h u m a n i d a d e s
En el laberinto
de Kosovo
¿Soberanía,
Derecho de injerencia o Deber de injerencia?
Llevábamos tiempo con un tema pendiente en la agenda de “Contrastes”,
un hueso duro de roer (no lo sabíamos bien): el del derecho a la
injerencia. Tema complicado, de grandes aristas e imprevisibles consecuencias,
una vez ejercido el derecho. Ningún otro, más necesitado
de contraste. Y ningún otro que responda con más apremio
a las nuevas sensibilidades emergentes de este fin de siglo.
Pasó el caso Pinochet como un primer aldabonazo en las conciencias
colectivas y tras el desconcierto inicial se logró abrir, al menos
una brecha, ya irreversible, en el orden internacional vigente. Pero se
podía considerar como una injerencia asumible, por retroactiva.
El segundo aldabonazo nos llega ahora, en forma de una limpieza étnica
on line, insoportable, que irrumpe en nuestras casas, seguida de una guerra
singular, de intolerables efectos “colaterales”, inclasificable y atípica,
que como tal habría de ser analizada: la guerra de Kosovo. Son dos
problemas simbióticos, que, aunque superpuestos se han de tratar
distintamente.
¿Es hora de hablar con serenidad en estas circunstancias del
derecho a la injerencia?. ¿Es éste el escenario adecuado
para una reflexiones teóricas, políticas, jurídicas,
filosóficas, éticas?. Más que nunca. Oigo a cronistas
honestos que se niegan a escribir de la guerra, porque quiénes somos
nosotros para escribir de la guerra. Pero sí somos alguien, somos
unos ciudadanos cualesquiera a quienes lo que está pasando nos pasa
a nosotros en lo más hondo y aunque no tenemos claves ni información
especiales, ni nos creemos toda la que nos llueve, nos afecta y sacude
brutalmente hasta llegar a cuestionar nuestra relación con la propia
realidad que vivimos. Por tanto hay que hablar y escribir de la guerra,
pero empezando por el derecho a la injerencia que es su matriz.
Reconozcamos que estamos sumidos en un laberinto , más concretamente
en el de Creta. La alusión al mito helénico es inevitable
ya que nos movemos entre mitos, mitos identitarios o mitos de la búsqueda
de la comunidad perdida (Hobwsman). En este caso nos enfrentamos al de
los Campos de Mirlos de 1394, en Kosovo, mito transformado por Slovodan
Milosevic en operativo programa político ( Mira Milosevich, socióloga
servia residente en España) que como tal es el actual generador
de uno de los peores crímenes cometidos contra la humanidad ( Kofi
Annan ). En el punto opuesto del mito genocida, mi referencia al
mito del Palacio de Cnossos busca la salida del laberinto, dejando atrás
al Minotauro. ¿Y el hilo de Ariadna?
El genocidio como hilo de Ariadna
Empecemos por explorar el laberinto, que es doble: el real donde
el genocidio y la guerra estallan a muy pocos kilómetros de nuestras
fronteras y el mental, el que se instala en nuestras cabezas (al fin y
al cabo el laberinto puede tener forma de caverna platónica), mas
laberíntico, por definición. Para salir de ambos necesitamos
un hilo, ojalá sea el de Ariadna.
En nuestro caso no es otro que la ruta del genocidio, o más aun
del democidio ( Vidal-Beneyto) -deportación, limpieza étnica,
genocidio- llevado a cabo por el sátrapa Milosevic a lo largo de
una década. Es el punto de partida. Ignorar esto es querer perder
la pista para enjuiciar esta tragedia concreta que se desarrolla
en un escenario concreto que son los Balcanes y no la de otros escenarios,
por tan o más espectaculares que hayan sido o sean. No hablamos
ni de Biafra, ni de los kurdos ni de los Grandes Lagos ni del Tibet. No
podemos hablar hoy de todos y de todo a la vez, so pena de condenar el
discurso a la banalidad o a la desmovilización. Y este nos concierne.
Hablamos, pues, de Kosovo y de los Balcanes, y en unas fechas muy precisas
que van de 1985-1989 a 1999, sobre todo lo que ya es una “ominosa década”,
sin duda. Todo el mundo condena a Milosevic y su genocidio. No todos,
pues los hay claramente identificados con él, que quieren negar,
o no pueden aceptar, la evidencia ( ¡hasta Debray!). Me refiero a
la gente con los apriorismos menos acusados. No hay artículo, sobre
todo los de los mas críticos a la injerencia o a la forma de la
injerencia, que no comience su análisis con esta condena.
Pero curiosamente luego se olvidan de ella como si la función textual
del recuerdo condenatorio fuera de mero exorcismo y trámite y no
de instrumento analítico e interpretativo de los hechos. Excuso
aquí relatar la magnitud del genocidio, la sofisticada y fría
planificación del mismo que aparece en el documento serbio ‘Operación
Herradura’: los datos están al alcance de todos los que quieran
enfrentarse al análisis de este “infierno que lleva por nombre Kosovo”
( I. Kadaré).
Si seguimos el hilo, el siguiente paso es “qué hacer” frente
al genocidio. Y ahí entramos en un terreno harto pantanoso, que
también los hay en el Laberinto, donde se nos aparece un indicador
de doble pista, la de la no intervención (o política
del avestruz) de tan amargo recuerdo y tan infausta repercusión
en nuestro destino histórico, pero tan sugestiva y vigente hoy hasta
el punto de poderla encontrar anidada incluso en gente que opta por la
otra, y la de la injerencia.
Si optamos por esta última nos encontramos con la alarma de graves
y sabios representantes del derecho internacional, defensores a ultranza
del actual ordenamiento jurídico (¿antes o después
del caso Pinochet?). Su arsenal argumental intimida. Mucho más que
las ya humedecidas municiones de los acartonados conservadores, defensores
de los principios de soberanía o de autoridad frente al de humanidad,
derivados del absolutismo del s.XVII (Grotius) detrás de los que
se escudaban/escudan gentes como Pinochet y Milosevic. Resultado: de nuevo
tenemos que elegir entre autoridad y humanidad, entre legitimidad y legalidad,
entre orden y justicia. Graves disyuntivas morales que nos vienen acompañando
desde siempre en todas las grandes encrucijadas personales y colectivas
y ahora también internacionales. Pese a todo, nuestra clara opción
por la injerencia, también tiene doctrina : la línea de exigencia
de los derechos humanos que inicia las misma ONU con su Declaración
Universal de los Derechos Humanos (1948) se ha abierto un sólido
camino y ha creado doctrina y jurisprudencia a favor no sólo del
derecho sino del deber de injerencia, por razones claramente humanitarias,
rompiendo así (Pinochet) los corsés jurídico-políticos
que justamente en este fin de milenio están evidenciando una acelerada
obsolescencia. Nuestra opción tiene también otra apoyatura
en una simple palabra, de grandes resonancias, la de compromiso (Guelbenzu).
Recordemos lo que significaba en su momento. ¿Hacia dónde,
ahora, o contra qué?. Contra el genocidio (de nuevo nuestro hilo
de Ariadna ), contra la conculcación pura y dura de los derechos
humanos, realizada por un personaje y un régimen que insulta nuestra
propia humanidad y no de forma accidental, insisto, sino a lo largo de
una década, sin que la Comunidad a la que pertenecemos haya hecho
nada eficaz por impedirlo o lo haya hecho mal, incluso muy mal (Eslovenia,
Croacia, Dayton). Pero claro, para que este armazón moral no obtenga
adeptos, la estrategia serbia es de manual, negar “la mayor”; no hay dictador:
es un demócrata; no hay deportación: los albanokosovares
se van por miedo a las bombas, emigran para mejorar sus vidas; no hay genocidio,
no hay destrucción, no limpieza étnica, no, no... Lo escribe
Regis Debray, convertido en correo del pequeño Zar serbio. Reaccionan,
incrédulos, airados, en Le Monde y en Liberation (A. Joxe, B-H.
Levy). Nos damos de bruces con la moral.
Inevitable deber de Injerencia humanitaria
La intervención militar del 24 de marzo, después del
fiasco de Rambouillet (eludo de nuevo los hechos tan conocidos, aunque
no inútiles de recordar, y que fueron el detonante para la decisión
final), sonó desde la sensibilidad del genocidio como un acto inicialmente
reparador de toda la ignominia de fondo y forma que venía representando
Milosevic y su régimen y como la única solución para
la defensa y restablecimiento mínimo de los derechos de los albanokosovares,
una vez fracasados todos los intentos de dialogo habidos y con más
evidencia tras la ”traición” a ultima hora de Milosevic a la mesa
de negociación.
La OTAN como complicación.
Si la injerencia humanitaria era legítima (y desde muchas sensibilidades
incluso un imperativo categórico) y si la intervención armada
era inevitable el protagonismo absoluto de la OTAN añadía
a los problemas anteriores de orden fundamentalmente ético y jurídico,
otros de índole estrictamente político, la mayoría
de ellos a todas luces anacrónicos, otros más actuales. No
me puedo extender. Entre los anacrónicos, hay que remontarse a los
orígenes de la 1ª Guerra mundial, a la ruptura de la II Internacional,
en la que aún parecemos arqueológicamente instalados, a la
época de entreguerras y a la más reciente de los dos bloques
con la OTAN (recuérdese el antiimperialismo yanqui que ha alimentado
a generaciones enteras). Si a esto añadimos la puesta al día
de ese antiamericanismo derivado, elemental e identitario, el precipitado
puede ser explosivo. La gran metáfora de este encuentro de fobias
no resueltas, la tenemos entre nosotros en la figura de una persona que
ofrece el flanco privilegiado de concentrar en sí la jefatura de
la OTAN y a la vez la condición de socialista, J. Solana. Qué
más se puede pedir. !El ”defoulement”!. ¡La locura!. Pero
nos aleja de nuestros dilemas reales.
De la intervención militar a la guerra
En un momento dado la intervención militar se transforma en
guerra, cambia de naturaleza de la noche a la mañana. Mas allá
de los juicios de intención, tan gratuitos y tan socorridos, las
cosas aparecen objetivamente como si la OTAN hubiera pensado la primera
operación de bombardeo tácticamente suficiente para marcar
un punto de inflexión en la confrontación con Milosevic.
Su objetivo obligar a éste a la negociación de Rambouilet,
los 5 puntos. El de Milosevic es no negociar, sino acelerar e intensificar
su Operación Herradura; elige en ese momento que le hagan la guerra.
Es él quien obliga a la OTAN a prolongar indefinidamente su inicial
intervención militar y la convierte en guerra. El hecho de que a
partir de ese momento la mirada de muchos se dirija a la OTAN como responsable
de la guerra y no al siniestro estratega serbio es puro estrabismo. No
sólo se ha modificado el carácter de la intervención
sino el escenario del conflicto, de modo que una de las consecuencias perversas
de este giro, con la que contaba sin duda Milosevic es lograr escamotear
el problema de fondo, el proceso genocida, y convertir la respuesta a su
provocación en causa de la situación provocada. El genocida,
que reta a la Comunidad Internacional y la obliga a usar la fuerza contra
él, se hace su víctima, sin ceder un ápice. Esta estrategia
que utiliza los valores democráticos de la víctima para acusarle
de los crímenes que él practica es conocida, y puede resultar.
Por eso es tan falaz cualquier apelación a la negociación
con este peligroso personaje.
La guerra y el pacifismo
Una guerra que se ve obligada a actuar como tal sin serlo rompe todas
la reglas del juego. A partir de ahí nos faltan coordenadas para
otra apreciación que no sea la de sus efectos cada vez más
indeseables. La guerra crea campos enfrentados en la sociedad. También
un espacio ambiguo, teóricamente neutro, que lo ocupa el pacifismo.
Nada extraño, que a los partidarios de la no-intervención
y de la legalidad internacional a ultranza, a los anti- OTAN, los antiamericanos
de profesión, se les brinde la oportunidad y la aprovechen, de encontrar
en esta tragedia humana que es la guerra y más esta guerra altamente
tecnológica, de temibles efectos ecológicos, la prueba del
nueve de la justeza de sus posiciones y de enarbolar a continuación
la bandera del pacifismo, de la “buena causa” frente a los demás
mortales considerados como “hordas salvajes”, bárbaros otanistas
y lacayos del imperialismo. Ojalá fuera tan sencillo. Pero la guerra
ni anula ni prueba ninguna de las posiciones del debate anterior. Más
bien evidenciaría, desde nuestro propio hilo de Ariadna, que estamos
ante un genocida de convicción con un plan preconcebido al que no
renuncia, aunque su obstinación destruya a su pueblo. Y que se le
ha de frenar. Todos queremos la paz, pero la paz no es un bien absoluto
y la expresión “no a cualquier precio” centra el problema. La noble
oleada pacifista que recorre hoy lo más sano de nuestra especie,
es una coartada más para el dictador, que la utiliza como escudo
humano para salir indemne de sus crímenes. Se dijo en el reciente
Congreso de los Verdes alemanes. Discutían la política de
su ministro Fischer en Yugoslavia: ”No mas guerras y no mas Auschwitz.”
Pero en Yugoslavia había Autschwitz. Votaron contra Autschwitz y
con desgarro a favor de la guerra, hasta que cediera el sátrapa.
Toda una lección moral.
Errores/ horrores y responsabilidades
Los horrores son patentes: el genocidio, la deportación, los
campos de concentración, y por supuesto los bombardeos. Pero sin
simetrías ni equidistancias. Lo mismo que la paz no lo es a cualquier
precio, no toda violencia es idéntica. !Qué enorme déficit
moral, la supresión de fronteras entre víctimas y verdugos
y no digamos la inversión de los roles!. Una vez mas se ha de decir:
el responsable de esta guerra, de esta estrategia de genocidio es Milosevic,
no la OTAN. Ésta tiene sus enormes responsabilidades propias pero
no la de esta guerra. Los cargos contra ella son sus errores, ya gravísimos
y al parecer estructurales, esa sarta de dislates a que sus modelos informáticos
de guerra le condenan (Castells). Los otros, se los reparte con la Comunidad
Internacional , en sus variadas instancias ( UE, ONU, G-7, FMI), que es
quien tiene la gran responsabilidad política de lo sucedido en los
Balcanes a partir de la caída del muro. Pero esa es otra historia.
La responsabilidad del genocidio, y de la actual guerra es inequívocamente
de Milosevic. Parece que hay que repetirlo sin descanso. Pero a la OTAN
le queda la gran responsabilidad, última, por la que se le pedirán
cuentas: acabar con Milosevic (Touraine) como “conditio sine qua non” para
restablecer o instalar los derechos humanos en la zona. Sin embargo, el
fantasma de la realpolitik , que pueda dejar las cosas como estaban, y
en la que se entró de lleno tras el “efecto Embajada china”, planea
insistente sobre nuestras cabezas, como una amenaza. Si se produce, sería
el error definitivo que mediría el tamaño de nuestra impotencia
como Comunidad internacional, el signo de nuestra inadaptación a
los nuevos escenarios que ya nos superan. Y no serían errores sino
el fin de una época. Esperemos que tanto desnorte no oculte los
elementos alternativos que han de desembocar en los replanteamientos necesarios
para iniciar el nuevo milenio, sobre nuevas bases. No tendríamos
que replantearnos tanto los fines, sino los medios. Los fines, adecuarlos
ciertamente a las nuevas realidades, eliminar de una vez las trabas que
impiden la globalización de la justicia y del derecho. Son los medios
los que exigen un radical replanteamiento: en primer lugar, la guerra.
La que estamos padeciendo es bifronte: ultima guerra siglo XX (la que hace
Milosevic), primera del XXI, (la guerra digital de la superpotencia.).
Ninguna puede cumplir ya sus funciones (Umberto Eco). El nuevo orden
internacional cambia y empieza a consagrar el derecho a la injerencia,
porque no habrá fronteras para los derechos humanos universales.
EE.UU
tendrá que replantearse su hegemonía solitaria y en esa medida
vacía (Huntington). Europa tendrá que ocupar su lugar.
Las grandes instituciones internacionales creadas para problemas
de la II Post-Guerra Mundial, visiblemente inservibles, darán paso
a nuevos modelos que respondan a las nuevas necesidades, las que vemos
de momento en esta zona crucial y estratégica de los Balcanes. Y
es a Milosevic a donde nos lleva el hilo de Ariadna, que nos ha guiado
en este breve recorrido.
Sólo acabar con el minotauro nos permitirá salir del Laberinto. |