c o m u n i c a c i ó n
L A L E
Y D E L S I L E N C I O
Norberto
M. Ibáñez
Cuando se desencadena un conflicto bélico, evidentemente,
las partes implicadas pertrechan y barajan un arsenal armamentístico
letal debido a su naturaleza beligerante. Se amenazan mutuamente con armas
inteligentes de última generación con capacidad intuitiva
para cimentar camposantos donde antes se alzaban edificios con vidas inocentes.
Pero por encima de todo el desolador equipamiento militarista destaca un
arma que, sin ser del todo sofisticada, ejerce efectos devastadores entre
los combatientes. Un arma clasificada de independiente, tan temida, tan
rápida y tan dañina como la más peligrosa. Tanto es
así que las autoridades burocráticas que determinan el ritmo
de la guerra, intentan, como uno de sus primeros objetivos, interceptarla
y neutralizarla. Ese arma se acredita con el nombre de periodista. Los
informadores in situ, altavoces internacionales, observadores del conflicto,
tienen como misión relatar con detalle los acontecimientos que ocurran
en territorio guerrero. Su libre profesión es una amenaza para cualquiera
de los bandos implicados en la contienda pues, una noticia, puede poner
en contra a la opinión pública internacional y obligar a
que una de las partes se retire para no provocar más iras sobre
sus métodos o conductas en el enfrentamiento militar. Por esta y
otras razones el reportero de guerra se convierte en un arma valiosa, a
la vez que codiciada y que por todo el mundo desea tener cerca al precio
que sea.
La vida de un corresponsal de guerra independiente vale menos en un
campo de batalla que la última colilla fumada y pisoteada por un
francotirador, quien le tendrá a tiro, le disparará o perdonará
la vida dependiendo de la dosis de estimulante o adrenalina que circule
por su sangre.
Por tanto, un periodista que quiera sobrevivir debe acudir a una guerra
acreditado por su medio de comunicación y la Administración
del país donde se desarrolla el conflicto o por la Administración
del país atacante. De esta manera, los periodistas viajan con unos
militares u otros a las zonas de conflicto. Siendo así, difícilmente,
el periodista podrá ser imparcial con sus informaciones ya que en
el momento en que sus crónicas sean contrarias a las del ejercito
que le ofrece el salvoconducto para vivir la guerra en directo, lo dejarán
de lado; ya no les cautivará la idea de que siga observando si en
su análisis informativo no fabrica la realidad que a ellos les interesa
que llegue a la opinión pública.
En la mayoría de las ocasiones la directiva del medio o el grupo
de comunicación que envía al periodista ya ha pactado de
antemano en qué parte de la contienda va a estar situado y qué
tipo de información va a ofrecer durante el tiempo que dure la guerra.
Estos pactos son decididos para defender intereses políticos y comerciales
a gran escala. De este modo, el corresponsal enviado a la zona, testimonio
viciado, tendrá que, pagando con su silencio, delimitarse y emitir
informaciones favorables al pacto de sus guardianes. En definitiva, ser
infieles a su deontología profesional. Hago aquí una breve
acotación al respecto de la libertad de expresión. El otro
día entrevistaba a un importante escritor español, director
de un medio de comunicación nacional y con una larga vida en el
mundo del periodismo. El perfil político de este profesional es
claramente conservador. Cuando le pregunté sobre cómo había
sufrido la censura en su profesión me contestó: "a lo largo
de mi vida nunca nadie me impidió decir lo que quería". El
señor decía bien, y es que si se sigue su trayectoria, todos
los medios en los que ha colaborado son afines a su propia ideología.
¿Quién le iba a censurar? En este sentido, la deformación
informativa es brutal pues el periodista y el medio se dejan llevar por
sus comunes intereses antes que por dar justa fe de los hechos que le circunscriben.
Si a esto añadimos que la mayor parte del flujo informativo está
decidido por apenas 15 medios en todo el mundo y el resto son arrastrados
por la corriente y supeditan contenidos y orientaciones a los intereses
de los poderosos, un reportero no es más que un faro que ilumina
por indicaciones a los navíos que naveguen con prudencia.
Pero este entramado de propaganda política no nos debe extrañar,
ni coger por sorpresa pues Napoleón ya organizó una oficina
de prensa que bautizó con el nombre de Oficina de la Opinión
Pública. Las campañas de propaganda pueden ser iniciadas
indistintamente por el gobierno o por una de las empresas de medios de
comunicación más importantes. Por ejemplo, las campañas
desarrollada para desacreditar al gobierno de Nicaragua o para apoyar la
elecciones salvadoreñas (1982-1984) y en Guatemala (1985) fueron
llevadas a cabo por el gobierno norteamericano. En cambio las campañas
para dar publicidad a los crímenes de Pol Pot y el presunto complot
soviético para asesinar al Papa (1981) fueron iniciadas por el Reader´s
Digest. Aunque, la mayoría de las campañas propagandísticas,
son iniciadas conjuntamente entre el gobierno y los medios.
La historia está cargada de ejemplos en los que una fuerza occidental
arremete contra un país beligerante en vías de desarrollo
y, a través de los medios de comunicación, vende su guerra
y compra el silencio. En 1968, en la guerra de Laos, provocada por Estados
Unidos en una etapa de procreación de gobiernos satélite
para evitar la expansión del comunismo, un corresponsal de Le Monde,
Jacques Decornoy, elaboró diversos informes sobre los bombardeos
que la aviación americana estaba llevando a cabo en algunas zonas
del país. La mayor parte del distrito de Sam Neua había sido
"arrasado, y demolido" con bombas arrojadas para maximizar las bajas civiles.
Tras este informe no había duda de que las fuerzas aéreas
estadounidenses estaban librando unos ataques brutales contra la sociedad
civil del norte de Laos. Estos informes fueron ignorados por los medios
de comunicación. Este mismo ejemplo se puede transportar a cualquier
guerra estadounidense, siempre fuera de su territorio, de la década
de los setenta y ochenta (Camboya, Vietnam, Guatemala, El Salvador...),
y también de los 90, con el conflicto del Golfo como muestra palpable
de engaño, propaganda y manipulación mediática.
En cambio, estos apuntes no deben interpretarse como que actualmente
la OTAN, dirigida por Estados Unidos, esté obrando de un modo incorrecto
al utilizar la fuerza bruta contra el régimen de Milosevic, quien
ha desobedecido leyes, principios y derechos fundamentales. Aunque, sin
lugar a dudas sí nos deberíamos preguntar porqué se
ha ensañado en los Balcanes en defensa de los albanokosovares y
no lo ha hecho en Turquía, en Argelia o en el Kongo... con otras
minorías éticas agredidas sistemáticamente. Pero es
otro debate.
Siguiendo por el recorrido trazado de la alteración de la realidad
a partir de las informaciones por parte de los gobiernos y medios seguiremos
con detalles más inmediatos en el tiempo. El punto de referencia
es de nuevo Kosovo. Hace unos días conocíamos las declaraciones
atrevidas de una corresponsal de la BBC, Jackie Rowland, en la que se reconocía
víctima de una estrategia de propaganda por parte de la OTAN. "Por
primera vez en la historia en mi carrera como periodista me sentí
como un peón en un juego mayor y más siniestro". Se organizó
un viaje a un campamento de refugiados donde hacía un día
la OTAN había bombardeado por error al pensar que era un objetivo
militar. La prensa sólo estuvo veinte minutos, casi no pudieron
apreciar lo que allí había sucedido, "en cuanto al objetivo
militar o nunca existió o hacía tiempo que había desaparecido",
aseguraba Rowland. Indudablemente, esta no fue su crónica ya que
se imagino a Jamie O´Shea , portavoz de la OTAN y a otros cuantos
cargos esperando sus palabras. Por miedo a las represalias calló.
En realidad, este breve análisis no es más que un suave
acorde malsonante que molesta en el conjunto de la gran sinfonía
sincronizada y dirigida para la música adormezca a la opinión
pública. Cada vez los acordes que desafinen deben ser más
fuertes para destrozar a la orquesta y componer una sinfonía más
honesta.
Un periodista en guerra debe seguir un manual de reglas básicas
para no ser víctimas de la misma e incrementar el número
de reporteros asesinados. Evitar fuego cruzado, precaución en terrenos
sin huellas por posibles minas antipersona,etc., son consejos de supervivencia,
pero cómo evitar ser víctimas de su propia profesión
no aparece en ningún boletín informativo. Ya va siendo hora
que desde las facultades de periodismo adviertan que esta heróica
profesión de hombres independientes y liberales patina y se desliza
entre pasillos dominados por las políticas económicas del
mercado. |