c o m u n i c a c i ó n
Faustino Catalina
LENGUAJE
POLÍTICO Y PERIODISMO
Desde el comienzo de la guerra de los Balcanes, la "clase política"
se llena la boca con eufemismos que califican este "conflicto bélico",
originado por la "limpieza étnica", como una "catástrofe
humanitaria" que causa "daños colaterales". Son rodeos de la lengua
que con interés y habilidad utilizan los políticos para no
llamar a las cosas por su nombre: genocidio, catástrofe humanitaria
y muerte. Pero este ejemplo no es una excepción y, del mismo modo,
es habitual ver reflejadas en la prensa expresiones como "gente de color"
o "interrupción del embarazo" -en vez de utilizar "negro" y "aborto"-;
un hecho que parece responder a la conocida idea de que los hechos o sentimientos
poco recomendables dejan de existir si no se los nombra directamente.
Los políticos y sus continuas declaraciones, puntualizaciones,
críticas y ofertas -sobre todo en época electoral- permanentemente
y, en mi humilde opinión, excesivamente presentes en los medios
de comunicación, no son los únicos responsables del deterioro
de nuestro idioma. Un tanto por ciento que sería difícil
cuantificar, y en todo caso opinable, es responsabilidad de los propios
periodistas --entre los que asumo mi parte alícuota- que desde los
diferentes medios de comunicación (prensa, radio, televisión,
Internet) nos convertimos en difusores de esas palabras que no siempre
brillan por el buen uso de la lengua.
Es curioso comparar, además, cómo se presenta la misma
noticia en diferentes periódicos, sabedores éstos de que
la mayor parte de los lectores no pasa de los titulares y basta con ligeras
"matizaciones" o interpretaciones para conseguir el efecto deseado, la
desfiguración o el tratamiento interesado de la verdad. Pero eso
sería cuestión de otro tratado. De todas formas, merece una
especial atención el pragmático uso del lenguaje de los políticos
nacionalistas con expresiones como proceso de paz, tregua unilateral, lucha
callejera o terrorismo de baja intensidad...que solapan realidades bien
diferentes.
En el lenguaje político son frecuentes palabras como metodología
(por método); problemática (problema o conjunto de problemas);
emblemático (palabra que sirve para calificar cualquier cosa); sofisticado
(complejo, complicado); incidir (influir, repercutir); prioridad (preferencia);
puntual (concreto); sin paliativos (contundente); optimizar (mejorar);
finalizar (acabar, concluir) posicionarse (definirse, situarse), influenciar,
vehicular, materializar, ejemplarizante, sobredimensionamiento...
A estas palabras hay que sumar algunos giros abusivos (a nivel de, en
base a, es por eso que, cuestión a resolver...) "falsos amigos"
como epatar (asombrar), implementos (utensilios), tecnología (técnica)...el
abuso de verbos (afirmar, decir, realizar...), tópicos, latiguillos
y frases hechas (importante avance, denodados esfuerzos, la pertinaz sequía,
esclarecer los hechos, una carrera meteórica, distintas sensibilidades
en un partido...)a todo lo que hay que unir la adicción al "dequeísmo":
el uso erróneo de expresiones como "pienso de que", "creo de que...";
"dijo de que"...Petulancia o pobreza expresiva, el hecho es que los periodistas
utilizamos y en muchos casos compartimos con los políticos - sobre
todo en el lenguaje audiovisual y especialmente en las tertulias de radio
y televisión- rodeos de palabras para expresar algo que se diría
con una sola: hacer mención (mencionar); darse a la fuga (fugarse);
dar comienzo (comenzar)... el uso de los infinitivos como formas sintácticas
independientes (señalar por último, advertir que, decir que...)
el emparejamiento de dos conjunciones adversativas de idéntico significado
(Pero, sin embargo...), hablamos de la "injerencia en problemas ajenos"
(si fuera en problemas propios dejaría de ser injerencia) o echamos
mano de expresiones redundantes (asomarse al exterior, progresar hacia
delante, prever con antelación, subir arriba, narcotráfico
de drogas....). Entre los factores que influyen en el maltrato del idioma
por parte de los medios de comunicación están la prisa -mala
consejera donde las haya- con las que habitualmente se redacta o improvisa;
la pereza del periodista que en caso de duda prefiere acudir a la frase
textual del político de turno o no se esmera en elaborar una nueva
redacción, o el desconocimiento del idioma que inconscientemente
lleva a usar el lenguaje de la calle....
Considero, sin embargo, que aunque errores como los apuntados están
ahí y hay que tratar de evitarlos y subsanarlos, no hay que ser
catastrofistas y a la hora de elegir, el mejor trato a nuestro idioma se
da en la prensa donde se encuentran errores, sí, pero no tan habituales
como en los medios audiovisuales. Como atenuante, nuestro rico refranero
nos recuerda que "a mal hablador, discreto oídor" y que en todo
caso lo mejor es "llamar a las cosas por su nombre" sin "perderse en discusiones
bizantinas".
La lengua es algo vivo, en permanente cambio y a cuya expansión
no podemos poner frenos ni límites. Eso sí, hay fórmulas,
que cada uno desde su responsabilidad de profesor, político o periodista,
puede ejercitar para que nuestro idioma no sólo no empeore sino
que mejore en su uso... Para ello se hace necesario, al menos en principio,
tomar conciencia y deseo de mejorar, para lo que contamos no sólo
con los habituales diccionarios, gramáticas y ortografías
que nos esperan en las estanterías con las hojas abiertas a nuestra
curiosidad, sino con numerosos manuales de estilo y uso del idioma para
las consultas más sencillas y habituales.Periodistas y políticos,
políticos y periodistas, en permanente y estrecha relación,
deben aguantar cada uno el palo de su vela y su responsabilidad en el uso
de la lengua sin perder el horizonte de que lo importante no es sólo
qué se dice, sino cómo se dice. Y aunque "una cosa es predicar
y otra dar trigo", "a buen entendedor, pocas palabras". |