Trénor. La Exposición de una familia burguesa
Trenor. La Exposición de una
gran familia burguesa
Sala Thesaurus - La Nau
26 de mayo de 2009 – 25 de octubre de 2009
Horario: de martes a sábado de 10 a 14 horas y de
16 a 20 horas. Domingos de 10 a 14 horas. ENTRADA LIBRE |
Nota de prensa [+] |
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Colección Familia Trenor. |
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Organiza y produce: Vicerectorat de Cultura,
Universitat de València
Colabora: Ajuntament de València
Comisarios:
Justo Serna, Profesor titular de Hª Contemporánea,
Universitat de València
Anaclet Pons, Profesor titular de Hª Contemporáne,
Universitat de València |
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La
Exposición que se propone consta de dos motivos. Por un
lado, la conmemoración de la Exposición Regional
Valenciana de 1909. Por otro, la exhumación simbólica de
su principal inspirador: Tomás Trénor, miembro de una
familia distinguida y burguesa de la Valencia de los
siglos XIX y XX, originaria de Limerick (Irlanda). En
esta muestra se recrea la trayectoria de esta dinastía
mercantil e industrial (una de las principales del
Ochocientos) tomando como punto de partida 1909. Se
trata de mostrar la Valencia y la Europa de aquel
tiempo. Se trata de presentar el interior y el exterior
del mundo burgués: sus casas, su empresas, sus calles,
su hábitos, sus indumentarias, sus costumbres, sus
ocios, sus negocios.
El
mundo comercial se abría en aquellas fechas, en 1909, y
la Valencia industriosa se mostraba al mundo. Los Trénor
inspiraban el evento pero sobre todo condensaban el
largo proceso de modernización de la sociedad, de la
cultura, de la economía valencianas. Planteaban, además,
un proyecto para la Valencia del siglo XX. En este
proyecto expositivo se propone reconstrui el mundo
burgués del Ochocientos, cómo se adaptó Valencia a los
modos industriosos de vida y de relación. Los Trénor
son, para el caso que nos ocupa, nuestros Buddenbrook
locales. Con la ayuda de la familia actual, con el
concurso de Tomás Trénor Puig, podremos recrear ese
mundo con fotografías, con muebles, con utensilios, con
juguetes, con documentos originales, con reproducciones
de documentos, con paneles explicativos, con música, con
contextualizaciones culturales y literarias. El espacio
de la sala Thesaurus permitirá una evocación de aquel
momento: 1909, pero también el largo siglo XIX. El
espectador encontrará como motivo inicial la Exposición
Regional Valenciana: el itinerario de la exposición le
llevará en un entretenido flash back hacia la
Limerick natal de la dinastía. De Valencia a Irlanda,
pues. Y, de regreso, de Europa a Valencia.
Además de los trabajos de investigación de los
comisarios, Justo Serna y Anaclet Pons, el catálogo
recoge las colaboraciones de Tomás Trénor Puig, Josep
Vicent Boira, Alejandro Lillo, Amparo Ruiz y Concha
Ridaura. |
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Ricardo Bucelli, Retrato de Thomas Trenor Keating
(1798-1858), 1847. Colección Familia Trenor. |

Vicente López, Retrato de Rita de Juna y Fuster,
1805 [ca]. Colección Familia Trenor. |
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1.
Exposición Regional Valenciana de 1909
Los contemporáneos habían visto el Ochocientos como un
siglo de progreso, de aceleración, de mejoras y de
avances. Todo un repertorio de novedades técnicas se
habían puesto al servicio de la industria, de la
agricultura e incluso del ciudadano corriente. Unos y
otros competían por idear nuevos artilugios, nuevos
ingenios que hicieran más fácil y confortable la vida de
las naciones. Pero la clave de esos avances no estaba
sólo en la fabricación, sino en su difusión, que llegara
a todos, que a todos beneficiara. Un logro material que
no fuese conocido era un éxito insuficiente, pues
necesitaba un mercado en el que mostrarlo, un nombre en
quien reconocer la autoría y un país que se
enorgulleciera de esa gesta industrial. Esa saludable
pugna –como decían los cronistas del siglo XIX— empezó a
formalizarse bien pronto en un sinfín de certámenes,
reuniones, eventos de toda clase en los que se reunían
los fabricantes, los inventores, los técnicos, los
científicos e incluso los gobernantes. No todos estos
acontecimientos alcanzaban igual trascendencia e
importancia.
En
los inicios, el ámbito geográfico de esas reuniones
solía ser local, regional o nacional. En 1845, por
ejemplo, se había celebrado en Madrid la Exposición
Pública de la Industria, con esforzados expositores
llegados de todos los puntos de España. Era todo un
evento del capitalismo menesteroso que se desarrollaba,
pero evento al fin. El prestigio que suponía presentar
los productos resultaría evidente para los fabricantes
que se arriesgaban así a mejorar sus empresas y el
mercado de sus manufacturas. De esas reuniones, los
expositores solían regresar con medallas y premios que
luego mostraban ufanos en el papel timbrado, en sus
prospectos y en los rótulos de sus comercios. Pero
también volvían con contactos y con contratos, pues esas
concentraciones eran como grandes ferias del comercio,
algo que los mercaderes habían inventado muchos siglos
atrás. Ahora, sin embargo, se materializaba de otro
modo: en recintos cerrados, con espacios asignados y
previamente fijados, con catálogos y muestrarios que
facilitaban la visita y orientaban al transeúnte y al
propio expositor.
Ahora bien, el gran cambio que estas ferias de nuevo
cuño experimentan en el siglo XIX es su
internacionalización. Es su giro más importante. Y eso
ocurre por primera vez en 1851, cuando se convoca la
Great Exhibition de Londres. El éxito fue fabuloso,
de ensueño, y marcó un hito en la historia de la
Inglaterra victoriana, convertida en la factoría y en la
vitrina del progreso industrial. Fue la muestra a seguir
por todos aquellos prohombres que, a imitación y ejemplo
de la londinense, quisieran fomentar en el futuro
iniciativas semejantes. Desde entonces, cualquier
certamen debía edificar un palacio digno para la
ocasión, como la había sido el Crystal Palace en 1851,
con instalaciones amplias y desahogadas que deslumbraran
a los expositores y al público ávido y bullicioso.
Además, la Great Exhibition tuvo tanta fortuna,
tuvo tantos visitantes, que supuso el inicio del turismo
moderno y organizado. Había, pues, que adecentar las
ciudades, engalanar sus calles y disponer del
alojamiento necesario para albergar a los miles de
viajeros que llegaban. Ese mismo éxito llevó también a
añadirle a las exposiciones industriales otros reclamos,
algo que hiciera aún más atractiva la visita. Uno de
esos elementos fue la instalación de espacios para la
evocación histórica y cultural, para recreación de
escenas del pasado, algo muy atractivo en observadores
que demandaban ocio y representación con los que alegrar
sus vidas. |
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Hermanos Trenor Palavicino en la terraza del Monasteria
de San Jerónimo de Cotalba.
1855
[ca]. Colección Familia Trenor. |

Familia de Ricardo Trenor Palavicino.
1880 [ca]. Colección Familia Trenor. |
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La
ciudad de Valencia no fue ajena a este torbellino de
certámenes, ni tampoco a la oportunidad de las ferias.
La Real Sociedad Económica de Amigos del País había
promocionado con asiduidad concursos y premios. Las
autoridades habían creado incluso en 1871 la llamada
Feria de Julio, evento en el que a veces se organizaban
muestras y exposiciones; en 1872 se había celebrado un
Congreso Agrícola; en 1883 se había promovido sin éxito
una primera Exposición Regional. Sin embargo, no pudo
cumplirse el deseo hasta unos años después, hasta 1909.
Es al Ateneo Mercantil y sobre todo a su presidente, el
que fuera alcalde de la ciudad Tomás Trénor Palavicino,
al que cabe atribuir el mérito de que el sueño se
hiciera realidad, entre julio de 1909 y noviembre de
1910, primero como exposición regional y luego como
nacional. Un espacio de más de 150 mil metros
cuadrados, una nueva pasarela para conectar la ciudad
con la Alameda --el paseo más distinguido--, una
veintena de edificios suntuosos, varias decenas de
pequeños pabellones, más de dos mil expositores y un
catálogo de novedades que celebraba la agricultura
valenciana, su feracidad productiva y sus lujos, así
como la expansión industrial que en torno a ella se
había dado, esa agroindustria llamativa... Allí estaban
los productos agrarios, pero también los metalúrgicos,
la maquinaria agrícola, el material ferroviario, las
fábricas de fertilizantes, de explosivos, el sector del
mueble, de la iluminación, los curtidos, la
marroquinería, la alimentación y un largo y disperso
etcétera.
La
inauguración tuvo lugar el 22 de julio de 1909, con la
presencia del Rey Alfonso XIII y todo un cortejo de
autoridades y personalidades. Tomás Trénor recordaba
claramente el momento de su llegada: “La gente se echó a
la calle bien temprano. Las tropas alegraron la ciudad
con sus músicas al dirigirse a los sitios que tenían
señalados (…). El tren real estaba a la vista, minutos
después entraba en el andén, sonó el cañón, la fuerza
que rendía honores presentó armas, la música batió
marcha: el Rey estaba en Valencia”. Desde aquel día y
hasta los primeros días de enero del año siguiente hubo
un sinfín de manifestaciones de todo tipo: concursos
hípicos y atléticos, competiciones ciclistas y
filatélicas, exhibiciones de globos y de animales,
reuniones de automovilistas y de artistas, asambleas de
todo tipo, congresos múltiples, etcétera. Un auténtico
aluvión de actividades para las que Valencia se había
preparado a conciencia bajo la batuta y la previsión del
organizador.
Tomás Trénor lo dejó escrito: “las Exposiciones son como
las recepciones, los banquetes, los bailes, en la vida
social; las ferias y las fiestas en la vida ciudadana;
son alardes de pujanza, de opulencia, de grandeza, de
vitalidad”. Por eso había que sumar a Valencia, para
seguir la senda del siglo, para recorrer el mismo camino
que antes habían andado los certámenes universales de
París, Londres o Barcelona en el Ochocientos, y para
mantener la estela de las regionales de Madrid en 1907 y
Zaragoza en 1908. Y se hizo de manera espectacular, no
construyendo un edificio único, sino varios, pero dentro
de las claves del género: muestra comercial, orgullo
empresarial, espectáculo urbano, ocio de masas. Así fue
aquella Exposición. Todo eso y algo má: la encarnación
de lo que aquellas gentes entendían por región
valenciana y por España. Algo que se reflejó plenamente
en la simbología y en la decoración de los edificios
construidos, repletos de escudos, de motivos agrícolas.
¿Qué quedó de todo aquello? La ciudad experimentó
algunos cambios apreciables: la mejora de accesos y la
adecuación de algunas calles, la presencia de la
electricidad, el aumento de la oferta hotelera,
restauradora y de ocio. Ahora bien, el triunfo final
fue para la arquitectura, con el sobresaliente estilo
gótico, una elección que quería remitir a un pasado
glorioso, que buscaba la época más brillante del tiempo
pretérito. Con la Exposición Regional, las elites
valencianas entran en la sociedad de masas y sobre todo
se adueñan del espacio virtual de lo representado, de lo
deseado, de lo imaginado: la industria y la agricultura
no eran exactamente lo que la Muestra reflejaba, pero
esa Exposición recreaba dicha realidad como espectáculo
mercantil. Sus efectos aún duran. |
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Tomás Trenor Palavicino en el Alto de
los leones. Colección Familia
Trenor. |

Visita de S.A.R la Infanda Dª Isabel a
la exposición Regional Valenciana.
1909. Archivo Gráfico de José Huguet. |
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2.
Trénor. La Exposición de una familia burguesa
Thomas Trenor fue un irlandés de Dublin nacido a
finales del siglo XVIII en el seno de una familia de
comerciantes que, como otros muchos de sus vecinos,
emigró a España. Al parecer, llegó a la Península
durante la contienda napoleónica, o al poco de concluir,
siguiendo los pasos de dos de sus familiares. El uno
era
Philip Keating-Roche, quien había arribado para
participar en el conflicto siendo Teniente Coronel del
17º Regimiento de Lanceros, los llamados Light
Dragoons, del Ejército británico. Cabe señalar que
en el curso de la guerra mejoraría aquella graduación,
pues de hecho se le conoce como General Roche y fue él
quien, entre otros méritos, comandó las tropas que
vencieron al mariscal Suchet en Mutxamel el 23 de
abril de 1812. El otro era Henry O’Shea, quien
desempeñó el cargo de Intendente de Guerra en dicho
ejército. Sea como fuere, tras concluir la guerra, este
último y Thomas se reunieron en España, el primero en
Valencia y el segundo en Cádiz, donde negociaban otros
muchos compatriotas suyos. Hemos de pensar que esa
separación física no les mantuvo distantes, sino que
quizá tal elección les permitía complementar negocios
comunes como socios y corresponsales. Ahora bien, no
debió de resultar fructífera en exceso o acaso tuvieron
que atenerse a las cambiantes circunstancias, pues
Trenor también se instalará pronto en Valencia, tal vez
reclamado por su familiar. Sabemos que, coincidiendo
con el traslado de Enrique de O’Shea a Madrid en 1824,
Thomas pasa a dirigir la sociedad que éste regentaba. Un
año después, en mayo de 1825, ambos forman una sociedad
conjunta cuya razón social es Henrique O'Shea, Trénor
y Compañía, en la que participaba también el comerciante
Guy Champion.
La sociedad, por lo demás, se dedicaba a la importación
y exportación, con especial atención al mercado
británico. De hecho, en ese mismo año de 1825 se le
adjudicaba el arrendamiento de los derechos sobre la
importación del bacalao, monopolio que se había regulado
un año antes.
Thomas Trenor se instala, pues, definitivamente en
Valencia en los años veinte al amparo de los negocios
familiares. Además, inicia los suyos propios
introduciéndose en el mercado de la exportación de la
pasa desde el puerto de Denia, liquidando asimismo en
1827 los que había desarrollado en Cádiz. Dos años
después, el 22 de julio de 1829, se traslada a Málaga
para contraer matrimonio con Brigida Bucelli, hija de
otro conocido de la familia, Pedro Fabio Bucelli.
Enraizado en Valencia, reanuda y amplia sus negocios. A
mediados de los años treinta, por ejemplo, se asocia con
un británico afincado en Alicante con quien constituye
la sociedad Satchell y Trenor, que negocia con diversas
mercancías, especialmente con los derivados de la vid.
Poco después, en 1837, se convierte en empresario y
aparece dando poderes a Antonio María Peyrolón para
dirigir la contrata de "los buques vapores de la limpia
de puerto del Grao". Y al año siguiente aprovecha una de
las grandes oportunidades del momento, la que ofrece el
proceso desamortizador, adquiriendo entre otras
fincas el monasterio de Sant Jeroni de Cotalva, en
Alfahuir.
El
nuevo propietario no se conformó con la compra, sino
que aplicó con denuedo a mejorar dicha heredad haciendo
uso de todas aquellas medidas que estimó necesarias
para lograrlo. Por un lado, mantuvo una forma de
explotación clásica en la agricultura valenciana,
es decir, el arrendamiento en pequeñas parcelas.
Por otro, llevó a cabo una profunda transformación
del cultivo, en la medida en que el antiguo monasterio
mantenía una parte de la misma inculta que él
reconvirtió en viña. Estos cambios incluyeron
también otro tipo de inversiones que iban a
repercutir sobre la productividad y sobre la
comercialización de los productos que de allí empezaron
a extraerse, en especial la pasa. En efecto, sus
inversiones se destinaron sobre todo a la producción
de este derivado de la vid, puesto que una de sus
actividades era la comercialización de dicha
mercancía, especialmente desde que estableciera sus
primeros contactos con las poblaciones de las comarcas
de la Safor y la Marina.
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Vista de la pasarela construida sobre
el cauce del río túria. 1910
[ca]. Archivo Gráfico de José Huguet. |

Entrada a la Glorieta.
1900 [ca]. Archivo Gráfico de José Huguet. |
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Pero su actividades no se centraron solamente en la
propiedad agraria y en la comercialización de tales
productos. A finales de los años veinte, en 1828, s
socio Guy Champion había orotgado poderes a Henry
O’Shea para arrendar una casa fábrica de hilados de
seda situada en Vinalesa, sobre la que el primero
había escriturado un pacto en tal sentido con la
Sociedad Combey y Cía., que la había dirigido, aunque
entonces estaba embargada por el Tribunal de Comercio.
Años después, en 1842, Thomas Trenor la acabará
adquiriendo, aunque seguramente el acuerdo de
adquisición fuera anterior y puede que previamente ya
poseyera parte de ella. De este modo, la reinversión
de beneficios de lo que era su actividad comercial se
concretó en tanto en el sector agrícola como en el
industrial, en este caso en el más tradicional, la
sedería. De ese modo, la fábrica de tejidos de seda
que poseía en Vinalesa se convirtió en una de las
instalaciones que mayor renovación experimentó, como
revelan las informaciones de la época. Se decía
entonces que, de entre los establecimientos
existentes, había tres hilaturas, hilaturas en las que
se registraban importantes transformaciones,
fundamentalmente mediante la aplicación del vapor. Una
de ellas era precisamente la de los Trenor, quien
"por cuenta de una compañía inglesa dirige la de
Vinalesa".
Dos iniciativas posteriores acabarían por redondear esa
trayectoria. En 1845 adquiría mediante subasta la casa
en la que había estado alquilado y que sería su hogar en
los años venideros, sita en el número nueve de la calle
Trinquete Caballeros. En 1847 conseguiría entrar en un
nuevo negocio, el del preciado guano del Perú, a través
de la firma inglesa Antony Gibbs & Sons, a la que por
entonces el gobierno de aquella República había cedido
parte de su monopolio. Y todo ello concluye con la
constitución en 1854 de la sociedad comercial Trenor y
Cía, inicialmente con su sobrino Guillermo Mathews y,
desde 1858, con sus dos hijos mayores. En efecto, entre
1830 y 1840 nacerían los cinco hijos que le
sobrevivieron: Federico, nacido en marzo de 1830;
Enrique, en julio de 1832; Tomás, en agosto de 1835;
Elena, en de octubre de 1837; y Ricardo, en julio de
1840. En 1858, pues, los dos mayores tenían 28 y 26
años respectivamente y eran los únicos que podían
trabajar con el padre, pues ya habían superado la
barrera de la mayoría de edad, situada en los 25,
mientras Tomás había ingresado en la academia militar de
ingenieros y Ricardo era aún muy joven.
Tomás Trenor falleció al poco de formar sociedad con sus
hijos, en septiembre de 1858, mientras se encontraba en
el balneario de Panticosa. A muerte, los herederos
procedieron a inventariar los bienes, entre los que se
hallaban las inversiones ya citadas, además de acciones
de varias e importantes empresas como eran las
sociedades de ferrocarriles del
Madrid-Zaragoza-Alicante y del
Almansa-Valencia-Tarragona, o como las financieras del
Crédito Mobiliario Español, la Valenciana de Seguros
Marítimos o el Crédito Valenciano, sin olvidar
diversas participaciones en la propiedad de distintas
embarcaciones. No obstante, los familiares decidieron
que no hubiera reparto de la legítima paterna. Los
hermanos mayores (Enrique y Federico) seguirían al
frente de la compañía y de la testamentaría abonando
a su madre y al resto de los descendientes un 5% de
interés anual sobre su haber en razón del caudal
divisible. Enrique y Federico irían haciendo efectiva
la parte de la herencia que correspondiese a cada uno
de sus hermanos en la medida que éstos fueran
emancipándose. Federico se casó una hija del marqués de
Misarol, Mª de la Concepción Palavicino Ibarrola, en
1861, como hicieron los dos hermanos menores, pues Tomás
desposó a su cuñada Desamparados en 1862 y Ricardo a
Josefa en 1864, mientras que Federico contrajo
matrimonio con Julia Montesinos Sacristán en 1860 y
Elena con Juan I. de Llano White en 1862.
A
pesar de estos matrimonios y de la amplia descendencia
que tuvieron los distintos hermanos, la sociedad
familiar continuó funcionando a lo largo de todo el
siglo, con los negocios de siempre y con otros que se
fueron añadiendo. Entre ellos cabe citar la Refinería
Colonial de Badalona, dedicada a la fabricación de
terrones de azucar, una empresa a la que más adelante se
les uniría el célebre marqués de Comillas. Y también la
fábrica de ácido sulfúrico y abonos del Grau, una de las
primeras de España en su ramo y pionera en la
técnica de solubilizar los fosfatos a través de este
ácido. Para entonces, al despuntar el siglo, ya
formaban parte de la sociedad algunos de los nietos,
entre los que estaba Tomás Trenor Palavicino. Nacido en
1864, y como su padre, mantenía el nombre del fundador
de la dinastía. También compartía con su protegitor
haber seguido la carrera militar, pues ingresó en la
Academia militar de Artillería en 1881. Fue asimismo
diputado a Cortes por los distritos de Albaida y Vinaròs,
en 1903 y 1907, por el partido conservador y, sobre
todo, fue el promotor de la exposición Regional
Valenciana de 1909, una iniciativa que le reportó el
título de marqués de Turia y un quebranto económico
considerable para hacer frente a parte del déficit
generado. Casado con Margarita de Azcárraga, hija del
célebre militar y político Marcelo Azcárraga, el marqués
de Turia falleció en Madrid en marzo de 1913. |
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Hermanos Tomás y Federico Trenor Bucelli, 1870
[ca]. Colección Familia Trenor. |
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