Ana Valero
Aparte de la convicción de los poetas de que la poesía hace algo importante, o tiene algo importante que hacer, no parece que exista mucho acuerdo sobre el resto. Será sensato por tanto rechazar toda concepción que espere demasiado o demasiado poco de la poesía y advertir que cualquier intento de definición parte de suponer que el lector de antemano conoce lo que la poesía es. Si la suerte de un arte está vinculada a sus medios y a quienes
encuentran en él la satisfacción de una verdadera necesidad,
la poesía está sujeta a las palabras y a los lectores de
poemas. La función del poeta no es sentir el estado poético
-será una cuestión privada- sino crearlo en el lector.
Contra la disipación natural de las cosas el poeta sustrae lo perecedero y mediante palabras y silencios transmite fórmulas de reproducción que perpetúan momentos efímeros en una infinidad de instantes. Contra la disipación natural de las cosas, el lector de poesía experimenta la parte de su sensibilidad que permanece ajena al mundo real. El poeta sintió una provocación que le animó a experimentar el material poético, el lector experimenta la poesía. Quienes lograron olvidar los cursos de literatura, durante los que analizaron pero no leyeron poemas, quizá abrieron al azar un libro de poesía o escucharon un poema y experimentaron la emoción poética en el momento pero quiénes sintieron la atracción continua por un poema, por la poesía. Quién necesita volver a mirar, volver a escuchar, volver a sentir indefinidamente. Quién lee poesía. Los poetas son lectores de poesía y tal vez todo lector de poesía haya escrito algún poema o quisiera haber escrito aquél al que vuelve. Quien no lee no es lector de poesía; quien lee novelas y relatos quizá lea algo de poesía; tal vez haya quien sólo lee poesía. Durante el acto de leer poesía, salvo presentaciones y encuentros, el lector encuentra en palabras y silencios el medio que le empuja a sentir una y otra vez. El lector de poesía se oculta para experimentar y, aunque regale poesía de uno de sus autores o envíe reescrito un poema que conquiste, no quiere ni puede sentir la poesía hablando de ella, sólo leyendo poesía la experimentará de nuevo. Cuando un lector de poesía escucha hablar de poetas y poemas, de emociones y ritmos, elige una actitud. Un lector primero no hablará de poesía, incluso no dirá que lee poemas -aunque tampoco lo niegue- y escuchará nombres de otros autores, de ediciones últimas y de dudosas antologías. Un segundo lector adoptará otra actitud y querrá hablar de poesía, recordará sus emociones frente a un poema y la curiosa biografía de tal autor. Ambos lectores, quien escucha y quien habla, son extremos entre tantos lectores tan distintos y tan posibles. Una conversación entre los dos lectores, quien más escucha
y quien más habla, enfrenta sus actitudes no sólo frente
a la poesía. Después de saludo y perdona fue el tráfico,
el primer silencio anima a Manuel, Francisco le escucha.
Manuel cuenta. Habla de sensaciones y decisiones, de la conversación
que mantuvieron, del abrazo último y de su adiós. Francisco
recuerda los versos sueltos que abrieron la conversación y escucha
otros versos que elevan emociones conocidas a formas leídas. Manuel
continúa hablando de quien fue su amante y Francisco contesta palabras
sin firma. No quiere forzar ningún poema a decir. Manuel no quiere
sólo decir. Elige poemas que le animan a una negativa o a un por
qué no. A Francisco no le sorprende la práctica de Manuel
ni Manuel se extraña por la quietud de Francisco. Pero Francisco
habla. No quiere hablar de poesía. Quiere decir que él no
forzaría un poema. Quiere decir que tal vez algunos versos le invitaron
a decidir pero no quiere saberlo. El poema actúa y continuará
siendo. Manuel y Francisco leen los mismos poetas, eligen los mismos versos.
Los dos lectores de poesía son un único lector de poesía.
En ocasiones él fuerza un poema.
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