m o n o g r á f i c o e s c e n a

Adolfo Marsillach

ROMPER LA SINTAXIS 

DEL TEXTO

por Norberto M. Ibáñez

Adolfo Marsillach es, sin duda, uno de los hombres que en el teatro español contemporáneo ha asumido en su propia biografía artística la más tremenda de las transformaciones que posiblemente en toda la historia ha sufrido el teatro español. Desde “La ardiente oscuridad” hasta la actual “Virginia Wolf” está presente y doliente en  nuestro teatro. Además,  Adolfo es, sin lugar a dudas, el mejor intérprete de un personaje imprescindible para la sociedad española: Adolfo Marsillach.

Adolfo Marsillach lleva trabajando en el mundo del espectáculo desde los diecisiete años. A pesar de haber cursado estudios de Derecho en la Universidad de Barcelona nunca ejerció la profesión de abogado. De haberlo hecho hubiésemos perdido a un genio de la interpretación en sus múltiples manifestaciones artísticas: ha sido actor, director de teatro y cine, autor teatral, articulista... Sin olvidar su trabajo en radio y televisión.

Después de dieciocho años sin interpretar a un personaje, Adolfo Marsillach decide subirse a un escenario para dirigir y representar al personaje principal en su propia versión del clásico de Edward Albee ¿Quién ama a Virginia Woolf?, llevada con éxito al cine en los años cincuenta por Elisabeth Taylor y Richard Burton.
Hablo con Marsillach en su camerino, minutos antes de que empiece, una tarde más su función en el Teatro Albeniz de Madrid. Antes de comenzar la entrevista, me confiesa que está escribiendo una versión de una novela de Baroja para el teatro “no digo el títalo porque todavía no estoy autorizado”. Al mismo tiempo escribe también una obra de teatro que tiene interrumpida y que “no termino de cuajar”. En cuanto a volver a actuar, después de esta experiencia, manifiesta que “hay días que pienso que sí y días que no. Quizás me limitaré a dar recitales de cuando en cuando. La obligación de estar bien todos los días es muy costosa”.
 

Recuerdas esos días blancos, tibios y cubiertos
que hacen fundirse en llanto a los corazones embrujados

Haga lo que haga en su futuro más inmediato, en sus ojos, en su mirada, fácilmente se descubre a un hombre con una fuerte personalidad amable y que desde luego nadie se podrá mostrar indiferente ante su presencia.

Su versión del clásico ¿Quién teme a Virginia Woolf?, al igual que la obra original, profundiza, de manera muy crítica, sobre temas sociales de gran actualidad como el arte, la ciencia, la educación. En este sentido ¿cree que un artista debe pasar por la universidad?

No, no lo creo. Yo estudié la carrera de Derecho y en principio no tengo nada en contra de la Universidad, todo lo contrario. Tampoco tengo ninguna opinión negativa contra las escuelas de Arte Dramático. Además yo procedo de una generación de actores autodidactas.

Lo que ocurre es que a veces se cae en el tópico de que un título es el equivalente al talento y eso puede que lo sea en otras disciplinas (Medicina, arquitectura, Filosofía...) pero para un actor no, eso es lo paradójico y un tanto excitante de nuestro oficio: no siempre el actor mejor preparado es el mejor. He conocido a actores nada o poco preparados y tenían una intuición interpretativa asombrosa, por eso no creo que para ser actor haya que pasar por ninguna escuela ni universidad; dicho ésto diré que es mejor pasar porque si se tiene talento y además se pasa por un lugar académico el actor se enriquece.
 

Es cierto que Edward Albee criticó algunas esferas de la época en que escribió la obra y eso lo he respetado en la versión porque creo que el problema de la educación no está resuelto y, por lo que leo, en otros países tampoco. Hay un fenómeno de la educación que no se resuelve y quizás no tiene solución. El niño llega a la educación cuando no quiere, pues, lo que quiere es jugar. Su estado natural es la mala educación. Si no se le seduce y no se le enseña a amar la asignatura el niño la odia, por lo que es un problema válido para cualquier período histórico.
Sobre el Arte lo que se critica es un arte intrascendente que se borrará con el paso del tiempo pero no aquel que, a pesar de su irreverencia con respecto a lo clásico, demuestra una calidad.
Respecto a la Ciencia y más concretamente sobre la Biología lo que quiero dejar claro es que se van a manipular cromosomas humanos de tal manera que se puedan inventar hombres, y éso, está lleno de peligros. Nadie esta encontra del descubrimiento del genoma humano siempre y cuando se utilice bien.

¿Qué vio en el texto de Albee para adaptarlo, dirigirlo y subirse al escenario para actuar en el papel protagonista?

Un gran nivel literario, atractivo, muy ácido y muy critico.
Me ha apetecido resaltar la necesidad de “inventar” que todos los humanos tenemos. Si el matrimonio entre Nuria Espert y yo no se hubiesen inventado unas reglas a lo mejor ya se hubiesen separado. Somos una pareja que se ama y se detesta. Esa necesidad de juego, aunque sea juego cruel, es lo que más me ha apasionado.

¿Qué es lo que tiene Marsillach de Jorge (protagonista de la obra)?
Hay gente que piensa que he escrito esa versión para mí. Es falso. Se me pidió un versión sin pensar en mí como actor. Jorge es un escéptico que conduce su vida hasta las últimas consecuencias crueles, sarcásticas, casi diabólicas y paranoicas. Es un individuo que a veces da miedo. Aunque a veces es muy divertido. Es capaz con su dialéctica de destruir cualquier cosa. En la ironía, en el sarcasmo y escepticismo tengo mucho del personaje. En cambio, en lo destructivo y en lo diabólico no. Sería incapaz de mantener una relación como en la obra, jamás viviría con una mujer ninfómana y además alcohólica.

Confieso que me divierto mucho en el escenario, me canso, porque es una obre muy dura, pero, lo paso muy bien, hasta un punto en que casi confundo el personaje conmigo mismo. Hay cosas que dice Jorge que a mí mismo me hacen gracia y que están bordeando la risa teatral y la risa real del actor: esta obra lo permite otras no. Lo paso mejor en los momentos irónicos que en los trágicos.

¿Entonces nos aconseja que en una relación de amistad o de amor inventemos y seamos hipócritas?

Si dice hipocresía en su sentido peyorativo tal vez no, pero necesidad de inventar y, por tanto, de crear una cierta mentira, sí. Porque ninguno de nosotros soportaríamos la sinceridad llevada a sus últimas consecuencias. Pero no la resistiríamos ni en el domicilio ni en el trabajo ni en ninguna otra situación social. Las parejas crean unas determinadas convenciones y esas convenciones surgen de unas determinadas reglas y normas. Por tanto, siempre que se crea una norma o una regla se crea una mentira. Para hacer la vida posible se establece ese canon, sino la vida seria puramente imposible. La gente que me dice que “va por la verdad por delante” me da mucho miedo: primero porque es mentira y segundo porque no sé en que consiste la verdad, pues cada uno tiene su verdad. Entre un hombre y una mujer o dos hombres o dos mujeres que conviven hay unos límites en sus propias verdades, nadie es sincero del todo porque no sería posible. A mí éso no me parece mal porque no me parece hipócrita. La hipocresía entra en escena cuando se utiliza esa posible mentira para dañar al otro, para obtener un beneficio del otro. Al igual que hay unas reglas de educación también deben existir unas reglas en las relaciones de pareja; tampoco se le dice a un amigo todo porque no hay un “todo” pues hay “todos” modificables. Esto sirve para que no saquemos los cuchillos y nos matemos.

El texto dramático contiene toda la información necesaria para un actor y la gestualidad, la imagen es es un añadido.

Sí, el teatro de siempre y el que perdurará es el teatro de la palabra sin duda apoyado con todos los medios audiovisuales que se quiera, aunque, según mi criterio, cuantos menos mejor.
Creo que puede haber teatro sin palabras pero no creo que éste acabe con la palabra sino que convivirán como el libro lo hace con internet.

¿Un actor tiene que aprender a comunicar sin el uso de la palabra, es decir con su cuerpo, para que cuando haga uso de ella sea mayormente expresivo?

No, no lo creo. Creo lo contrario. Personalmente empiezo a estudiar un personaje a partir de un texto. Cuando he aprendido bien el texto es cuando me puedo sentir en condiciones de profundizar en el personaje. Eso no quiere decir que al mismo tiempo no esté estudiando la psicología del personaje. Pero, cuando me siento más seguro, es cuando el texto ha pasado a ser mio de una forma orgánica, cuando ya no lo leo en mi cerebro. Ese momento en que las líneas desaparecen y el actor las hace suyas se llama organicidad. Para que ésto ocurra primero hay que estudiar. Luego, ése es mi estilo, me gusta mucho, aunque es un poco arriesgado, romper el texto para que no se note tanto la sintaxis. Porque, claro que hablamos con sintaxis, pero con una sintaxis no evidenciada. La sintaxis se evidencia cuando se escribe o cuando un actor repite un texto tal y como el escritor lo escribió. Éso no quiere decir que el actor traiciona el texto del autor sino que lo dice de una manera para que el espectador piense que se le está ocurriendo al artista en ese momento.

Pero hay muchos ilustres escritores que no piensan lo mismo y quieren que se diga exactamente lo que han escrito.
Ésto es como el jazz ya que los buenos músicos improvisan sobre una partitura anterior, algo que no se puede hacer evidentemente en una sinfonía de Beethoven, pero sí, repito, en el jazz o en el flamenco por ejemplo. En el teatro ésto también es posible.
Recuerdo una obra que escribí hace tiempo que se llamaba Yo me bajo en la próxima ¿y usted? con Concha Velasco y José Sacristán. La mejor crítica, en tono despectivo, que me hicieron fue una crítica que decía que daba la sensación de que la obra no estaba escrita. Me pareció una critica maravillosa, pues, justamente, lo que yo busco es que no se note que los diálogos están escritos.

¿Dónde se siente más cómodo: escribiendo, actuando o dirigiendo?

(Irónico y con una sonrisa escondida de complicidad) Me siento más cómodo escribiendo porque escribo sentado y a la hora que quiero. Bromas aparte, ser director es maravilloso porque desde la elección de un texto hasta conseguir que éste se ponga en pie es un proceso apasionante.
Ser actor, después de 18 años, (casi se me había olvidado) tiene lo gratificante de pasar la boina y recibir las emociones que el público te brinda.

Pero en estos momentos lo que más me apetece es escribir, aunque esta experiencia de volver a las tablas está siendo muy enriquecedora y no sé si la volveré a repetir.

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