Título: El candidato muerto • Autor: Miguel Á. Rodriguez Bajón •  Editorial: Plaza & Janes 

Crítica por Fernando Vilches

 
Lo primero que llama la atención de un libro es el título, el rótulo, por eso los publicistas insisten en la importancia de su presentación. Pero no solo se trata de la forma externa, sino que el propio mensaje, contenido o sugerencia del título que en principio debe conducir al tema, influye en la decisión de leerlo y, por consiguiente, comprarlo. 

El Candidato muerto se ofrece como novela. La portada insinúa el contenido, el tema principal, el núcleo del asunto que se va a desarrollar a lo largo de la narración. Para incitar y provocar la elección, en la misma portada se hacen las siguientes preguntas: ¿Llegará un día en el que valga todo para conseguir el poder? ¿Y para conservarlo? 

El asunto de fondo no solo no es nuevo, sino que se repite a lo largo de la historia de la humanidad: la ambición del poder. De muertos por alcanzarlo, asesinados, de una u otra forma, por otros candidatos. Las crónicas de este mundo llenan páginas con historias de este tenor. 
El título, por lo tanto, aun sugerente, puede aparecer a primera vista repetitivo, muy tratado y manido por la literatura, el teatro, el cine y, desde luego, por la historia. 
Otro factor, tal vez el más importante, que influye a la hora de adquirir una obra literaria y decidir su lectura es el autor. 

En este caso, si se relacionan título y autor, surgen necesariamente ciertos interrogantes que estimulan la curiosidad del lector. No puede olvidarse que MAR, como se le llegó a conocer en los medios políticos y periodísticos, ha estado muy ligado al mundo de la política, ha tenido que conocer y experimentar, irremediablemente, los secretos del laberinto del poder, los odios y falsos amores, las promesas incumplidas, las amargas venganzas y las heridas originadas por la lucha política. 
Se puede añadir algo más: estuvo muy cerca del candidato que sufrió un terrible atentado terrorista, de cuya investigación, por cierto, se conoce muy poco.
Participó activamente, como responsable del aparato propagandístico, en las campañas electorales por el partido que en 1993 consiguió el poder con hartas dificultades, cuando todo parecía prever una más fácil victoria. Conoce muy bien los entresijos del mundo de la prensa, radio y televisión, y ahora los de la
publicidad. Y fue, aunque la palabra suena bastante mal, el “imagólogo” del actual Presidente del Gobierno. 

Por otra parte, ha estado hasta hace poco tiempo pisando las alfombras del poder. Ha sufrido, sin duda, y esto también le ha servido de fuente literaria, los ataques, las críticas, las censuras de propios (de su mismo partido) y extraños. Y hay que reconocer que su figura no dejaba indiferente y que eclipsó, por completo, a su sucesor en el cargo. 
Mientras leía, y después de leer, la novela, que me parece sugestiva y atrayente, me han surgido las siguientes preguntas: ¿dónde acaba la ficción?, ¿dónde empieza la realidad? He sentido curiosidad por saber el grado o porcentaje de verdad o invento que hay en el comportamiento que hay en el comportamiento de los personajes que van desfilando por sus páginas . A quienes representan y en que medida los tipos o actores diseñados representan a seres reales. 
La narración, contenida en 427 páginas, se inicia con el asesinato del candidato del Partido Moderado de España. Nace un nuevo candidato, creado por la casualidad y la televisión, cuya fama se funda en una interpretación errónea de los hechos, en una imagen que permite un comentario falso de un acontecimiento que convierte, por obra y gracia de la propia dinámica de la fuerza de los medios de comunicación, en héroe a quien sólo es un asustado político de segunda fila que se parapeta detrás del personaje asesinado al producirse el atentado. Al principio le cuesta aceptar la situación, pero después se acomoda y asienta en el propio engaño, y la mentira se hace fuerte. 

En la trama intervienen el Gobierno, formado por partidos nacionalistas, y en especial su presidente, que ha perdido popularidad, algún determinado ministro y poderos fácticos: banqueros y medios de comunicación. Se suman intereses de terceros países, de sus servicios secretos, y de terroristas nacionales, ETA-Auténtica, que por desgracia sigue funcionando en el 2008, y como él ha imaginado. 
Hay una referencia utilizada y repetida, que viene a plasmar y sintetizar una cierta ideología (por llamarla de alguna manera) socrática, que el candidato Molpecores atribuye al emperador Marco Aurelio. Puede servir como hilo conductor de un pensamiento plagado en algunas ocasiones de pesimismo: “la gloria de uno pone menosprecio en los mayores, asechanza en los iguales y en los menores envidia”; en otras de estímulo moral: “cuando el Orífice eterno determinó hacer reyes y señores en este siglo, no crió a los príncipes para que coman más que todos, ni beban más que todos, ni duerman más que todos, ni hablen más que todos, ni huelguen más que todos, ni menos que se regalen más que todos, sino que cuando mandó que mandasen más que todos fue con condición que fuesen obligados a ser mejor que todos”. Además del recurso a citas que le permiten manifestar su pensamiento, Miguel Ángel Rodríguez deja caer afirmaciones categóricas, valoraciones que revisten por su posible origen un cierto interés, por ejemplo cuando manifiesta: “los aplausos se desvanecen nada más sonar”, “los hombres del siglo XXI solo concebían recibir órdenes por Televisión”, o “en el laberinto la lealtad no existía; existía la fidelidad y se es fiel cuando se recibe algo a cambio” y cuando añade que se “necesitaba la reflexión de la maldad, fría, sin importar el nivel de mezquindad”. 

Para terminar conviene destacar que el autor, me figuro que a propósito, se le escapa la vena poética y hace esta magnífica descripción: “La luz de Castilla en primavera y en otoño ha sido siempre distinta a cualquier otro lugar, porque Dios hizo de aquí los colores. Sobre todo en otoño, en Castilla lo único importante es la luz y el olor del campo. Nada puede compararse a los terrones húmedos en barbecho, bañados por la luz otoñal. Y en Salamanca, nada es similar a un atardecer de otoño entre la encinas mientras se ve pastar a los toros bravos que mugen al infinito reyes y derrotan al aire como vencedores. Castilla ha sido siempre lugar para la reflexión y para alejarse del mundo. La luz rojiza se esconde entre las nubes moradas y todo se paraliza... En Castilla, además del sol que da calor y de la lluvia que fertiliza los campos, los hombres siguen buscando por la noche la luz de las estrellas...”. 

Si se nos permite, pues, una vez más, El Candidato muerto puede ser una buena compañía para un fin de semana o para las menos lejanas vacaciones estivales. No les defraudará y, además, puede ilustrar los últimos acontecimientos surgidos en el entorno del poder.


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