h u m a n i d a d e s
Adela Cortina
Ética en la biotecnología 

1. La Genética entra en escena
Aunque los problemas éticos de la investigación biotecnológica suelen llegar a los ciudadanos impregnados del sensacionalismo con que a menudo los transmiten los medios de comunicación, lo cierto es que hoy en día la "Ética de la ingeniería genética" compone un campo específico de investigación que lleva el nombre de "Genética" (J. Sanmartín/I. Hronzsky (eds.), Superando fronteras, Barcelona, Anthropos, 1994). La Genética es ya una amplia provincia de ese inmenso país llamado "Bioética", cuyos confines se extienden hasta donde alcanzan los problemas de la vida en su conjunto. Dónde se sitúa la Genética es cuestión fácil de responder si aceptamos la usual distinción entre macrobioética, que coincide con la ética ecológica y se ocupa del conjunto de la vida, y microbioética, centrada en los fenómenos de los que se ocupan las "ciencias de la salud" y las biotecnologías. En este último caso estamos hablando de "Genética". 

Obviamente, los orígenes de la Genética pueden situarse en los años setenta del siglo XX, cuando la Genética molecular, que inició su andadura en los sesenta, fue cobrando su actual factura y haciendo posible la ingeniería genética. El incremento en el poder biotecnológico es tal que obliga a repensar moralmente los fines y medios de las investigaciones, de forma que alcancen como diría Ortega "su quicio y su plena eficacia vital". Que la moralidad de una actividad no pide sino que se ejerza atendiendo a dos polos: a los fines que le son propios y a los valores que una sociedad reconoce como suyos, es decir, a la ética cívica presente en esa sociedad y que en el caso de Occidente hunde sus raíces en la idea de dignidad humana. La Genética es, pues, la aplicación de la ética cívica a la investigación biotecnológica, de la que resultan principios específicos en ese ámbito (A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos, 1993, cap. 16: "Aspectos éticos del Proyecto 'Genoma humano'").
 

El incremento en el poder biotecnológico es tal que obliga a repensar moralmente los fines y medios de las investigaciones, de forma que alcancen como diría Ortega "su quicio y su plena eficacia vital"

2. Temores ante el poder biotecnológico
Ante el creciente poder biotecnológico experimenta la sociedad desde el comienzo al menos un triple temor. En principio, que las investigaciones en torno al Genoma humano "descubran" que los seres humanos no somos libres, sino que estamos genéticamente determinados a actuar de una forma u otra, que quien tiene una "predisposición genética" a la criminalidad, al cáncer o a cualquier otra característica indeseable, no vaya a tener más remedio que obrar de ese modo o contraer esa enfermedad. El destino de cada persona estaría escrito en sus genes y la biografía personal no sería sino un desarrollo implacable del destino.
Como Edipo de Tebas, aun no queriéndolo, acabó matando a Layo y casándose con Yocasta, quien está "destinado genéticamente" a ser asesino tarde o temprano acabará siéndolo. Un temor semejante se disipa en cuanto nos percatamos de que la vida humana se hace contando con la herencia, pero también con el medio social y con las elecciones que cada persona va realizando a lo largo de una existencia que es quehacer, hacerse a sí mismo con otros. Las predisposiciones precisan un entorno adecuado para que aumente la probabilidad de desarrollo y no determinan de forma ineludible la conducta.

Un segundo temor ante el incremento del poder biotecnológico es el de la posibilidad de que unas personas dominen sobre otras mediante la manipulación genética, llegando a alcanzar con ello un tipo de dominación sin precedentes. Sin duda la historia es el escenario en todas sus épocas del sometimiento de unos hombres por otros, a través de la política, la economía, la religión, la información o el saber, pero, siendo potente cada una de estas formas de dominio, ninguna de ellas podría compararse con la "dominación genética". El fantasma de El mundo feliz de Huxley recorre algo más que Europa al conocerse las posibilidades de la clonación, los trasplantes, la congelación de embriones, las técnicas de reproducción asistida y un largo etcétera. 

En épocas anteriores los científicos habían conseguido modificar caracteres del fenotipo humano, cambiar de algún modo los accidentes de las personas. Pero ahora es posible llegar al genotipo, a algo así como lo que el mundo filosófico entendió como la "esencia", a la intimidad sagrada de la persona. El ser humano puede convertirse en un "hombre de cristal", con el consiguiente riesgo de sufrir discriminaciones en el ámbito laboral o en el policial, con la consiguiente dificultad de contratar seguros teniendo determinadas predisposiciones. Pero además el hombre puede modificar el material genético, puede trabajar en él y, no sólo dominar a otros hombres, sino también codirigir el proceso de la evolución de las especies en un sentido u otro. La pregunta que surge de inmediato es sin duda "¿hacia dónde va a dirigir el hombre los procesos de cambio?", que es la pregunta por los fines últimos de las biotecnologías. Cuestión que nos lleva a otra todavía más decisiva: "¿quiénes están legitimados para tomar las decisiones en estos asuntos?". Porque importa dilucidar quiénes son las personas que van a dirigir, al menos en parte, la evolución.

3. El sujeto ético de las decisiones
Ante el creciente poder biotecnológico tres actitudes al menos se perfilan, de las que la Genética opta sin duda por la tercera: 1) resistencia ante el desarrollo de las investigaciones por las posibles malas consecuencias; 2) absoluta libertad, de suerte que los investigadores "deben hacer todo lo que se puede hacer"; 3) proseguir las investigaciones pero desde una dirección ética, que promueva las que pretenden evitar el sufrimiento de las personas, prohíba las que buscan "perfeccionar la raza", y establezca moratorias en aquellos casos en los que no están claras las consecuencias de un hallazgo. En este sentido es en el que urge distinguir entre aquellas formas de ingeniería genética que importa potenciar porque intentan corregir errores y curar enfermedades y las que son rechazables porque pretenden mejorar o perfeccionar la raza humana actuando sobre sujetos normales. 

No todo lo que se puede hacer científicamente está permitido moralmente. El respeto a la dignidad humana aconseja intervenir con fines terapéuticos y prohíbe intervenir con propósitos eugenésicos. Pero, dada la dificultad de establecer un límite entre ambos tipos de ingeniería, la pregunta por los sujetos que deben decidir sobre tal límite cobra una importancia decisiva.

En principio, es en los países del Primer Mundo donde se toman tales decisiones, porque es en ellos donde existen recursos suficientes para costear este tipo de investigaciones, con lo cual se refuerza una suerte de "teoría de la dependencia genética", más grave aún que la económica y financiera. Sin embargo, también es verdad que no son los países los que deciden, sino las industrias, las compañías multinacionales que tienen su sede central en esos países, compañías que invierten grandes sumas en laboratorios y no están dispuestas a detener sus investigaciones por el hecho de que planteen problemas morales. Son, pues, en principio tales compañías las que fijan las metas últimas.

Ante una situación semejante podría decirse que los sujetos de decisión deberían ser los científicos, los expertos, que son quienes mejor entienden las cuestiones. Sin embargo, este argumento es falaz, porque los expertos nos conducirían al mejor término si hubiera expertos en fines, pero tal cosa no existe: hay expertos en medios, pero los fines sólo pueden determinarlos los afectados por la puesta en marcha de una ciencia, porque son ellos quienes mejor conocen en qué consiste su bien. El experto tiene aquí por tarea asesorar, no arrebatar las decisiones a los afectados. 
Tampoco pueden ser sólo los políticos los sujetos éticos de las decisiones, ni siquiera a través de los Convenios Internacionales a los que viene obligando el carácter transnacional de las cuestiones planteadas por la ingeniería genética, sino que tienen que decidir sobre todo los ciudadanos. Si tomamos en serio el principio ético moderno de la autonomía de las personas, es cada persona quien debe expresar qué tiene por bueno, qué actuaciones considera legítimas y cuáles ilegítimas: los ciudadanos que son los dueños de sus vidas y de lo que les afecta (A. Cortina, Ciudadanos del mundo, Madrid, Alianza, 1997).
 

...es preciso iniciar al menos dos tareas: la de educar responsablemente desde la escuela en cuestiones de Genética y la de potenciar debates públicos,...

Pero para que los ciudadanos puedan hacer oír su voz de modo que pueda plasmarse en decisiones concretas, es preciso iniciar al menos dos tareas: la de educar responsablemente desde la escuela en cuestiones de Genética y la de potenciar debates públicos, en los que los expertos asesoren a los ciudadanos para que sean ellos quienes tomen las decisiones libre y responsablemente (Convenio para la protección de los Derechos Humanos y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina, Madrid, Asociación de Bioética Fundamental y Clínica, 1997, cap. X). Y es que nadie puede sustraer a las personas la toma de decisiones en un asunto que puede afectar tan directa y gravemente a cada una de ellas y también a la especie.

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