h u m a n i d a d e s 

En el laberinto de Kosovo

¿Soberanía, Derecho de injerencia o Deber  de injerencia?
José Bailo Ramonde
jb-ic@mx3.redestb.es


Llevábamos tiempo con un tema pendiente en la agenda de “Contrastes”, un hueso duro de roer (no lo sabíamos bien): el del derecho a la injerencia. Tema complicado, de grandes aristas e imprevisibles consecuencias, una vez ejercido el derecho. Ningún otro, más necesitado de contraste. Y ningún otro que responda con más apremio a las nuevas sensibilidades emergentes de este fin de siglo.

Pasó el caso Pinochet como un primer aldabonazo en las conciencias colectivas y tras el desconcierto inicial se logró abrir, al menos una brecha, ya irreversible, en el orden internacional vigente. Pero se podía considerar como una injerencia asumible, por retroactiva. El segundo aldabonazo nos llega ahora, en forma de una limpieza étnica on line, insoportable, que irrumpe en nuestras casas, seguida de una guerra singular, de intolerables efectos “colaterales”, inclasificable y atípica, que como tal habría de ser analizada: la guerra de Kosovo. Son dos problemas simbióticos, que, aunque superpuestos se han de tratar distintamente.

¿Es hora de hablar con serenidad en estas circunstancias del derecho a la injerencia?. ¿Es éste el escenario adecuado para una reflexiones teóricas, políticas, jurídicas, filosóficas, éticas?. Más que nunca. Oigo a cronistas honestos que se niegan a escribir de la guerra, porque quiénes somos nosotros para escribir de la guerra. Pero sí somos alguien, somos unos ciudadanos cualesquiera a quienes lo que está pasando nos pasa a nosotros en lo más hondo y aunque no tenemos claves ni información especiales, ni nos creemos toda la que nos llueve, nos afecta y sacude brutalmente hasta llegar a cuestionar nuestra relación con la propia realidad que vivimos. Por tanto hay que hablar y escribir de la guerra, pero empezando por el derecho a la injerencia que es su matriz.
Reconozcamos que estamos sumidos en un laberinto , más concretamente en el de Creta. La alusión al mito helénico es inevitable ya que nos movemos entre mitos, mitos identitarios o mitos de la búsqueda de la comunidad perdida (Hobwsman). En este caso nos enfrentamos al de los Campos de Mirlos de 1394, en Kosovo, mito transformado por Slovodan Milosevic en operativo programa político ( Mira Milosevich, socióloga servia residente en España) que como tal es el actual  generador de uno de los peores crímenes cometidos contra la humanidad ( Kofi Annan ). En el punto opuesto del mito genocida,  mi referencia al mito del Palacio de Cnossos busca la salida del laberinto, dejando atrás al Minotauro. ¿Y el hilo de Ariadna? 

El genocidio como hilo de Ariadna
Empecemos por explorar el laberinto, que es doble: el real donde  el genocidio y la guerra estallan a muy pocos kilómetros de nuestras fronteras y el mental, el que se instala en nuestras cabezas (al fin y al cabo el laberinto puede tener forma de caverna platónica), mas laberíntico, por definición. Para salir de ambos necesitamos un hilo, ojalá sea el de Ariadna.

En nuestro caso no es otro que la ruta del genocidio, o más aun del democidio ( Vidal-Beneyto) -deportación, limpieza étnica, genocidio- llevado a cabo por el sátrapa Milosevic a lo largo de una década. Es el punto de partida. Ignorar esto es querer perder la pista para enjuiciar esta tragedia concreta que se desarrolla en un escenario concreto que son los Balcanes y no la de otros escenarios, por tan o más espectaculares que hayan sido o sean. No hablamos ni de Biafra, ni de los kurdos ni de los Grandes Lagos ni del Tibet. No podemos hablar hoy de todos y de todo a la vez, so pena de condenar el discurso a la banalidad o a la desmovilización. Y este nos concierne.

Hablamos, pues, de Kosovo y de los Balcanes, y en unas fechas muy precisas que van de 1985-1989 a 1999, sobre todo lo que ya es una “ominosa década”, sin duda. Todo el mundo  condena a Milosevic y su genocidio. No todos, pues los hay claramente identificados con él, que quieren negar, o no pueden aceptar, la evidencia ( ¡hasta Debray!). Me refiero a la gente con los apriorismos menos acusados. No hay artículo, sobre todo los de los mas críticos a la injerencia o a la forma de la injerencia, que  no comience su análisis con esta condena. Pero curiosamente luego se olvidan de ella como si la función textual del recuerdo condenatorio fuera de mero exorcismo y trámite y no de instrumento analítico e interpretativo de los hechos. Excuso aquí relatar la magnitud del genocidio, la sofisticada y fría planificación del mismo que aparece en el documento serbio ‘Operación Herradura’: los datos están al alcance de todos los que quieran enfrentarse al análisis de este “infierno que lleva por nombre Kosovo” ( I. Kadaré). 

Si seguimos el hilo, el siguiente paso es “qué hacer” frente al genocidio. Y ahí entramos en un terreno harto pantanoso, que también los hay en el Laberinto, donde se nos aparece un indicador de doble pista, la de la no intervención (o política del avestruz) de tan amargo recuerdo y tan infausta repercusión en nuestro destino histórico, pero tan sugestiva y vigente hoy hasta el punto de poderla encontrar anidada incluso en gente que opta por la otra, y la de la injerencia. 

Si optamos por esta última nos encontramos con la alarma de graves y sabios representantes del derecho internacional, defensores a ultranza del actual ordenamiento jurídico (¿antes o después del caso Pinochet?). Su arsenal argumental intimida. Mucho más que las ya humedecidas municiones de los acartonados conservadores, defensores de los principios de soberanía o de autoridad frente al de humanidad, derivados del absolutismo del s.XVII (Grotius) detrás de los que se escudaban/escudan gentes como Pinochet y Milosevic. Resultado: de nuevo tenemos que elegir entre autoridad y humanidad, entre legitimidad y legalidad, entre orden y justicia. Graves disyuntivas morales que nos vienen acompañando desde siempre en todas las grandes encrucijadas personales y colectivas y ahora también internacionales. Pese a todo, nuestra clara opción por la injerencia, también tiene doctrina : la línea de exigencia de los derechos humanos que inicia las misma ONU con su Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) se ha abierto un sólido  camino y ha creado doctrina y jurisprudencia a favor no sólo del derecho sino del deber de injerencia, por razones claramente humanitarias, rompiendo así (Pinochet) los corsés jurídico-políticos que justamente en este fin de milenio están evidenciando una acelerada obsolescencia. Nuestra opción tiene también otra apoyatura en una simple palabra, de grandes resonancias, la de compromiso (Guelbenzu). Recordemos lo que significaba en su momento. ¿Hacia dónde, ahora, o contra qué?. Contra el genocidio (de nuevo nuestro hilo de Ariadna ), contra la conculcación pura y dura de los derechos humanos, realizada por un personaje y un régimen que insulta nuestra propia humanidad y no de forma accidental, insisto, sino a lo largo de una década, sin que la Comunidad a la que pertenecemos haya hecho nada eficaz por impedirlo o lo haya hecho mal, incluso muy mal (Eslovenia, Croacia, Dayton). Pero claro, para que este armazón moral no obtenga adeptos, la estrategia serbia es de manual, negar “la mayor”; no hay dictador: es un demócrata; no hay deportación: los albanokosovares se van por miedo a las bombas, emigran para mejorar sus vidas; no hay genocidio, no hay destrucción, no limpieza étnica, no, no... Lo escribe Regis Debray, convertido en correo del pequeño Zar serbio. Reaccionan, incrédulos, airados, en Le Monde y en Liberation (A. Joxe, B-H. Levy). Nos damos de bruces con la moral.

Inevitable deber de Injerencia humanitaria
La intervención militar del 24 de marzo, después del fiasco de Rambouillet (eludo de nuevo los hechos tan conocidos, aunque no inútiles de recordar, y que fueron el detonante para la decisión final), sonó desde la sensibilidad del genocidio como un acto inicialmente reparador de toda la ignominia de fondo y forma que venía representando Milosevic y su régimen y como la única solución para la defensa y restablecimiento mínimo de los derechos de los albanokosovares, una vez fracasados todos los intentos de dialogo habidos y con más evidencia tras la ”traición” a ultima hora de Milosevic a la mesa de negociación. 

La OTAN como complicación. 
Si la injerencia humanitaria era legítima (y desde muchas sensibilidades incluso un imperativo categórico) y si la intervención armada era inevitable el protagonismo absoluto de la OTAN añadía a los problemas anteriores de orden fundamentalmente ético y jurídico, otros de índole estrictamente político, la mayoría de ellos a todas luces anacrónicos, otros más actuales. No me puedo extender. Entre los anacrónicos, hay que remontarse a los orígenes de la 1ª Guerra mundial, a la ruptura de la II Internacional, en la que aún parecemos arqueológicamente instalados, a la época de entreguerras y a la más reciente de los dos bloques con la OTAN (recuérdese el antiimperialismo yanqui que ha alimentado a generaciones enteras). Si a esto añadimos la puesta al día de ese antiamericanismo derivado, elemental e identitario, el precipitado puede ser explosivo. La gran metáfora de este encuentro de fobias no resueltas, la tenemos entre nosotros en la figura de una persona que ofrece el flanco privilegiado de concentrar en sí la jefatura de la OTAN y a la vez la condición de socialista, J. Solana. Qué más se puede pedir. !El ”defoulement”!. ¡La locura!. Pero nos aleja de nuestros dilemas reales.

De la intervención militar a la guerra
En un momento dado la intervención militar se transforma en guerra, cambia de naturaleza de la noche a la mañana. Mas allá de los juicios de intención, tan gratuitos y tan socorridos, las cosas aparecen objetivamente como si la OTAN hubiera pensado la primera operación de bombardeo tácticamente suficiente para marcar un punto de inflexión en la confrontación con Milosevic. Su objetivo obligar a éste a la negociación de Rambouilet, los 5 puntos. El de Milosevic es no negociar, sino acelerar e intensificar su Operación Herradura; elige en ese momento que le hagan la guerra. Es él quien obliga a la OTAN a prolongar indefinidamente su inicial intervención militar y la convierte en guerra. El hecho de que a partir de ese momento la mirada de muchos se dirija a la OTAN como responsable de la guerra y no al siniestro estratega serbio es puro estrabismo. No sólo se ha modificado el carácter de la intervención sino el escenario del conflicto, de modo que una de las consecuencias perversas de este giro, con la que contaba sin duda Milosevic es lograr escamotear el problema de fondo, el proceso genocida, y convertir la respuesta a su provocación en causa de la situación provocada. El genocida, que reta a la Comunidad Internacional y la obliga a usar la fuerza contra él, se hace su víctima, sin ceder un ápice. Esta estrategia que utiliza los valores democráticos de la víctima para acusarle de los crímenes que él practica es conocida, y puede resultar. Por eso es tan falaz cualquier apelación a la negociación con este peligroso personaje. 

La guerra y el pacifismo
Una guerra que se ve obligada a actuar como tal sin serlo rompe todas la reglas del juego. A partir de ahí nos faltan coordenadas para otra apreciación que no sea la de sus efectos cada vez más indeseables. La guerra crea campos enfrentados en la sociedad. También un espacio ambiguo, teóricamente neutro, que lo ocupa el pacifismo. Nada extraño, que a los partidarios de la no-intervención y de la legalidad internacional a ultranza, a los anti- OTAN, los antiamericanos de profesión, se les brinde la oportunidad y la aprovechen, de encontrar en esta tragedia humana que es la guerra y más esta guerra altamente tecnológica, de temibles efectos ecológicos, la prueba del nueve de la justeza de sus posiciones y de enarbolar a continuación la bandera del pacifismo, de la “buena causa” frente a los demás mortales considerados como “hordas salvajes”, bárbaros otanistas y lacayos del imperialismo. Ojalá fuera tan sencillo. Pero la guerra ni anula ni prueba ninguna de las posiciones del debate anterior. Más bien evidenciaría, desde nuestro propio hilo de Ariadna, que estamos ante un genocida de convicción con un plan preconcebido al que no renuncia, aunque su obstinación destruya a su pueblo. Y que se le ha de frenar. Todos queremos la paz, pero la paz no es un bien absoluto y la expresión “no a cualquier precio” centra el problema. La noble oleada pacifista que recorre hoy lo más sano de nuestra especie, es una coartada más para el dictador, que la utiliza como escudo humano para salir indemne de sus crímenes. Se dijo en el reciente Congreso de los Verdes alemanes. Discutían la política de su ministro Fischer en Yugoslavia: ”No mas guerras y no mas Auschwitz.” Pero en Yugoslavia había Autschwitz. Votaron contra Autschwitz y con desgarro a favor de la guerra, hasta que cediera el sátrapa. Toda una lección moral.

Errores/ horrores y responsabilidades
Los horrores son patentes: el genocidio, la deportación, los campos de concentración, y por supuesto los bombardeos. Pero sin simetrías ni equidistancias. Lo mismo que la paz no lo es a cualquier precio, no toda violencia es idéntica. !Qué enorme déficit moral, la supresión de fronteras entre víctimas y verdugos y no digamos la inversión de los roles!. Una vez mas se ha de decir: el responsable de esta guerra, de esta estrategia de genocidio es Milosevic, no la OTAN. Ésta tiene sus enormes responsabilidades propias pero no la de esta guerra. Los cargos contra ella son sus errores, ya gravísimos y al parecer estructurales, esa sarta de dislates a que sus modelos informáticos de guerra le condenan (Castells). Los otros, se los reparte con la Comunidad Internacional , en sus variadas instancias ( UE, ONU, G-7, FMI), que es quien tiene la gran responsabilidad política de lo sucedido en los Balcanes a partir de la caída del muro. Pero esa es otra historia. La responsabilidad del genocidio, y de la actual guerra es inequívocamente de Milosevic. Parece que hay que repetirlo sin descanso. Pero a la OTAN le queda la gran responsabilidad, última, por la que se le pedirán cuentas: acabar con Milosevic (Touraine) como “conditio sine qua non” para restablecer o instalar los derechos humanos en la zona. Sin embargo, el fantasma de la realpolitik , que pueda dejar las cosas como estaban, y en la que se entró de lleno tras el “efecto Embajada china”, planea insistente sobre nuestras cabezas, como una amenaza. Si se produce, sería el error definitivo que mediría el tamaño de nuestra impotencia como Comunidad internacional, el signo de nuestra inadaptación a los nuevos escenarios que ya nos superan. Y no serían errores sino el fin de una época. Esperemos que tanto desnorte no oculte los elementos alternativos que han de desembocar en los replanteamientos necesarios para iniciar el nuevo milenio, sobre nuevas bases. No tendríamos que replantearnos tanto los fines, sino los medios. Los fines, adecuarlos ciertamente a las nuevas realidades, eliminar de una vez las trabas que impiden la globalización de la justicia y del derecho. Son los medios los que exigen un radical replanteamiento: en primer lugar, la guerra. La que estamos padeciendo es bifronte: ultima guerra siglo XX (la que hace Milosevic), primera del XXI, (la guerra digital de la superpotencia.). Ninguna puede cumplir ya sus funciones (Umberto Eco). El nuevo orden internacional cambia y empieza a consagrar el derecho a la injerencia, porque no habrá fronteras para los derechos humanos universales. EE.UU tendrá que replantearse su hegemonía solitaria y en esa medida vacía (Huntington). Europa tendrá que ocupar su lugar. Las grandes instituciones internacionales creadas para problemas de la II Post-Guerra Mundial, visiblemente inservibles, darán paso a nuevos modelos que respondan a las nuevas necesidades, las que vemos de momento en esta zona crucial y estratégica de los Balcanes. Y es a Milosevic a donde nos lleva el hilo de Ariadna, que nos ha guiado en este breve recorrido. 

Sólo acabar con el minotauro nos permitirá salir del Laberinto.

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