José Luis FalcóL E N G U A J E Y R E A L I D A DActualidad y Pervivencia del Discurso Poético
Estamos viviendo un final de siglo que no parece invitar, ni mucho menos, al optimismo. La atrocidad de las guerras, el horror casi innombrable del hambre, el fundamentalismo religioso, étnico o político, la marginación de las minorías, la agonía de los más débiles. Un ángel exterminador recorre Europa y extiende sus alas y su sombra sobre la miseria del mundo. En un siglo hemos pasado de la utopía revolucionaria al desencanto, y del desencanto a un conformismo vergonzoso. En un siglo hemos pasado también de la exaltación de lo artístico y su valor emancipador a su inclusión meramente funcional en el territorio mas o menos variopinto de lo estético. Con otras palabras: las razones esgrimidas en los años treinta por Walter Benjamin en su conocido trabajo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, parecen en principio haber mantenido parcialmente su vigencia. Parcialmente. Porque si bien es cierto que el concepto de arte ha variado de manera ostensible en esta segunda mitad de siglo, también lo es la pervivencia de ciertas prácticas artísticas tradicionales, incluso en su forma de producción y consumo. Conviene advertir que esta pervivencia no ha significado ningún tipo de inmovilismo. La interfecundidad entre los diferentes medios y formas de representación resulta una evidencia hoy en día incuestionable. En este sentido, preguntarse por el futuro del denominado arte verbal por excelencia, la poesía, es también preguntarse por el futuro de la relación entre el Lenguaje y la Realidad. Contrariamente a lo que pudiera parecer, los nuevos lenguajes massmediáticos han suscitado y seguirán suscitando una complementariedad y, en algunos casos, una resistencia que hasta la fecha han encontrado su mejor expresión (salvo contadas excepciones) en la alteridad de otro lenguaje. Y ese otro lenguaje es sobre todo el lenguaje poético allí donde se encuentre. Es decir, no sólo en el espacio de la poesía, sino también en la raíz misma de otras prácticas discursivas -la filosofía, el ensayo, la novela- que se sirven de él para desempeñar otra función, y en ocasiones, alcanzar otros objetivos. El lenguaje poético de la modernidad, tal y como señalara Hugo Friedrich en su conocido trabajo Estructura de la Lírica Moderna (1958), es fundamentalmente autocrítico, a la par que crítico, no sólo con los usos y las costumbres sociales, sino, y lo que es más importante, con el lenguaje mismo. Se podría afirmar, incluso, que el lenguaje poético desempeña de manera no siempre implícita el papel de una crítica-lingüística, en el sentido teórico que en su momento le dió Paul de Man. Y en este sentido el futuro del lenguaje poético puede considerarse alentador, porque es el uso del lenguaje que con mayor rotundidad pone en evidencia la distancia irreparable que existe entre Lenguaje y Realidad, y es en estos términos (Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, Derrida) en los que se ha ido manifestando en la tradición occidental la crítica misma del Ser, por lo que nuestro conocer está imbricado necesariamente en tal conflicto. Acertadamente ha escrito el poeta portugués Eugénio de Andrade en La sal de la lengua (1995) : "(...) la poesía es la ficción/ de la verdad". El mismo Andrade, en el citado libro, añade, a modo de poética en La pulsación de las sílabas: "el amaba la pulsación de las sílabas (...)/buscaba en ella lo que no sabía/lo que nunca supo y sospechara: / un sentido, la señal de la gracia, el frágil/ hilo que condujese a la vida, / tan acá del deseo vivirla". O lo que es lo mismo: sólo al poner en evidencia ese extrañamiento entre Lenguaje y Realidad, alcanzamos paradójicamente, un nuevo conocimiento y una renovada sensación de vida. Y es ése el destino pequeño, modesto si se quiere del lenguaje poético -el que permite al hombre acceder a sí mismo y al conjunto de todo cuanto le rodea o, por lo menos, a la experiencia de tal ilusión. De lo dicho más arriba cabe también colegir dos cuestiones.
La primera se refiere al "lugar", la segunda a su "eticidad".
En cuanto a la eticidad del texto poético conviene advertir que se encuentra siempre presente, incluso en aquellos autores o movimientos que han tenido la voluntad de prescindir de esta dimensión en aras del denominado placer estético. Y esto sucede debido al "inconsciente ético" que impregna cualquier tipo de representación literaria, desde Los Cantos de Maldolor hasta la estética sartriana. Esta dimensión ética resulta imprescindible para la correcta comprensión de la lírica moderna. Y no conviene olvidar que el lenguaje poético ha resultado también en ocasiones una especie de territorio privilegiado para la expresión de la resistencia o de la disidencia política. Y desde aquí se puede entrar ya en una última consideración. Como se ha indicado al principio, el lenguaje poético pone en
evidencia la distancia insoslayable que existe entre el Lenguaje y la Realidad.
Al subrayar esa distancia y al asimilarla como componente fundamental de
su trabajo sobre el material significante, el lenguaje poético pone
en evidencia también todos aquellos otros tipos de discurso que
no parecen dispuestos a plantearse tal problema, como es el caso por excelencia
del discurso político. Por ello, el lenguaje poético, al
no funcionar de acuerdo con los mecanismos que sustentan el lenguaje del
Poder, adquiere la mayor parte de las veces -aunque no todas, naturalmente,
por este simple hecho- y casi de inmediato una cierta singularidad crítica.
De ahí la desconfianza que suele generar en el interior de la semiosfera
de una colectividad marcada por la persuasión de los lenguajes massmediáticos.
De ahí, también, su marginalidad. Y de ahí, por último,
que el lenguaje poético de la modernidad haya sido una cuestión
de minorías, no tanto porque se haya alejado en algunas ocasiones
de la supuesta transparencia de la lengua natural, como por el hecho de
que se hayan secuestrado sistemáticamente las claves de su funcionamiento
y tergiversado su función social. En este sentido creo que la conquista
del lector
Pero lo fundamental seguirá siendo lo que el contacto con el texto poético supone: una especie de nueva experiencia que termina por modificar nuestra conciencia, alterando a su vez, como sugiere Georges Steiner, el conjunto de nuestra identidad. Añade Steiner: "una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, <<huelen>> la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales (...), estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío" (Errata. El examen de una vida, Siruela, Madrid, 1977, pag. 64).q |
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