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Vicerrectorado de Cultura

Esencias 8. Colección Fotografía Contemporánea Ernesto Ventós

Esencias 8. Colección Olor Visual. Ernesto Ventós.

Del 30 de marzo al 30 de mayo de 2004.

Sala Estudi General - La Nau

Visita visual

Robert Mapplethorpe, Rose with smoke, 1985

OLOR VISUAL

Ernesto Ventós

Fiel a la tradición familiar que ha unido a mi familia durante generaciones con el mundo de las fragancias nací en un barrio sencillo, rodeado de bidones desordenados de esencias que cargaban el ambiente de espliego, ruda, menta y naranja. Los veranos en el campo, en casa de mi abuela materna, llenan gran parte de mis primeras experiencias olfativas como el olor a tierra húmeda mezclada con el olor de los eucaliptos después de la lluvia, el aroma de las infusiones, el fuerte olor a naftalina que sólo aparecía unos pocos días al año coincidiendo con el cambio de estación, el perfume a miel que desprendía el tabaco fumado en pipa, e incluso el olor desagradable del sótano donde se mezclaban los olores del papel humedecido con la madera y la ropa vieja, sin olvidar el olor a estiércol con su especial capacidad para potenciar cualquier otro olor. Estas son sin duda mis primeras experiencias olfativas, aunque mi aprendizaje propiamente dicho empieza trabajando al lado de mi padre y sobre todo siendo ayudante del maestro Arturo Jordi durante tres años en Suiza y Francia.

Me familiaricé con las diferentes esencias y sus características y ejercité la memoria de mi nariz. El estudio de los numerosos componentes fue necesario para saber crear fórmulas y aplicarlas a los distintos productos. Fue un aprendizaje (una iniciación) intenso que se ha ido moldeando y perfeccionando con la experiencia diaria del proceso lento y reflexivo indispensable en la concepción de novedades, siendo siempre consciente de que cuando tengo una idea nueva la elaboración de su fórmula me va a costar muchos meses de trabajo hasta que esté perfectamente confeccionada y, sin embargo, la vida de la misma va a ser relativamente corta. A lo largo de un año, por ejemplo, puedo hacer unas diez o veinte fórmulas de las cuales es muy posible que solamente una o dos resulten interesantes, mientras que las restantes, si no se venden, a muy corto plazo pierden su valor. Crear un perfume requiere tiempo e investigación, como también lo requiere la realización de una obra plástica aunque, a diferencia de ésta, en la mayoría de los casos el creador trabaja ofreciendo sus servicios a un cliente que determina las características esenciales del aroma; el mercado, el público que lo consume, sus gustos, su procedencia social, su nivel cultural, las modas y el clima son factores a tener muy en cuenta en cada proceso de creación.

El perfume se adapta a las características del consumidor de manera que el perfume escogido por la gente suele reflejar su carácter, su estilo de vida, sus preferencias y su personalidad, revelando así mucha información sobre nosotros mismos. Existen perfumes serios, clásicos, modernos, liberales, extravagantes. Por ejemplo, son olores muy determinados y reconocibles los de aquellas personas que trabajan empleando (realizando) esfuerzo físico y su perfume se mezcla con el de su propia piel; las esencias amaderadas con cedro y flor blanca, típicas en las colonias masculinas, son utilizadas últimamente por mujeres.

En 1978 la Fundación Joan Miró celebró la exposición “Suggestions olfactives” en la que participaron varios perfumistas. El tema era muy variado:

·         Los olores del cuerpo

·         Los olores de los colores

·         Los olores de los animales

·         Elementos del olor (las plantas)

·         Fisiología de la olfacción

·         Olor y cultura popular

·         La moda de los olores

·         La literatura de los olores

En esta exposición observé que había una sala vacía (un museo) y se me ocurrió que una idea interesante y novedosa sería utilizarla para exponer cuadros sobre olores.

Escribí varias cartas a pintores y escultores para proponerles la idea pero, debido a la pobre respuesta, desistí.

Posteriormente lo intenté de nuevo hablando con algunas galerías, pero el resultado fue el mismo. No fue hasta que contacté y establecí amistad con los mismos artistas que compartieron y aceptaron mi proyecto y empezaron así a pintar y esculpir obras sobre el olor.

Ouka Lele, La voluptuosidad, 1977

APRENDER A OLER PARA COMPRENDER - COMPRENDER PARA OLER MEJOR

Ver y comprender la pintura es el título de la última obra de Bernard Rancillac en la cual, desde su experiencia como pintor, facilita las llaves para abrir las puertas del dominio pictórico, analizando los diferentes niveles de miradas que relacionan al espectador con el lenguaje codificado del arte.

Oler y comprender la pintura es la adaptación personal que hago sobre el título y algunos pasajes del contenido de su obra, basándome en mi propia experiencia para demostrar que otro sentido, como el olfato, puede también facilitar la comprensión del lenguaje artístico.

El arte es un lenguaje en código, por lo que es indispensable adquirir una visión especializada sobre él para conocerlo, como no sólo es suficiente aspirar por la nariz, oler, para desvelar los códigos propios de la fragancia. La mirada dirigida al mundo exterior no es igual que la mirada dirigida a una obra de arte. Este mecanismo de percepción, al igual que el olfato, se adapta a la naturaleza de los objetos percibidos.

Al nacer todos los sentidos físicos comienzan a actuar, torpemente al principio debido al desconocimiento de los estímulos que los incitan a activarse, pero aún siendo así, es muy probable que lo primero que se aprende a distinguir en la vida es el olor de la madre, de la comida, de la casa, y aunque no sea muy apreciable es casi seguro que nos guiamos por el sentido del olfato para ir descubriendo el mundo que nos rodea. La percepción olfativa es una de las bazas más importantes para nuestro desarrollo.

Todo huele, y así como podemos neutralizar la acción de respuesta de cualquiera de los otros sentidos, por ejemplo cerrando los ojos, o cerrando la boca, o poniéndonos tapones en los oídos o, simplemente, metiendo las manos en los bolsillos, es absolutamente imposible cerrarnos al olor ya que nos ahogaríamos. Por eso, cuando somos niños, nos es más fácil describir lo percibido por cualquier otro sentido, precisamente porque podemos ejercer nuestro control sobre el mismo, que lo que nos llega a través del olfato, que es inevitable.

Todos los humanos, desde que nacemos, nos cargamos de experiencias vividas, de memoria, de saber y a medida que nos formamos en sociedad nos vamos aromatizando de connotaciones religiosas, técnicas, políticas, literarias. Percibimos el mundo físico casi sin esfuerzo, y es para adquirir una visión especializada cuando se hace indispensable un cierto aprendizaje.

Como expone Rancillac, “...nadie se ha convertido en pintor por el mero hecho de contemplar la naturaleza, un hermoso árbol, una bella mujer...”; paralelamente, nadie se ha convertido en perfumista (creador de perfumes) por el mero hecho de oler una magnífica fragancia. Se ha escrito y continúa publicándose mucho sobre perfumería, los aromas y los olores pero, desgraciadamente, siempre de manera anodina e incompleta. Aún está por escribirse el libro que analice el mundo del perfume a todos los niveles y de principio a fin.

El aprendizaje del olor es básico para lograr las claves del código perfumístico, pero es la condensación de una experiencia de más de cuarenta años la que me asegura que no sólo es necesario el estudio de la mecánica y la técnica sino que éstas deben ir acompañadas de un gran caudal de amor al oficio. Hago hincapié en lo del amor al oficio porque es lo que nos permitirá dotar de alma a nuestras creaciones. Un perfume o un aroma sin alma nunca será una obra totalmente lograda.

Del mismo modo que el artista, el perfumista también tiene un amplio abanico de elementos a conjugar para sus creaciones. El pintor, por ejemplo, sabe que los lenguajes pictóricos se desarrollan partiendo de la experimentación científica y artística de las cualidades visuales propias del color. El color es un elemento de expresión importante y su poder y simbología es bien sabido entre los profesionales.

El color rojo, por ejemplo, en seguida sugiere pasión, amor, odio, por lo que es utilizado en perfumería para caracterizar colonias serias y perfumes sofisticados. El azul, ciertamente, es relajante, denota dulzura, frescor, alegría, nobleza, y es el color típico de las fragancias marinas. El verde, asociado el brote vegetal, es un color común entre los champús y productos de limpieza; al simbolizar naturaleza, vida y crecimiento se une a las colonias juveniles de componentes naturales. Romanticismo, sabiduría, pureza, limpieza, acompañan siempre al blanco, color normalmente utilizado en los productos de belleza e higiene. El negro, cargado de simbolismo, se relaciona a la perfumería alcohólica, y el amarillo, como último ejemplo, es el sol, la luz, la juventud. Las colonias familiares suelen ser de este tono, y su variante, el dorado, simboliza poder y lujo. El concepto del color viene a la mente sin limitación, pero su utilización le atribuye forzosamente unos límites, una forma, por muy grande o pequeña que sea. La conjunción de las formas y los colores, con sus dinámicas respectivas, compone una reserva ilimitada de combinaciones plásticas.

De todos modos, el arte pictórico en su finalidad no pretende agradar sino conmover, aunque como sugiere Rancillac, si se quiere profundizar en él el aprendizaje de los criterios de apreciación del mismo es básico.

Un componente importante en muchas obras pictóricas es el dibujo que mediante la línea denota el carácter del artista, como la mezcla de esencias y su proporción dotan de carácter singular a cada fragancia.

Los trazos del artista tienen un gran valor expresivo, son una entidad viva, con su plenitud y su soltura, su concentrado o diluido expresan a la vez forma y color, el volumen y el movimiento, pudiéndose juzgar por sus cualidades intrínsecas la elegancia de una línea, su sensibilidad, su carácter agresivo, sensible, seco, tímido, sensual, etc., cualidades curiosamente también apreciables en las fragancias.

Es esta interrelación entre el mundo del arte y la perfumería lo que me aventura en muchas ocasiones a interpretar una obra de arte según los criterios de apreciación de la fragancia.

Eduardo Ibáñez, Sin título, 2000

 


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