Recinto de Ideas - Damià López
Recinto de Ideas.
Damià Díaz
Del 30 de marzo al 30 de mayo de 2004
Capilla de la Sapiencia - La Nau
Visita visual |
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Dimensiones, por Aramis López.
La lucha por atrapar, emular, desafiar y
dominar las cuatro dimensiones son tareas que se imponen
al intento de mostrar la realidad a través de la
reflexión artística.
Tres dimensiones delimitan lo físico, lo
material, la carne, el mundo, lo perecedero, el espacio
que nos contiene. Las medidas de un cuerpo se expresan
en centímetros, pulgadas o pies cúbicos, es decir, de
manera numérica, y describen sus contornos, su piel,
aquello que está en relación con el mundo exterior, que
es material, que reconocemos y por lo que nos reconocen.
Pero es necesaria la cuarta dimensión, el tiempo, para
nombrar el alma.
En arte las carencias no impiden que el
resultado busque con acierto la verdad. En pintura, la
representación no cuenta más que con dos dimensiones,
pero en la búsqueda de las dimensiones imposibles se
crearon artificios fundamentales para el desarrollo del
lenguaje artístico. Representar al mismo personaje en
varias ocasiones en diferentes acciones era un intento
de emular el movimiento, en definitiva, el paso del
tiempo. El espectador comprendía sin dificultad el ardid
e interpretaba la escena completando lo que no aparecía
con su propia experiencia personal y con sus
conocimientos. Esto suponía, además de una economía de
significantes, que el individuo frente a la obra
incluyera su vivencia personal, un componente emocional
que facilitaba la interrelación con la obra de arte.
El desarrollo de las técnicas de
composición, el manejo de las perspectivas, el uso del
color y sus tonalidades, las sombras, dotan a la
pintura, encerrada en el plano, de la sensación
volumétrica. No hay engaño, sino mecanismos que permiten
mostrar el mundo sobre una superficie, un mundo físico y
un mundo trascendente, el mundo de la carne y el de las
ideas.
Damià Díaz ha buscado desde sus primeras
obras el aprendizaje de las técnicas para dotar su
pintura de las cuatro dimensiones. Busca el volumen y el
movimiento de forma innata, como inscrito en su código
genético, de manera vegetativa y autónoma e involuntaria
en un principio. El artista se inicia en la pintura con
una carencia intuida. Los trazos expresionistas, el
tratamiento sofisticado del color y el trazado de una
línea indefinida entre la abstracción y la figuración
son las herramientas elegidas para construir su
lenguaje, su forma de mostrar lo que busca larvado en su
interior.
El tiempo le va desvelando sus
horizontes, descubre sus inquietudes y desmonta su
pintura. Cambia, necesita del tránsito, e inicia una
huida, se reformula. Modifica los soportes, los
pigmentos, las formas, las representaciones, las
técnicas, los materiales y sus pensamientos. Y en el
camino descubre que existen nuevas posibilidades. |
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La obra de arte es el resultado de haber
corrido un peligro, de una experiencia llevada a sus
últimas consecuencias, como nos enseña Rilke. Damià Díaz
se plantea que el proceso no ha de incluir únicamente al
artista. Decide mover al espectador. Cambia su posición
físicamente frente a la pintura. Decide hacer su obra
allamaniera de la instalación, busca en el que mira un
nuevo punto de vista, el propio movimiento del
espectador es transferido a la obra. El soporte de la
pintura pasa a ser transparente, de forma que el paso de
la luz y sus sombras sean un elemento más de la pieza.
Las huellas de la pintura en el suelo, en el propio
público son partes esenciales en sus obras y en su
búsqueda de todas las dimensiones.
En Recinto de ideas combina todos los
procesos aprehendidos de la escultura y la pintura para
crear un híbrido. Fabrica un lienzo tridimensional, casi
escultórico, sobre el que pinta su reflexión sobre el
lugar de las ideas. Almacenadas en cabezas, las ideas se
mueven, cambian, se apasionan, sufren metamorfosis de
color, intentan una huida. Quizá es un nuevo reto para
el artista mirar al futuro con sus ideas fuera de sí
mismo, expuestas al capricho de los demás, a la tiranía
de los otros.
Los bocetos preparativos de la pieza son
altamente aclaratorios; uno de ellos, el más elaborado,
muestra una cabeza de varón, profusamente descrita, con
el rostro a la izquierda del espectador, como en casi
todos los bocetos, un rostro al que se le sustrae el
elemento de unión entre el interior y el exterior: los
ojos. Es este un intento de que el mundo de las ideas
interiores no escape, una necesidad de autismo, una
imposición de la reflexión propia, la recreación del
hermetismo. Es la necesidad de encontrar en uno mismo el
camino hacia el mundo. El imperativo más cierto de la
vida, el paso del tiempo, nuestro camino hacia nuestro
fin, común a todos, capturado en una imagen hierática,
difícil, dolorosa, ciega y muda, sorda, los oídos han
sido taponados.
Las piezas centrales, las grandes
cabezas, que participan de la doble condición de
continentes y contenidos, tienen su continuación en una
serie de pequeñas piezas, no menos interesantes, de
objetos tridimensionales, superpuestos y repetitivos
que, colocados inundando el espacio, buscan una
conversación interesada con el entorno.
También han dado como resultado piezas
bidimensionales que situadas como un conjunto consiguen
dominar el volumen y el tiempo. Son rostros opacos,
impenetrables y que miran hacia la izquierda del
espectador, cabe preguntarse si en referencia al pasado.
El trabajo y el camino del artista se
estancan en autocomplacencias, asumen el riesgo de la
invención y la dialéctica que Damià Díaz establece entre
el medio, la forma y el método y dan hermosos
resultados, tanto para el emisor como para el receptor
del mensaje susurrado. |
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