c o m u n i c a c i ó n
![]() EL DETERIORO DE LA LENGUA Los medios de comunicación no son el referente al que un ciudadano debe acudir para desarrollar un uso correcto de su idioma. En síntesis, ésto es lo que nos viene a decir Fernando Vilches en su último libro de título El deterioro de la Lengua, Madrid, 1999, editorial Dykinson. Un libro que, conducido por su autor con gran sabiduría y humildad, corrige, sobre artículos reproducidos de diarios españoles, las muchas erratas que se han cometido en la prensa de los últimos años. Un manual que el periodista, o aspirante a sumergirse en esta profesión, debe recibir con aprecio, asumir su responsabilidad y aprender de aquellos que a diario se fijan en su labor y, tal guardianes de la lengua, ayudan a que día a día escribamos mejor siendo fieles, al menos, a la normativa léxico-gramatical de nuestra lengua. En este sentido, nadie puede ver trabajos de esta índole como una ofensa a la profesión periodística ya que están confeccionados de modo altruista, en beneficio de todos los ciudadanos. Vilches, es el primero en justificar que muchas de los errores se cometen debido a la velocidad con la que se trabaja en la elaboración de la información diaria, lo que en ocasiones imposibilita al periodista a certificar lingüísticamente sus escritos. Aunque, apostilla el periodista que realiza esta breve introducción, no siempre es así, pues, muchas veces se cometen por ignorancia y otras tantas por confianza, despiste u holgazanería profesional. En definitiva, una crítica constructiva para quienes deseen superarse en la mejora de sus escritos cotidianos. Muchas son las personas que, en diversos ámbitos de la sociedad, están manifestando su preocupación por las constantes agresiones que hoy padece nuestro idioma en los Medios de Comunicación. Académicos como Zamora Vicente o Lázaro Carreter, profesores universitarios como Jesús Sánchez Lobato o Bernardino M. Hernando, periodistas como José Fernández Beaumont o Álex Grijelmo y, junto a ellos, una amplia religión de lectores (que con sus cartas ponen muchos puntos sobre las íes) nos van advirtiendo que el español, ese hermoso y vetusto idioma que se habla a ambos lados del Atlántico, padece síntomas de un resfriado crónico. El mal no es de ahora, se dice, y es cierto, pero hoy el aluvión de medios y modos de información lo hacen más palpable. Se habla mal y se escribe peor, argüimos los profesores, sin embargo la medicina adecuada no se ha aplicado en los últimos veinticinco años. ¿Cúal es? Recurro al Maestro Zamora Vicente: "para eso está la escuela, la formación rigurosa y paulatina, la constante dedicación" (República de las Letras, (1987), núm.18, Madrid, p.51). Ahí radica la base fundamental para atajar esta enfermedad. La instrucción es una buena escuela pública que, con los medios necesarios y los presupuestos dignos, permita aprender bien y valorar el idioma como un bien cultural. Hay estudios que señalan que mientras en Inglaterra, el 39% de los ciudadanos considera importante usar bien el lenguaje, en España sólo el 3% se manifiesta en términos similares. El segundo problema que se plantea es la "invasión" de tecnicismos extranjeros (muchos de ellos innecesarios) que nos vemos obligados a importar y a darles residencia definitiva en nuestra lengua. ¿El remedio? De nuevo acudo al inapreciable médico de
nuestro idioma, el Maestro Zamora Vicente:
Larga es la cita, pero significativa. Atina nuestro académico con el diagnóstico: el mundo de la informática, el de la economía y algunos otros bautizan en inglés y, de ahí, esa importación de terminología que puede llegar a agobiarnos. Y, junto a estos dos problemas, que podríamos casi resumirlos parafraseando a nuestros ilustres regeneracionistas, con aquello de "despensa y escuela" (aquí sería "I+D y escuela"), hay un tercer problema: ¿por qué se habla tan mal y se escribe peor en los medios de comunicación? Lo importante es el mensaje, se repite hasta la saciedad, entre los
profesionales de la información. Por otro lado, la realidad y la
presión que ejercen las redacciones, sumado a ello que hoy todo
está "digitalizado" (me apoyo en el diccionario Salamanca) se convierten
-aun sin quererlo- en el "excusatio non petita..." que, de ninguna manera,
puede justificar el deterioro de nuestro idioma.
No voy a enumerar aquí para nuestros lectores la enorme cantidad de estas formas y estos usos, que he recogido en un libro de reciente publicación. A buen seguro que les sonarán esa "retransmisiones" en lugar del correcto "transmisiones deportivas"; o ese "señalizar" faltas en lugar de "señalar"; o la tan tristemente de moda "limpieza étina", cuando sólo se limpia lo que está sucio; o la "catástrofe humanitaria" que no tiene sentido alguno. Sin contar las faltas de ortografía que tanto afean los textos o el lenguaje vulgar que coloca al periodista como un fotógrafo de la realidad idiomática que lo circunda, cuando el periodista a de ser un mediador que dignifique nuestra lengua. Desde estas líneas he de hacer una recomendación a todos aquellos que se interesan por utilizar bien nuestro idioma y, sobre todo que han de escribir en tribunas públicas. Hay que utilizar el Diccionario. Nuestra lengua dispone, afortunadamente, de muchos y buenos, desde el DRAE hasta el conocido por el nombre de su autora, María Moliner. El diccionario debe ser, pues, un "libro de cabecera" que a todos nos acompañe en cuanto surja la menor duda. Pero no voy a ser pesimista: "la lengua española se halla hoy más viva y pujante que en cualquier época anterior; su reconocida proyección creativa en plurales formas literarias y su acelerada expansión demográfica lo atestiguan", nos dice el profesor Sánchez Lobato ("La lengua española hoy", RFR, núm. 14,vol I, 1997, p.583). La lengua española es patrimonio de muchas generaciones. El hecho de ser el material con que Trotaconventos devino en Celestina y Quevedo escribió aquello de "serán ceniza, mas tendrá sentido,/ polvo serán, mas polvo enamorado" nos obliga a todos a extremar cuidado. |
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