h u m a n i d a d e s
Rafael Borrás Betriu
ESPEJOS CONCAVOS O CONVEXOS

Una de las definiciones más utilizadas para explicar qué es una novela tal vez sea la que en 1831 populariza un obscuro funcionario francés, Marie-Henri Bayle, conocido universalmente en el campo de la literatura con el seudónimo de Stendhal. En la más célebre de sus obras, El rojo y el negro, Stendhal hace suya la explicación de que la novela es un espejo paseado a lo largo del camino. Si damos por buena esta definición, aplicable a otros géneros como el teatro, la poesía o el ensayo, aceptamos como válido el carácter testimonial de toda obra literaria. El escritor se limitaría así, recreándola artísticamente, a reflejar la realidad circundante. A este carácter testimonial se añadiría el de una supuesta objetividad o imparcialidad. Pero las cosas no son tan sencillas como parecen. Todo autor puede pasear su espejo a lo largo del camino, a la izquierda o a la derecha -y estos términos rebasan, por supuesto, su acepción política-. Y el espejo puede ser cóncavo o convexo, o cóncavo en algunas ocasiones y convexo en otras. Y la suma de las muchas imágenes que el espejo puede reflejar no garantiza que el resultado final se corresponda con la realidad de los hechos. Porque desde su voluntad de testimonio el autor delimita unos ciertos espacios, y no otros que posiblemente nos ofrecerían una versión de los hechos narrados no ya distinta sino contrapuesta. El punto de vista del verdugo es siempre diferente del punto de vista de la víctima. Ignacio Agustí (1913), en la saga de los Rius iniciada con Mariona Rebull, nos narra la historia de la Barcelona de finales del XIX, construida gracias al esfuerzo de una clase social, la burguesía, que a través principalmente de los fabricantes textiles lucha por la prosperidad de su ciudad en todos los órdenes: económico, político, cultural. Es una clase social trabajadora y exigente consigo misma, que cada madrugada, a pie, acude a la fábrica, tiene el sentido del ahorro, conoce a sus obreros y cree apreciarlos, práctica - como no- una doble moral y desconfía de los políticos de Madrid, hace honor a la palabra dada pero, sobre todo, considera el trabajo y sus compromisos, con un sentido calvinista, sagrados. En definitiva, se trata de una clase social, valga la redundancia, con conciencia de clase. Frente a este retrato cabe la tentación de pensar que la burguesía catalana, en muchos aspectos fue ejemplar. Pero Xavier Benguerel (1904), contemporáneo de Agustí, nos ofrece en su novela Suburbi una imagen muy distinta: un mundo dominado por la injusticia, en el que la explotación de la clase obrera por la burguesía nos confirma en la idea de que desde los tiempos que Charles Dickens describe en muchas de sus novelas hemos avanzado muy poco. ¿Miente deliberadamente o inadvertidamente Ignacio Agustí? ¿Lo hace Xavier Benguerel? Me parece que no. Cada uno ha elegido pasear a su espejo a un lado u otro del camino, en legítimo uso de su libertad, de sus preferencias, de sus gustos, en definitiva, de su visión del mundo y de la vida, de su compromiso. Agustí representa las clases liberal-conservadoras, moderadamente catalanistas, seguidoras de la Lliga Regionalista y de su líder Francesc Cambó, deseosas de la modernización de España pero temerosas de las transformaciones sociales que los cambios políticos comportan. Benguerel, por contra, encarna lo mejor de una Cataluña liberal y demócrata, ilustrada y republicana, fiel a su país y a su cultura, humana y políticamente solidaria con los más desamparados socialmente. Sólo una visión no analítica, tanto en las obras de Agustí como de Benguerel, sólo una visión basada en la síntesis de cada una de las partes del todo, en la síntesis de una realidad más compleja, nos podría dar una mejor aproximación a la verdad científica de los hechos tal como son. Cabe preguntarse, pues, si es lícito el carácter testimonial de una obra literaria. 

Creo que sí, siempre que vaya acompañado de aquellas virtudes sin las que no podrá ser considerada una obra de arte, desde la belleza del lenguaje a la sabiduría del oficio, el interés sostenido de la trama, la verosimilitud de la materia narrada. Frente a la licitud del testimonio, el compromiso es siempre más cuestionable, porque el arte termina donde empieza la propaganda, tal como afirma con evidente compromiso de causa Dionisio Ridruejo. Antonio Machado y Manuel Machado, en bandos distintos durante la Guerra Civil española, son ejemplos tan obvios que excusan la exégesis.

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