancias marinas. El verde, asociado el brote
vegetal, es un color común entre los champús y productos
de limpieza; al simbolizar naturaleza, vida y
crecimiento se une a las colonias juveniles de
componentes naturales. Romanticismo, sabiduría, pureza,
limpieza, acompañan siempre al blanco, color normalmente
utilizado en los productos de belleza e higiene. El
negro, cargado de simbolismo, se relaciona a la
perfumería alcohólica, y el amarillo, como último
ejemplo, es el sol, la luz, la juventud. Las colonias
familiares suelen ser de este tono, y su variante, el
dorado, simboliza poder y lujo. El concepto del color
viene a la mente sin limitación, pero su utilización le
atribuye forzosamente unos límites, una forma, por muy
grande o pequeña que sea. La conjunción de las formas y
los colores, con sus dinámicas respectivas, compone una
reserva ilimitada de combinaciones plásticas.
De todos modos, el arte pictórico en su finalidad no
pretende agradar sino conmover, aunque como sugiere
Rancillac, si se quiere profundizar en él el aprendizaje
de los criterios de apreciación del mismo es básico.
Un componente importante en muchas obras pictóricas
es el dibujo que mediante la línea denota el carácter
del artista, como la mezcla de esencias y su proporción
dotan de carácter singular a cada fragancia.
Los trazos del artista tienen un gran valor
expresivo, son una entidad viva, con su plenitud y su
soltura, su concentrado o diluido expresan a la vez
forma y color, el volumen y el movimiento, pudiéndose
juzgar por sus cualidades intrínsecas la elegancia de
una línea, su sensibilidad, su carácter agresivo,
sensible, seco, tímido, sensual, etc., cualidades
curiosamente también apreciables en las fragancias.
Es esta interrelación entre el mundo del arte y la
perfumería lo que me aventura en muchas ocasiones a
interpretar una obra de arte según los criterios de
apreciación de la fragancia. |