PEDRO MONTEALEGRE
(Santiago de Chile, 1975)
Caliza
La cabeza de Marx –bien lluvia, bien
peste– la dialéctica: desaparecer.
Multiplicando. Presencia. Las gaviotas,
no otra cosa:
la rúbrica del cielo. Los misiles, por la
herida, otro tipo de rúbrica.
Dejarse. Ver. Ahora: radiografía –¿de
barro, ahora?–
invertebrada ciudad –humo no aquél:
el sonar del delfín. Bomba acá, bomba
allá.
No de agua: en la tierra, los cangrejos
de limo leerán poesía.
Prescripción. La duda. A la izquierda,
Valencia.
A la derecha, el hígado. Televisor de
basalto: un misil lo atraviesa.
Ahora: creer. Ahora: salir. La calle. El
capital: ser una niña dormida.
Mutar, ser globo, azúcar rosada. Usted,
en su trono,
cuente arenas. Caídos. Si a la hija del
Tigris
le devuelve sus párpados, no en vano este
poema.
Con lejanía de país, la distancia entre
cambiar
y no cambiar de canal: ahora: reviente.
Ahora: redima.
El hilo de marfil –¿qué hoy nos
embriaga?– discursos. De qué.
Manifestación contra el miedo. Manuel,
olvidarse
de quién somos ahora. Y quién no, quién
no.
Otros lo dirán con mejores palabras: la
sangre vuelta soga. La guerra. Vuelta. Ley. Otros: la
calle,
quienes pasan: olvido de ser solo pieza,
dominó gigantesco. Y caer, siempre, adelante. Nunca. No.
Negar. Desaparecer. Construir lenguaje a
partir de su miseria: todo huele a pólvora. Si abres la
boca
no entrará un moscardón: sólo un cuajo de
pólvora. Si estiras la mano: está sucia, está limpia.
Cuánto me das si un billete te nombra de
un modo más mágico que el papel de un poema.
/ Casos. Causas.
Corsés. Y permeando todo menos el pánico:
un murciélago de Madagascar, testa abajo, es muy tierno.
Una hiena del Zerengueti apartando
carroña a su cachorro mayor. Un chimpancé con hambre
puede comerse a otro,
inclusive a su hijo. Otros lo dirán con mejores
palabras: pero demasiado tarde. |